¿Solo deporte en los Juegos de Invierno en China? - Alfa y Omega

«Este es el momento del deporte y de que la política —que está presente en todo—, quede un poco al lado y la familia olímpica pueda competir bien». Con esta frase, el presidente del Comité Olímpico Español, Alejandro Blanco, respondía a Alsina este jueves en Onda Cero cuando preguntó el periodista cómo celebrar los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín sin celebrar al Gobierno y al régimen que los organiza.

Lejos queda de este enfoque pragmático esa visión del deporte como «elemento transformador de la sociedad» que los verdaderos amantes de esta disciplina predican. Hace no mucho asistí a la presentación del libro Dios es deportista. Una visión cristiana del deporte (EUNSA), escrito por Javier Trigo, director del servicio de Deportes de la Universidad de Navarra. En el volumen, 20 historias inspiradoras reflejan cómo el deporte mejora a las personas y a la sociedad, construye un mundo más humano y pacífico, y hace llegar el mensaje cristiano del amor a los demás. Por ejemplo, cuenta el caso protagonizado por los atletas Jesse Owens y Luz Long en los Juegos Olímpicos de 1936. El deportista alemán podría haberse colgado el oro, pero prefirió decirle a su rival cómo podía mejorar su salto. El estadounidense siguió su consejo y al final se hizo con la medalla. Cuando le preguntaron a Owens qué fue lo mejor que se trajo de los juegos dijo que no fue el primer puesto, sino su amistad con Long. Otro es el caso de Didier Drogba, excapitán del equipo de fútbol de Costa de Marfil y reconocido por su papel en la batalla por la paz en su país. A pequeña escala, cuánto bien hicieron los clubes deportivos en las villas miseria de Buenos Aires para sacar de la droga a los jóvenes de la calle.

Conocidos también son los beneficios del deporte para fortalecer las relaciones internacionales. En 1972, un torneo de tenis de mesa entre Estados Unidos y China sirvió para que ambos países restablecieran relaciones diplomáticas, como explica Javier Sobrino, profesor de Estrategia Empresarial en Comillas ICADE y en la ICADE Business School, en su libro Diplomacia deportiva (Andavira). En 1995 Nelson Mandela se valió del equipo de rugby sudafricano para unir a dos comunidades enfrentadas durante el apartheid durante la Copa del Mundo de Rugby.

El debate está servido. ¿Hacemos de los juegos una causa diplomática o fomentamos el espíritu olímpico? Países como EE. UU., Reino Unido, Australia y Canadá han anunciado estos días su boicot diplomático a China. Y hace una semana, 243 organizaciones de derechos humanos, encabezadas por Human Rights Watch, firmaron una carta conjunta para pedir dicho boicot, argumentando los repetidos atropellos a los derechos fundamentales contra la población, con especial énfasis en lo sucedido en Xinjiang, Tíbet y Hong Kong. China, por su parte, a través de su portavoz de exteriores, aseguró que «el deporte no tiene nada que ver con la política. Los Juegos Olímpicos de Invierno no son un lugar para el postureo político. Quienes se han unido a este error» [en referencia al boicot] deben «demostrar espíritu olímpico en lugar de socavar la causa olímpica».

La cuestión es si the show must go on como si nada ocurriese. El Gobierno de Xi Jinping, por ejemplo, tiene encarcelados, según Amnistía Internacional, a una periodista que informó sobre el inicio de la pandemia en Wuhan; a un monje tibetano que expresaba opiniones políticas en su web; a una defensora de derechos humanos que denunció casos de tortura, o a un académico que proponía medidas para acabar con la discriminación de su etnia. Y un abogado molesto desapareció hace tres años. «Con estos juegos, las autoridades chinas buscan reforzar su condición de superpotencia y desviar la atención sobre la pésima situación de los derechos humanos en el país, tratando de lavar así su imagen internacional. Pero ni los aros olímpicos pueden tapar el trágico historial de represión en este país», asegura Esteban Beltrán, director de Amnistía Internacional en España.

Si atendemos a la cuestión religiosa, las últimas noticias de diciembre alertaban de que organizaciones y personas extranjeras no podrán ofrecer servicios de información religiosa por internet a partir de marzo. Las entidades y los particulares chinos tendrán la posibilidad de operar estos servicios, pero habrán de solicitar permiso a los departamentos provinciales de asuntos religiosos. Una vez que hayan obtenido la autorización, podrán predicar doctrinas religiosas «que conduzcan a la armonía social» y que guíen a los creyentes «al patriotismo y al respeto a la ley». Asimismo, los predicadores y quienes participen en estos servicios tendrán que registrarse en las plataformas en línea con su nombre real.

Las nuevas medidas incluyen la prohibición de la emisión en vivo de actividades religiosas como el Bautismo, la quema de incienso, o el canto religioso. Aparte de los individuos autorizados, «ninguna organización o persona» podrá llevar a cabo trabajo misionero o formación religiosa, como aseguraba un diario local. Los departamentos de seguridad estatal «se harán cargo» de «personas que confabulen con extranjeros» para usar la religión con el fin de poner en peligro la seguridad nacional. Aunque oficialmente en China existe la libertad de culto, numerosas organizaciones internacionales han denunciado abusos y represión contra las minorías étnicas musulmanas y contra creyentes cristianos.

Los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín serán un espectáculo deportivo memorable, pero su audiencia mundial no puede ignorar deliberadamente lo que ocurre en China. Quizá la clave no sea el boicot, pero sí aprovechar la oportunidad para recordar al Gobierno la obligación de respetar los derechos humanos. Algo que bien podría registrar también la audiencia española que siguió la Supercopa de España en Arabia Saudí. Y, de nuevo, cuando se juegue el Mundial de Catar, en noviembre de este año, donde desde 2010 que empezaron las obras para construir los estadios, han muerto una media de doce trabajadores a la semana.