«Sentí tanta paz que me dieron ganas de quedarme dormido en el hombro del Papa»
El chileno Rubén Nahuelpán, de la etnia mapuche, experimentó una crisis familiar en Navidad. Tras una fulgurante conversión, recibió dos invitaciones inesperadas para asistir a una Misa y a un almuerzo con el Papa. A sus 50 años, se confesó por primera vez. Así lo ha contado el portal chileno Portaluz:
A comienzos de diciembre del año 2017, Rubén Nahuelpán desconocía que estaba a punto de enfrentar una de las crisis más graves de su vida. En dramáticas circunstancias tendría una experiencia de conversión a Dios –con quien no se relacionaba desde su infancia– y no podía siquiera imaginar que Papa Francisco sería usado por el Espíritu Santo para enamorar su alma y confirmar su incipiente fe católica… mientras conversaban en un almuerzo privado, en el contexto de la reciente visita apostólica del Pontífice a Chile.
Rubén nació en San José de la Mariquina, pequeña ciudad del sur de Chile y siendo aun pichiche (niño), su familia Nahuelpán (de la etnia mapuche) se trasladó a la caleta de pescadores Mehuín, a orillas del Gran Lafken (mar). Así, desde entonces, este hombre estaría vinculado al Océano Pacífico. Hoy, lleva más de 30 años trabajando como buzo mariscador y es también dirigente social en la Caleta de pescadores Nehuentúe, donde vive con su esposa Cecilia. El lugar es un bello rincón del pacífico sur, cuyo producto estrella que extraen del mar son los ‘choros maltones’ (mejillones maltones), sabrosos, suaves al paladar y de gran tamaño; aunque la zona es también rica en otros mariscos, pescados y algas.
La tormenta que le lleva ante Dios
Rubén y su esposa Cecilia no están casados sacramentalmente, pero el 24 de septiembre de 2017 –con ocasión del matrimonio de uno de sus hijos–, ella reveló cuánto valora el vínculo sacramental escribiendo en Facebook: «Lo que une el Señor Jesús, que no lo separe el hombre».
Semanas después, el último mes del año 2017, finalizaba sus estudios de medicina otro de los hijos y el matrimonio le acompañó feliz en Temuco (capital de la región, distante a 85 kilómetros desde la costa de Nehuentúe). Nada parecía amenazar el vínculo, ni la familia formada por Rubén y Cecilia. Pero pocas horas después de celebrar con el hijo y de forma inesperada, surgió una crisis que se desbordó en emociones; en silencios que herían dejando espacio a las dudas; y se dijeron palabras extremas teñidas de juicios, rabia y dolor.
Y pasaron los días, distanciados, faltos de paz, ahondando un conflicto que amenazaba terminar en separación o divorcio. El día 25 de diciembre, ante todos sus hijos Rubén reveló el quiebre, expresando a su esposa cuánto le amaba y lamentaba las palabras dichas en ofuscación, buscando así iniciar una reconciliación. Cecilia se resistía, pero Rubén mordía su pena.
Conociendo de la ternura y misericordia
En este momento de total turbación Rubén, quien no tenía ningún vínculo con Dios ni la fe católica, pues apenas recordaba haber sido bautizado ya de mayor con 14 años, se derrumbó ante Dios y en un acto de sabiduría casi inconsciente buscó a un sacerdote católico. Le pidió hablar en secreto de confesión…. «Pensé: Dios me conoce, sabe cómo estoy, lo que sucede, no se va a burlar de mí, él me va a escuchar, solo él me puede ayudar. Yo le llamo milagro porque le supliqué a Nuestro Señor, me arrodillé, lloré. No sé si me quedó alguna palabra para suplicarle piedad por mí, por mi matrimonio, que me ayudara. Y Dios me fue mostrando cosas que nunca había visto porque el mejor abogado que puedo tener es mi Dios todopoderoso y como Dios es tan hermoso, me consolaba, él me conocía de mucho tiempo a mí», recuerda Rubén.
