Ser cristiano implica servir a la Verdad
Servidores y testigos de la verdad: con este lema de la próxima Misión Madrid titula nuestro cardenal arzobispo su exhortación pastoral de esta semana en la que escribe:
Conocer la verdad, vivir en la verdad, actuar y obrar conforme a la verdad es imprescindible para que el hombre pueda alcanzar la meta de su felicidad ya aquí, en el tiempo y en su historia y, más allá de la misma, en la eternidad. ¿Hay alguien que quiera vivir en la mentira o en el error? Nadie ve bien, ni tolera que le mientan en los asuntos, incluso, los más triviales del día a día. Todos queremos salir de la ignorancia y de la equivocación cuando se trata de la salud del cuerpo y de la comprensión de la realidad física que nos rodea y condiciona. Nos interesa saber con certeza lo que ha ocurrido en la historia lejana y cercana en la que está entretejida nuestra existencia particular y familiar. Nos gusta e, incluso, exigimos tener una veraz información de lo que pasa en el momento y en las circunstancias sociales del presente; y ¡cómo nos agradaría desentrañar el futuro, previendo los acontecimientos que van a afectar nuestras vidas!
La ciencia contemporánea nos ha hecho avanzar en el conocimiento y dominio técnico del mundo empírico, que vemos y tocamos, de forma prodigiosa. Las llamadas ciencias humanas —la psicología, la sociología, las ciencias económicas, políticas y jurídicas…—, igualmente; unas y otras nos ayudan a conocer parcelas de la realidad muy importantes para nuestro bienestar. Se trata, sin embargo, de verdades parciales que, si responden a aspectos muy valiosos del ser y de la vida del hombre en este mundo, no abarcan ni responden, sin embargo, a las grandes y decisivas cuestiones que tienen que ver con su origen y su destino, con la fuente primera y última de su ser y de su libertad, con la victoria sobre el mal y sobre la muerte, es decir, con el logro definitivo e imperecedero de su felicidad. Para ello se necesita ir más allá y más al fondo de la materia y de lo sensible de nuestra naturaleza y encontrar y conocer su principio y fondo espiritual: ¡el alma! La más grave ignorancia del hombre y para el hombre es la que se refiere al alma. Es la ignorancia que le impide conocer a Dios, creador de todas las cosas, del cual el hombre es imagen y semejanza y, además, conocerle como el que nos busca y ama para que podamos participar de su gloria, que interviene en nuestra historia —la personal y la general— y que lo ha hecho de una forma que sobrepasaba, sobrepasa y sobrepasará siempre todas las capacidades de conocimiento y de esperanza propias del hombre, a través del misterio de la Encarnación y de la Pascua de su Hijo Unigénito, Jesucristo, en un acto infinito de su amor insondable que se nos revela y manifiesta como el amor personal del Padre al Hijo en la unidad del Espíritu Santo: la Persona-Amor en el misterio de la Santísima Trinidad. La verdad de Cristo es la Verdad que salva al hombre. Es la verdad que responde definitiva y gloriosamente a todas sus grandes preguntas, anhelos y deseos de bien, de felicidad y de vida plena que no pasarán nunca. Es la verdad que le permite descubrir el secreto y la realidad viva del amor: de cómo se ama, de cómo se puede amar auténticamente, de hasta dónde nos lleva el amor en el camino diario de la vida herida por tantos pecados nuestros. ¿Hay alguien que pueda decir Estoy libre de pecado, causa y origen de tantos de los problemas de todo orden y de las crisis que nos agobian en la actualidad?
Misioneros de la Verdad
La Iglesia es la primera servidora y testigo de la Verdad, porque es el Cuerpo de Cristo, su Pueblo, su Familia y Casa: «es en Él como un sacramento o signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Concilio Vaticano II: Constitución Lumen Gentium, 1). En ella se guarda, se enseña y se escucha su Palabra, y en ella se recibe su perdón y su gracia; en ella se vive en la comunión afectiva y efectiva de su amor. Ser cristiano implica esencialmente una tarea y una misión: asumir en el pensamiento, en la palabra y en las obras el servicio y el testimonio de la verdad de Cristo, en comunión con los que han recibido en el sacramento del Orden el carisma y el oficio de representarlo como Cabeza y Pastor de su Iglesia y que obran in persona Christi: los doce con Pedro, que la preside en la Comunión y en la Misión, y que perviven por la sucesión apostólica, hasta hoy mismo y siempre, en el Papa, los obispos, con sus necesarios colaboradores, los presbíteros. Sí, en esta hora histórica de nueva evangelización, vivida en Madrid con la intensidad humana, espiritual y eclesial de lo que fue y nos legó la Jornada Mundial de la Juventud del pasado año; en una situación de verdadera encrucijada de civilización y de cultura, de sufrimientos, de incertidumbres personales y sociales, de temores, pero, también, de esperanza de cara al próximo y lejano futuro, queremos ser, en este curso pastoral que comienza en la archidiócesis de Madrid, fieles cristianos, valientes y generosos, cooperadores incansables en la misión de la Iglesia al servicio y para el testimonio convincente y atrayente de la Palabra de Cristo que nos transforma y salva por su amor infinitamente misericordioso, comprometidos sin pausa con el destino del hombre hermano. Sí, queremos ser, en este Madrid de nuestros difíciles días, auténticamente cristianos, es decir, misioneros de la Verdad y, así, de la esperanza, del amor, de la gracia: ¡de la vida de Cristo!
A María, la Madre del Señor y de la Iglesia, a la que invocamos en Madrid como Nuestra Señora la Real de La Almudena, en la fiesta de su Nacimiento, le pedimos que nos ayude a abrir el corazón y el alma a la gracia nueva de la Misión Madrid para nuestra santificación y la evangelización de los madrileños, siguiendo el camino de la sencilla y obediente humildad que ella escogió.