Una vez más se constatan las palabras de san Pablo VI en la homilía de su canonización, el 31 de mayo de 1970: «Parece providencial que se evoque en nuestros días la figura del maestro Ávila por los rasgos característicos de su vida sacerdotal, los cuales dan a este santo un valor singular y especialmente apreciado por el gusto contemporáneo, el de la actualidad».
Quisiera poner de manifiesto los rasgos más característicos de su vida sacerdotal que, aunque vividos en circunstancias diferentes, constituyen el eje del ministerio sacerdotal de hoy. La primera nota distintiva es estar abierto constantemente a la voluntad del Padre. Está a la escucha permanente de qué es lo que quiere Dios de él, y de cómo poner en práctica la misión encomendada. Las palabras con las que comienza su famoso libro del itinerario cristiano son en realidad, lo que él hacía en su vida: Audi, filia, es decir, escucha a tu Padre, pon tus oídos y todo tu corazón en las palabras y voluntad de tu Padre, y no en las tuyas ni en las de este mundo. Esto supone una estrecha comunicación y unión con el Padre, diaria y permanente. Por eso san Juan de Ávila es un sacerdote místico. Ya nos los dijo Rahner: «El sacerdote del siglo XXI será místico o no será».
San Juan de Ávila está en permanente unión con Dios. Por eso se eleva en oración incluso escribiendo cartas, que se conservan. Pero esa unión permanente no nace sino de una oración personal a solas con Dios en la que invierte bastante tiempo diario. No es monje, pero reza más que un monje, ya que vive como un verdadero apóstol el llamamiento de Jesús: «Los llamó para que estuvieran con él» (Mc 3,14). Es también muy estrecha la unión con Jesús, el amigo crucificado por amor, y ahora resucitado y presente en la Eucaristía. Jesús es el hermano, y hasta el esposo íntimo de su alma, donde se juntan en «un abracijo tan grande», como dice él, que no hay palabras para poderlo explicar, y que llegan a una «unión de corazones», donde se experimenta lo vivido por Pablo: «Ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). De esta configuración con Cristo, que es siempre crecimiento permanente, nace el vivir en radicalidad los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad. Este es el secreto del sacerdote Juan de Ávila.
También en esta oración, llena del Espíritu –al que siempre invoca al comenzar–, están los otros, es decir, aquellos a quienes Dios le envía, y toda la humanidad. Su oración es lo que hoy llamamos oración apostólica. Esa oración es lo que recomienda que debe tener en primer lugar todo apóstol, y así se lo aconseja al recién elegido arzobispo de Granada, su amigo Pedro Guerrero (cf. carta 177).
Como verdadero apóstol, el sacerdote Juan de Ávila no concibe el sacerdocio vivido aisladamente de los demás sacerdotes y de los obispos, por lo que promueve la fraternidad sacerdotal, y hasta la vida en los convictorios sacerdotales, que él mismo va creando en reuniones frecuentes, etcétera. También el santo practicará esa fraternidad viviendo siempre en comunidad y enviando a sus discípulos a las misiones populares de dos en dos. En esta necesaria fraternidad sacerdotal en virtud del sacramento se adelantó también al Vaticano II, que tenemos que seguir aplicando según lo señalado en Presbyterorum ordinis núm. 8.
Entre la gente y para la gente
Otra característica es el carácter secular de su ministerio. Es decir, vivía entre la gente y para la gente. Por eso, cuando les habla personalmente, o en iglesias, en plazas, en cartas o en pequeños grupos, les llega al corazón y les alimenta con la Palabra, convierte corazones y engendra auténticos seguidores de Jesús. Trataba a los demás con tanto amor que, nos dice su biógrafo Luis de Granada, cuando una persona salía de hablar con él le parecía como si ninguna otra existiese en el mundo, por el trato cercano y amoroso recibido. Las cartas que escribe están tan dirigidas a lo que pasa a cada persona, y dan consuelo y aliento en sus circunstancias concretas que, al publicarse, han tenido que ser eliminados los nombres, por lo que hoy denominamos protección de datos.
Juan de Ávila fomenta mucho esa fe vivida en los matrimonios y en las familias. Ahí están como ejemplo sus íntimos amigos, el matrimonio formado por Tello de Aguilar e Inés de Inestrosa, y las reuniones de formación tenidas en su casa. Al sacerdote Juan de Ávila le importan mucho las cuestiones materiales de la gente, sobre todo de los pobres, por lo que promueve obras de caridad de todo tipo: colegios para huérfanos, hospitales, etc., pero se interesa especialmente por las obras de misericordia espirituales, comenzando por la creación de colegios para la formación integral de niños y jóvenes, y también lleva a cabo una ingente misión apostólica de evangelización de toda la persona y de toda la sociedad. Lleva en su corazón y en su acción seguir construyendo el Reino de Dios en la tierra hasta su plenitud en el cielo.
Estoy convencido de que Dios nos da hoy a san Juan de Ávila como luz que se pone en el candelero para alumbrar a todos los de casa. Sin duda, el santo luce como un don de Dios para todos los sacerdotes de hoy, y muy especialmente para todos los sacerdotes diocesanos seculares.
Francisco Javier Díaz Lorite
Párroco y sacerdote de la diócesis de Jaén