A primera hora el sábado 13 de enero viajó en su vehículo a Temuco por asuntos de trabajo. En una calle de la ciudad, dice, se sintió tocado por una frase que escuchó a un pastor evangélico quien predicaba en la vía pública a viva voz. «“Si estas con dolor entrégaselo a Dios, si tienes pena entrégasela a Dios”», decía. ¡Me está hablando a mí! pensé. Llego me bajo de mi vehículo y terminé arrodillado, quedé totalmente abatido con Dios. Me abatió desde la una hasta las tres de la tarde. Cuando termina la predicación, el coro y todo, se me acerca una señora preguntándome quien era yo entregándome en un papelito la dirección y horarios del templo invitándome a ir».
Al llegar de regreso a Nehuentúe, Rubén se desbordó emocionalmente contándole a Cecilia lo que había vivido y ella, viendo la sinceridad espiritual de su esposo, se alegró con él. En la tarde cuando quiso buscar el trozo de papel, sin saber cómo –y hasta ahora–, había desaparecido. «En ese momento me llama el padre Patricio Gutiérrez y dice en tono de broma: “Usted hizo unas maldades y quiero ir a conversar con usted a las seis y media de esta tarde”. Llega el padre a mi casa y de inmediato oró bendiciendo el hogar, nuestro matrimonio, la familia. Casualmente estaba toda la familia aquí en casa».
Con los días Rubén dice estar convencido es la voluntad de Dios lo sucedido, pues el sacerdote le traía una invitación personalizada para que él y su familia participaran de la Eucaristía que el Papa Francisco celebraría el día 17 de enero siguiente en el Aeropuerto de Maquehue cercano a Temuco. «Yo no voy nunca a la Iglesia padre, dije. Pero si usted me trae esta bendición a mi casa, lo acepto. Todos en la familia estaban felices y aunque con el paso de los días yo dudaba, Cecilia y mis hijos me animaban a ir».
El Vicario de Cristo le confirma en la fe
El día 16, previo a la misa que celebraría el Papa, toda la familia ya estaba en Temuco. Rubén había permanecido solo en casa cuando casi a las seis de la tarde sonó el celular. Era el rector de la Universidad de Temuco, Aliro Bórquez, quien le comunicó estaba invitado además a compartir al día siguiente el almuerzo con Papa Francisco, junto a otras diez personas…
«¡Dios mío!, dije y me puse a llorar de alegría. ¡Qué grande Dios! Sin dudarlo entré en ayuno, no dormí nada y estuve orando todo el tiempo. Me fui a la una y media de la mañana a Temuco. Diez para las seis estaba donde don Aliro me había indicado. Fueron todas horas de gozo y alegría ese día 17, porque este almuerzo no era para los santos, sino para los miles que estaban en las calles, en la misa, con vidas como la mía… Sobre esos momentos del almuerzo, Dios era el que andaba ahí. El Papa es sereno, no puso barreras de nada. “Háblenme, cuéntenme”, dijo. Se quedó como quince minutos en silencio con sus manos aquí (apoyadas) en la pera (mentón, barbilla) y nos miraba a cada uno de nosotros fijamente mientras nos presentamos. Sentí que el Papa me miró de igual a igual… con mi vocabulario, él con su vocabulario. Le dije del dolor grande vivido en mi corazón y que por intermedio de él quería decirle a Dios Padre muchas gracias por lo que hizo por Rubén Nahuelpán. Yo lo abracé (al Papa) y me dieron ganas de quedarme dormido en su hombro porque era un relajo tan hermoso, tan de paz, ¡tan de paz! (llora emocionado al recordar Rubén). El Papa me hizo llegar a Dios junto obviamente al padre Patricio con quien me confesé antes de asistir (al referido almuerzo), todos mis pecados. A los cincuenta años. Primera vez en mi vida que lo hacía».
Rubén continúa encontrándose al menos una vez por semana con su cura párroco. Va a misa cada domingo y dice es «por hambre de Cristo, no hay domingo que falte». Está en preparación para recibir en algunos meses más su Primera Comunión, confirmarse y Dios mediante también junto a Cecilia vivir el sacramento del matrimonio. «Lo más importante es que con mi señora recibamos a Nuestro señor Jesucristo en el corazón y nos unamos para siempre. Dios me salvó, me hizo este milagro. ¡Amo a Dios! Sé que muchos problemas se evitan si somos sinceros y considerando en todo la fe, sin temer al qué dirán».
