Sacerdote tras el naufragio de El Hierro: «Nos tocó decirle a una niña que su hermana había muerto»
Darwin Rivas, párroco de San Andrés y voluntario en el centro de atención a migrantes, se pasó la tarde del miércoles atendiendo a los supervivientes y a los agentes que participaron en el rescate
Darwin Rivas, sacerdote de la isla de El Hierro, tiene la agenda apretada este jueves. Además de la atención a sus parroquias, a su jornada se ha sumado participar, en Valverde, en el entierro de la primera de las siete víctimas mortales del naufragio de este miércoles en el muelle. El accidente se saldó con la muerte de al menos cuatro mujeres y tres niños, entre ellos un bebé. Cuando ocurren cosas así «solemos ir y a veces nos toca cargar el ataúd», comenta con la voz entrecortada. No es la única vez que ocurre durante la conversación.
También pasará varias horas en el Centro de Acogida Temporal de Extranjeros (CATE), en San Andrés, en el territorio de una de sus parroquias. Es voluntario con la ONG Corazón Naranja. Ya el miércoles estuvo hasta medianoche. Había recibido la noticia durante un acto con niños de los colegios con motivo de la Bajada de la Virgen de los Reyes, un evento cuatrienal de gran importancia en la isla que se celebrará en julio. No acudió al muelle, sino que lo antes posible se dirigió al CATE, donde podía ser más útil.
Allí pasó la tarde y parte de la noche abrazando y acompañando a los supervivientes. Y escuchando historias conmovedoras. «Una niña preguntaba por su hermana. Viajaban solas. Nos tocó decirle que había muerto». Otro pequeño, de unos 4 años, «preguntaba por su madre. No hablaba francés. Lo poco que decía nos lo traducía un adulto». Pero no lograron averiguar si la madre era una de las fallecidas, estaba desaparecida o si el pequeño había viajado solo.
La otra cara de la moneda era «una mujer que solo decía que había perdido a su bebé». Habían rescatado el cuerpo de uno, pero no era su hijo. De momento se le considera desaparecido.
«Venir a morir aquí»
Incluso quienes no habían perdido a ningún ser querido se dolían: «Después de todo lo que hemos pasado… venir a morir aquí, viendo ya la salvación tan cerca». Dentro de sus creencias, lo atribuían a que no habría funcionado el amuleto que suelen llevar en el cayuco. «Creen que los hace invisibles y cuando ya están cerca lo lanzan al mar» para poder ser rescatados en caso de necesidad.
A lo largo de la tarde, también fueron llegando diez migrantes que habían sido trasladados al hospital. «Venía una madre con una niña de 4 años solo con un pañal y estuve ayudándola a encontrarle ropita».
Esta mujer y otro hijo suyo, bebé, se salvaron por un hecho providencial que evitó que las pérdidas fueran mayores: la embarcación tenía una lona para protegerse del sol y al volcar «mucha gente quedó atrapada ahí». Pero también se formó una bolsa de aire, de forma que cuando el cayuco se volvió a dar la vuelta estaban sanos y salvos.
«Tuvieron que sacar a niños muertos»
La labor de acompañamiento se extendió a los agentes que trabajan allí, a los que consideran «compañeros». «Uno se expuso lanzándose al agua para sacar a una niña. Uno de los migrantes se la entregó y él logró pasársela a otro agente y la salvó». Pero también «tuvieron que sacar a niños muertos», siendo ellos mismos padres. «Muy pocas personas saben cómo les afecta».
Otra forma de cooperar con los agentes es transmitiéndoles los datos que recogen charlando con los afectados. Rivas espera conseguir más este jueves, pues el primer día estaban bloqueados y apenas hablaban. «Se estima que venían 152 personas» y que además de los siete fallecidos «hay dos desaparecidos».
Considera verosímil la hipótesis de que al verse tan cerca de tierra firme muchos se concentraron en uno de los lados e hicieron volcar la embarcación. «Tienen hambre, quieren salvarse. Están en modo supervivencia y no prima la razón sino la adrenalina».
Cinco días inmóviles
Lo considera totalmente normal después de la «odisea» del viaje. «Se pasan cinco días sentados, absolutamente inmóviles. Muchas veces tienen que orinar y defecar encima y eso les genera unas infecciones brutales en los genitales. También vienen con heridas».
Rivas está acostumbrado a escuchar y ver cosas así. En el CATE, él y sus compañeros reciben a los inmigrantes a los pies de los autobuses que los traen del muelle. Les dan instrucciones para que se coloquen y los policías los cacheen. «En francés les explicamos que es un proceso habitual y les pedimos tranquilidad».
También ayudan como intérpretes en la siguiente etapa, el reconocimiento médico. Luego los distribuyen por las carpas donde van a dormir y les indican dónde están los baños o el comedor.