«Si no fuera por la Iglesia, mi familia no comería» - Alfa y Omega

«Si no fuera por la Iglesia, mi familia no comería»

Durante años, Vallecas ha sido apodado de barrio obrero. Ahora, es más un barrio parado, en el que miles de familias, o pagan la casa, o dan de comer a sus hijos. En medio de tan duras circunstancias, las Siervas de Jesús hacen presente a Cristo desde el comedor que regentan, y en el que reparten más de 600 comidas al día, el triple que hace tres años. «Lo que damos por la puerta, entra por la ventana. Es un milagro diario», dicen

José Antonio Méndez
Casi 200 personas pasan al día por el comedor.

Llegar al comedor que las Siervas de Jesús tienen en el número 3 de la recóndita callejuela Encarnación González, en el madrileño barrio de Vallecas, es sencillo: basta con preguntar a cualquier vecino, para que le indiquen: ¿El comedor de las monjas? Sí, esta calle a la izquierda. Ayudan mucho… Y vaya si ayudan: como explica sor Josefina, la responsable del comedor, «damos más de 600 comidas al día. Casi 200, en cuatro turnos dentro del comedor. Y como los niños no pueden entrar en el comedor, porque no es un ambiente propio para ellos, repartimos comida para llevar a más de 100 familias, que, entre el matrimonio, los hijos y hasta los abuelos, suponen más de 400 raciones diarias». Así, cada familia llega con su bolsa de la compra llena de tuppers vacíos, y en la que han escrito el apellido familiar. Luego las ponen en fila, y una cadena humana de voluntarios y religiosas las llevan a la cocina, donde más Siervas y más voluntarios (muchos de ellos, jubilados) llenan las fiambreras con tantas raciones como miembros tiene la familia (primero, segundo, pan y postre). Después, sor Sandra devuelve las bolsas ya llenas a las familias, apuntando cada entrega para que nadie se quede sin su ración, ni nadie pueda aprovecharse de la caridad con picaresca y malas artes.

Pero, ¿qué hacen las Siervas de Jesús, cuyo carisma es atender enfermos, regentando un comedor? Sor Josefina explica que, «durante años, esto fue un dispensario médico, pero hace 10 años vimos que nuestra labor ya la hacía la sanidad pública y que podríamos ayudar más así. Como decía nuestra fundadora, santa Mª Josefa del Corazón de Jesús, nos adaptamos a los tiempos para ser fieles al Evangelio». Y fue una intuición providencial: en los últimos tres años, han triplicado las comidas que reparten.

Juan, Cándida y sus dos hijos, tras recoger la comida.

El secreto para dar de comer a tanta gente es confiar en Dios: «Los recibos de la luz los pagamos con ayuda de una parroquia, la comida la da el Banco de Alimentos, algunos supermercados, gente particular… Aquí vivimos un milagro cada día, y lo que damos por la puerta, entra por la ventana; es el Espíritu quien mueve el corazón de las personas para que nos ayuden», dice sor Josefina.

El ingrediente secreto del menú

Aún así, hay días en que se vacía la despensa: «Hace poco nos quedamos sin postre, le pedimos ayuda a Dios y ese día nos enviaron un montón de kilos de naranjas; otro día que no teníamos primero, nos llamaron para preguntar si queríamos dos palets llenos de patatas; otro día nos dieron 600 kilos de salchichas. Desde que estoy aquí, creo más en los milagros», reconoce sor Josefina. De esos milagros se benefician familias como la de Juan, Cándida y sus hijos. Juan era vigilante de seguridad y hace unos meses se quedó en paro, como Cándida. «O pagaba la hipoteca, o comían mis hijos —dice Juan—. Así que me tragué el orgullo y, para no verme bajo de un puente, pago la casa y vengo a que me den la comida. Si no fuera por la Iglesia, mi familia no comería. Además, las monjas te tratan bien». Se nota que, como dice sor Sandra, el ingrediente secreto de su menú «es hacer presente a Cristo en el trato de tú a tú».