El chileno Rubén Nahuelpán, de la etnia mapuche, experimentó una crisis familiar en Navidad. Tras una fulgurante conversión, recibió dos invitaciones inesperadas para asistir a una Misa y a un almuerzo con el Papa. A sus 50 años, se confesó por primera vez. Así lo ha contado el portal chileno Portaluz:
A comienzos de diciembre del año 2017, Rubén Nahuelpán desconocía que estaba a punto de enfrentar una de las crisis más graves de su vida. En dramáticas circunstancias tendría una experiencia de conversión a Dios –con quien no se relacionaba desde su infancia– y no podía siquiera imaginar que Papa Francisco sería usado por el Espíritu Santo para enamorar su alma y confirmar su incipiente fe católica… mientras conversaban en un almuerzo privado, en el contexto de la reciente visita apostólica del Pontífice a Chile.
Rubén nació en San José de la Mariquina, pequeña ciudad del sur de Chile y siendo aun pichiche (niño), su familia Nahuelpán (de la etnia mapuche) se trasladó a la caleta de pescadores Mehuín, a orillas del Gran Lafken (mar). Así, desde entonces, este hombre estaría vinculado al Océano Pacífico. Hoy, lleva más de 30 años trabajando como buzo mariscador y es también dirigente social en la Caleta de pescadores Nehuentúe, donde vive con su esposa Cecilia. El lugar es un bello rincón del pacífico sur, cuyo producto estrella que extraen del mar son los ‘choros maltones’ (mejillones maltones), sabrosos, suaves al paladar y de gran tamaño; aunque la zona es también rica en otros mariscos, pescados y algas.
La tormenta que le lleva ante Dios
Rubén y su esposa Cecilia no están casados sacramentalmente, pero el 24 de septiembre de 2017 –con ocasión del matrimonio de uno de sus hijos–, ella reveló cuánto valora el vínculo sacramental escribiendo en Facebook: «Lo que une el Señor Jesús, que no lo separe el hombre».
Semanas después, el último mes del año 2017, finalizaba sus estudios de medicina otro de los hijos y el matrimonio le acompañó feliz en Temuco (capital de la región, distante a 85 kilómetros desde la costa de Nehuentúe). Nada parecía amenazar el vínculo, ni la familia formada por Rubén y Cecilia. Pero pocas horas después de celebrar con el hijo y de forma inesperada, surgió una crisis que se desbordó en emociones; en silencios que herían dejando espacio a las dudas; y se dijeron palabras extremas teñidas de juicios, rabia y dolor.
Y pasaron los días, distanciados, faltos de paz, ahondando un conflicto que amenazaba terminar en separación o divorcio. El día 25 de diciembre, ante todos sus hijos Rubén reveló el quiebre, expresando a su esposa cuánto le amaba y lamentaba las palabras dichas en ofuscación, buscando así iniciar una reconciliación. Cecilia se resistía, pero Rubén mordía su pena.
Conociendo de la ternura y misericordia
En este momento de total turbación Rubén, quien no tenía ningún vínculo con Dios ni la fe católica, pues apenas recordaba haber sido bautizado ya de mayor con 14 años, se derrumbó ante Dios y en un acto de sabiduría casi inconsciente buscó a un sacerdote católico. Le pidió hablar en secreto de confesión…. «Pensé: Dios me conoce, sabe cómo estoy, lo que sucede, no se va a burlar de mí, él me va a escuchar, solo él me puede ayudar. Yo le llamo milagro porque le supliqué a Nuestro Señor, me arrodillé, lloré. No sé si me quedó alguna palabra para suplicarle piedad por mí, por mi matrimonio, que me ayudara. Y Dios me fue mostrando cosas que nunca había visto porque el mejor abogado que puedo tener es mi Dios todopoderoso y como Dios es tan hermoso, me consolaba, él me conocía de mucho tiempo a mí», recuerda Rubén.
