Santiago, memoria de España - Alfa y Omega

Cuando en distintas ocasiones se me ha preguntado por los artífices de España siempre he respondido, no sin un cierto afán provocador, que el personaje más importante de nuestra historia es un judío, el apóstol Santiago. Poco importa el enigma de la aparición de su cadáver, en Compostela, tan lejos de Jerusalén, donde fue decapitado; poco importa que algunos digan que los restos que reposan en su catedral pertenecen al hereje Prisciliano, también degollado y trasladado por sus seguidores al Finisterre gallego. Poco importa para cuanto ocurrió después… porque al calor de la fe de los creyentes y del cálculo político de sus monarcas, durante siglos, millones de personas peregrinaron a esa tumba situada en los confines de Europa. Carlomagno, muerto en el año 814, no llegó a conocer la trascendencia del hallazgo del obispo Teodomiro, pero sus sucesores le atribuyeron el anuncio del descubrimiento y en su sepulcro de Aquisgrán puede verse, grabada en oro, la aparición de Santiago al emperador para invitarle a visitar su tumba siguiendo el Camino de las Estrellas.

La imaginaria visita de Carlomagno a la tumba del apóstol no es más que una anécdota en el tropel de peregrinos que sí marcharon a Compostela, desde reyes, obispos y magnates a burgueses y caballeros, o a monjes y gentes sencillas dispuestas a maravillarse de lo maravilloso. El poblado gallego que no podía aspirar más que a ser la tercera meta del peregrinaje medieval, debido al rango del apóstol en el escalafón del santoral, pronto igualó a Jerusalén y a Roma, gracias a la exaltación generada por la cruzada de los reinos peninsulares contra el islam y, sobre todo, a causa de los riesgos que suponía un viaje a Tierra Santa.

Desde mediados del siglo XII, el Códice Calixtino, con su relato de la vida del apóstol y sus textos litúrgicos y piezas musicales relacionadas con su culto, fortalece el deseo de los europeos de peregrinar a Compostela, a los que también se ofrecen descripciones de la ruta y las costumbres de las gentes que vivían a lo largo del Camino iniciado en Francia. Esta parte del manuscrito, atribuida al clérigo francés Aymeric Picaud, es el primer libro de viajes de la literatura occidental, adelantado siglo y medio a las aventuras del veneciano Marco Polo. Su autor, carente de conocimientos históricos y otras virtudes, pero bien provisto de prejuicios, se despachó a gusto contra los navarros, vascos, castellanos y leoneses que se encontró en su peregrinación a Santiago. Cruzar los Pirineos y vomitar insultos y disparates fue todo uno. Algo así les sucedería a los impertinentes viajeros europeos del siglo XIX, que se inventarían una España trágica de sangre caliente y sensualidad melancólica.

Germen de la Europa urbana

A hombros del Calixtino, la idea de identidad española levanta el vuelo en torno a Santiago, el apóstol protector cuya devoción inflama a los creyentes norteños con la conciencia de la predilección divina, haciéndose perseverante en las arengas militares y los versos de los poetas como talismán de la victoria, al tiempo que la calzada de la fe, el Camino a Compostela, se convierte en el germen de la Europa urbana, la de los mercaderes y burgueses, enfrentados muy pronto a nobles y eclesiásticos. A la sombra del Camino francés discurrieron las recias figuras épicas de Roldán o del Mío Cid, los juglares amasaron las lenguas romances en bellos poemas de amor, y las monarquías europeas compartieron el románico y el gótico, el arte de la Edad Media. Con razón Goethe pudo afirmar que Europa había nacido de la peregrinación jacobea, ya que de los siglos XI al XIV el meridiano del viejo continente pasaba por Compostela.

Cuando llegue la hora suprema de España, la conquista de América, reaparecerá el apóstol en los primeros testigos del asombro, los cronistas de Indias, y sabemos que, emocionado ante la grandeza del imperio inca, Francisco Pizarro exclamará «¡Santiago y cierra España!», el mismo grito lanzado en la ocasión solemne de las Navas de Tolosa. Asimismo, acudirá a la cita en otro momento heroico de la nación española, cuando en mayo de 1808 el pueblo madrileño, generoso, arrebatado y verdadero, se adelanta al superior plano de la historia y se empeña en actuar de protagonista frente a los franceses, quienes, curiosamente, se revolverán contra la leyenda jacobea que ellos mismos habían ayudado a propagar.

Como en siglos pasados, las oraciones dirigidas al apóstol Santiago también pedirán hoy el final de la pandemia, y de nuevo el Año Santo Jacobeo, prolongado por la situación sanitaria hasta el término del 2022, atraerá a muchedumbres emocionadas que cruzarán el Pórtico de la Gloria, el mejor icono de España, la puerta más hermosa del planeta, donde la enigmática sonrisa del profeta Daniel vuela de la piedra al aire diciéndonos que el mundo está bien ordenado bajo la arquitectura del Señor.