Sin miedo a crear; la alegría de creer - Alfa y Omega

Sin miedo a crear; la alegría de creer

El musical No tengáis miedo llega a Polonia

Teresa Gutiérrez de Cabiedes
Una escena del musical No tengáis miedo. Foto: Carlos Ferrer.

El revival de los musicales también bascula entre la inercia consumista y la crisis económica. Sin embargo, entre los frutos sabrosos que nos prodigó la pasada Jornada Mundial de la Juventud brilla el musical No tengáis miedo, dirigido por José Antonio Fernández. En enero de 2011 la estrenó una joven compañía conquense y emprendió una gira que ya tiene como destino Polonia.

Si algo brilla en este guión es la esencia del alma polaca, que nutrió el carisma de Karol Wojtyla. Patriotismo, arraigo familiar, riqueza espiritual, pasión por conocer, el teatro como entrenamiento vital, el amor humano preludio de un idilio divino, perdón y odio combatiendo en la guerra… y Dios, que, lejos de la caricatura postmoderna, no quita nada al hombre y le regala una alegría contagiosa.

Alegría: ésa es la batuta que marca el compás de este musical. La alegría de una vida lograda, reflejada en una selección maravillosa de los acontecimientos que tallaron la personalidad del Pontífice polaco. Alegría que emana incluso de los pasajes dramáticos, en los que la Providencia no es decorado, sino alimento del alma. Alegría en una puesta en escena festiva, juvenil, que saca el mayor partido a la sobriedad de recursos.

Drama e Iglesia

Hay un momento álgido en el que el guión de Águeda Lucas logra la excelencia: iluminación y música focalizan alternativamente dos ángulos. Por una parte, se vive un momento dramático: drama en la conciencia de quienes eligen al sucesor de Pedro; drama, el de Karol Wojtyla, que tiene que asumir libremente el peso del largo y ancho mundo.

Por otro lado, se ve a una la Iglesia expectante (representada por unos jóvenes polacos, inquietos por el resultado del cónclave). Las notas clásicas, con resonancias gregorianas y acompañamiento de órgano, recogen la melodía de la Capilla Sixtina y dejan paso a una proyección de las primeras palabras de Juan Pablo II. Y, cuando un aplauso unánime hace obvio que el escenario se funde con la sala, la plaza de San Pedro revienta de júbilo en una versión pop magistral del Habemus Papam.

Un cura al teclado y dirigiendo coro y orquesta en vivo; una monja con guitarra acústica; familias enteras en escena; decenas de jóvenes… ¿Es ésa la fórmula de una producción que ha hecho ponerse en pie a un público de casi 20.000 personas? Puede que esta compañía revele que la comunión de espíritus garantiza un trabajo en equipo impecable.

Tal vez el plus sea también el estribillo de uno de los trece temas musicales: «No dejéis de creer, no paréis de crear»; la fe y la razón, armonizadas, generan belleza. Y este equipo amateur llega a superar el espectáculo profesional porque sus miembros no actúan sin más: financiados únicamente por su talento, encarnan lo que creen. Y creen que hay una alegría irresistible en vivir sin miedo: sin miedo a emocionarse, a divertirse, a entregarse, como Juan Pablo II.