A primera hora el sábado 13 de enero viajó en su vehículo a Temuco por asuntos de trabajo. En una calle de la ciudad, dice, se sintió tocado por una frase que escuchó a un pastor evangélico quien predicaba en la vía pública a viva voz. «“Si estas con dolor entrégaselo a Dios, si tienes pena entrégasela a Dios”», decía. ¡Me está hablando a mí! pensé. Llego me bajo de mi vehículo y terminé arrodillado, quedé totalmente abatido con Dios. Me abatió desde la una hasta las tres de la tarde. Cuando termina la predicación, el coro y todo, se me acerca una señora preguntándome quien era yo entregándome en un papelito la dirección y horarios del templo invitándome a ir».
Al llegar de regreso a Nehuentúe, Rubén se desbordó emocionalmente contándole a Cecilia lo que había vivido y ella, viendo la sinceridad espiritual de su esposo, se alegró con él. En la tarde cuando quiso buscar el trozo de papel, sin saber cómo –y hasta ahora–, había desaparecido. «En ese momento me llama el padre Patricio Gutiérrez y dice en tono de broma: “Usted hizo unas maldades y quiero ir a conversar con usted a las seis y media de esta tarde”. Llega el padre a mi casa y de inmediato oró bendiciendo el hogar, nuestro matrimonio, la familia. Casualmente estaba toda la familia aquí en casa».
Con los días Rubén dice estar convencido es la voluntad de Dios lo sucedido, pues el sacerdote le traía una invitación personalizada para que él y su familia participaran de la Eucaristía que el Papa Francisco celebraría el día 17 de enero siguiente en el Aeropuerto de Maquehue cercano a Temuco. «Yo no voy nunca a la Iglesia padre, dije. Pero si usted me trae esta bendición a mi casa, lo acepto. Todos en la familia estaban felices y aunque con el paso de los días yo dudaba, Cecilia y mis hijos me animaban a ir».
El Vicario de Cristo le confirma en la fe
El día 16, previo a la misa que celebraría el Papa, toda la familia ya estaba en Temuco. Rubén había permanecido solo en casa cuando casi a las seis de la tarde sonó el celular. Era el rector de la Universidad de Temuco, Aliro Bórquez, quien le comunicó estaba invitado además a compartir al día siguiente el almuerzo con Papa Francisco, junto a otras diez personas…
«¡Dios mío!, dije y me puse a llorar de alegría. ¡Qué grande Dios! Sin dudarlo entré en ayuno, no dormí nada y estuve orando todo el tiempo. Me fui a la una y media de la mañana a Temuco. Diez para las seis estaba donde don Aliro me había indicado. Fueron todas horas de gozo y alegría ese día 17, porque este almuerzo no era para los santos, sino para los miles que estaban en las calles, en la misa, con vidas como la mía… Sobre esos momentos del almuerzo, Dios era el que andaba ahí. El Papa es sereno, no puso barreras de nada. “Háblenme, cuéntenme”, dijo. Se quedó como quince minutos en silencio con sus manos aquí (apoyadas) en la pera (mentón, barbilla) y nos miraba a cada uno de nosotros fijamente mientras nos presentamos. Sentí que el Papa me miró de igual a igual… con mi vocabulario, él con su vocabulario. Le dije del dolor grande vivido en mi corazón y que por intermedio de él quería decirle a Dios Padre muchas gracias por lo que hizo por Rubén Nahuelpán. Yo lo abracé (al Papa) y me dieron ganas de quedarme dormido en su hombro porque era un relajo tan hermoso, tan de paz, ¡tan de paz! (llora emocionado al recordar Rubén). El Papa me hizo llegar a Dios junto obviamente al padre Patricio con quien me confesé antes de asistir (al referido almuerzo), todos mis pecados. A los cincuenta años. Primera vez en mi vida que lo hacía».
Rubén continúa encontrándose al menos una vez por semana con su cura párroco. Va a misa cada domingo y dice es «por hambre de Cristo, no hay domingo que falte». Está en preparación para recibir en algunos meses más su Primera Comunión, confirmarse y Dios mediante también junto a Cecilia vivir el sacramento del matrimonio. «Lo más importante es que con mi señora recibamos a Nuestro señor Jesucristo en el corazón y nos unamos para siempre. Dios me salvó, me hizo este milagro. ¡Amo a Dios! Sé que muchos problemas se evitan si somos sinceros y considerando en todo la fe, sin temer al qué dirán».