Si no vemos a Dios primero - Alfa y Omega

Si no vemos a Dios primero

Lunes de la 33ª semana del tiempo ordinario / Lucas 18, 35-43

Carlos Pérez Laporta
Curación del ciego de Jericó. Matthias Gerung. Biblia de Ottheinrich, Biblioteca Estatal de Baviera.

Evangelio: Lucas 18, 35-43

Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron:

«Pasa Jesús Nazareno».

Entonces empezó a gritar:

«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!».

Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte:

«¡Hijo de David, ten compasión de mi!».

Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.

Cuando estuvo cerca, le preguntó:

«¿Qué quieres que haga por ti?».

Él dijo:

«Señor, que recobre la vista».

Jesús le dijo:

«Recobra la vista, tu fe te ha salvado».

Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios.

Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.

Comentario

El ciego del Evangelio debió levantarse aquel día como todos los otros días. De nuevo tendría que pasar la jornada esperando que alguien se compadeciese y le diese algunas monedas. Sus días estaban hechos de esa espera. Apostarse en el camino a Jerusalén garantizaba algo más de compasión, porque el destino servía de presión moral a los caminantes. Pero ceguera hacía de aquellas chispas de misericordia algo casi impersonal. El resto de pobres podían ver los rostros de compasión de aquellos que les ayudaban. Pero él no veía. Las personas que dejaban algunas monedas al pasar eran para él todas iguales, o todas la misma. Eso era quizá lo que más le pesaba. Toda su vida había vivido de una misericordia sin rostro.

Pero ese día pasó por delante el rostro mismo de la misericordia. Él no podía verle, pero pudo escuchar lo que todos decían de Él. Si era cierto, aquel hombre le permitiría ver todo lo que no había podido nunca ver. Por eso comenzó a gritar como un loco. Tanto gritaba que molestaba a todos. La urgencia por ver a Jesús molesta a los que le siguen de manera rutinaria y con moderación. Pero él lo esperaba todo de Jesús. Nadie podría callarlo. Entonces Jesús se paró y atendió a su ruego. Lo primero que pudo ver en su vida fue a aquel hombre, el Hijo de Dios. Lo primero que vio en su vida fue la carne de Dios. Por eso fue su fe la que le salvó. Porque no había recuperado una capacidad fisiológica, había visto a Dios. Después de ver a Dios pudo ver todas las cosas. Por eso, «glorificaba a Dios». Todo lo que vio desde entonces estaba transido de la belleza de aquel Hombre. Si nosotros queremos ver hoy lo que sucede a nuestro alrededor, es necesario que veamos primero a Dios. Si no vemos a Dios todo nos pasará desapercibido.