Se jugaron la vida por los náufragos, pero se preguntan si fue suficiente - Alfa y Omega

Se jugaron la vida por los náufragos, pero se preguntan si fue suficiente

El dolor de los agentes que salvaron a casi todos los migrantes del cayuco hundido en El Hierro se suma al de la Iglesia. «No nos gustaría que estas muertes quedaran en un dato», subraya el delegado de Misiones

Rodrigo Moreno Quicios
Entierro de los migrantes en el cementerio de Valverde, en la isla de El Hierro
Entierro de los migrantes en el cementerio de Valverde, en la isla de El Hierro. Foto: Europa Press.

Javier Iglesias es propietario del bar Mar de las Calmas, en primera línea de playa en la isla de El Hierro. Vive «justo enfrente de donde ocurrió el accidente» en el que tres niñas y cuatro mujeres perdieron la vida el 28 de mayo, cuando una patera con 150 personas a bordo volcó a tan solo a unos metros del muelle. «Seremos noticia hoy y mañana, pero luego dejaremos de serlo», lamenta. En su pueblo, La Restinga, «estamos acostumbrados a la llegada de cayucos casi a diario. Hace unos meses hubo otro naufragio muy cerquita pero, como no vimos las caras de quienes lo sufrieron, entonces no lo sentimos igual». Nada más escuchar los gritos desde su domicilio a las 9:30 horas de aquella mañana, acudió a toda prisa al embarcadero porque «todas las manos son pocas». Angustiados tras cinco días de viaje, los migrantes se habían agitado al intentar trasladarse a la barcaza de Salvamento Marítimo que los recogía. Su precaria embarcación se volteó y se produjo una «situación de pánico» en la que unos cuerpos se amontonaron sobre otros. «Los policías y el personal de Salvamento Marítimo no dudaron en saltar cuando vieron que había niños ahogándose», narra Iglesias. Fruto de sus reflejos y su valentía, salvaron a la mayoría, pero fue imposible lograrlo con todos.

Policía Nacional y Salvamento Marítimo intentan salvar la vida a los migrantes en La Restinga
Policía Nacional y Salvamento Marítimo intentan salvar la vida a los migrantes en La Restinga. Foto: EFE / Gelmert Finol.

«Estamos muy cansados y nadie quiere hablar, hay un dolor muy grande en la isla y les supondría revivir las cosas», nos confía Darwin Rivas. Es sacerdote en la isla del Hierro y voluntario en la ONG Corazón Naranja, que estuvo acompañando a los supervivientes los primeros días. Por respeto al duelo de estos policías que se jugaron la vida, prefiere no ponernos en contacto con ellos. Sí revela que «estos días he estado hablando con alguno y lo están pasando mal».

Con los datos en la mano, a todas luces «han hecho bastante, porque han salvado a otras personas»; pero en el fondo de sus corazones, pese a la proeza, «siguen preguntándose si podrían haber hecho más». Como si hubiera sido poco. «Son seres humanos que tienen hijos y, si ven morir a una mujer o un niño, se quedan tocados», confiesa el párroco de San Andrés. Haciendo de tripas corazón, considera que «hay que seguir adelante y ayudar a que el mundo continúe»; pero reconoce que «para los que vivimos en esta isla tan pequeña, cuando se rompe el equilibrio, recomponerlo exige un tiempo». «Ha sido traumático», sentencia.

El sacrificio de las madres

Según Pepe Hernández, presidente de la Fundación Canaria Buen Samaritano —que no guarda relación con la entidad homónima afincada en Madrid—, el perfil de las personas que no lograron llegar a la orilla muestra cómo «para una madre lo más importante es salvar a su hijo». Lo que llevó a que, buscando primero sacar a sus pequeños del agua, no se dieran a sí mismas la prioridad que sí se concedieron otros supervivientes. La entidad que preside cuenta con 140 plazas para migrantes no acompañados que, nada más alcanzar la mayoría de edad, son dejados de lado por la Administración. El suyo supondrá uno de los recursos por los que pasarán los tripulantes más jóvenes de esta patera cuando abandonen los centros de menores de Tenerife. A esta isla han sido trasladados, a las 72 horas del naufragio, la mayoría de migrantes. Los adultos y las familias completas, tras pasar por el Centros de Atención Temporal de Extranjeros que gestiona Accem, serán trasladados a la Península.

Aquellos con 18 años recién cumplidos que pasen por alguno de los recursos residenciales de la Fundación Canaria Buen Samaritano recibirán «acompañamiento para hacer sus papeles, alimentación y talleres». El objetivo es «darles formación hasta que se puedan independizar» con un oficio que les permita integrarse por completo en la sociedad española. Durante su estancia en este recurso, podrán contar a Hernández y a sus compañeros las heridas que arrastran, como las muertes de otros parientes en su periplo migratorio a España, o historias duras como la de «unos chicos cuyos hermanos aparecieron en una patera a la deriva en República Dominicana porque, cuando no logran parar en El Hierro, el océano los lleva hasta América».

Por su parte, tras participar en el entierro de los siete fallecidos en los cementerios de El Pinar, La Frontera y Valverde —todos en El Hierro—, la Mesa de Migraciones de la diócesis de Tenerife ha convocado un Círculo de Silencio el próximo 7 de junio. «Queremos hacer este gesto de sensibilización para que este tema no pase desapercibido ante el ciudadano. No nos gustaría que estas muertes se quedaran solo en un dato más», señala Jesús Alberto González, su delegado de Migraciones. «Esto tiene que hacernos pensar a la ciudadanía y a los Gobiernos qué hacemos para que estas personas lleguen en estas condiciones y reivindicar vías seguras de acceso para que no tengan que morir en el intento de migrar», zanja.