Así salva el fútbol a menores que cometen delitos - Alfa y Omega

Así salva el fútbol a menores que cometen delitos

El centro de menores infractores Teresa de Calcuta de Madrid desarrolla un programa de inclusión a través del deporte rey

Begoña Aragoneses
Un momento del entrenamiento del pasado lunes en el Teresa de Calcuta. Foto: Comunidad de Madrid.

Acudimos al centro de menores infractores Teresa de Calcuta, en Brea de Tajo, el mismo día en el que Madrid se despierta con la segunda muerte violenta en 24 horas y, al cierre de esta edición, la principal línea de investigación apuntaba al mundo de las bandas. Precisamente en el centro, el que alberga los delitos más graves de los seis que hay en Madrid para menores con medidas judiciales, un buen número de los 126 chicos que hay actualmente están por delitos en el contexto de estos ambientes. Allí nos encontramos con Antonio Fernández y su once de oro, el equipo de fútbol que este hombre, director de captación internacional del Sevilla F. C., ha formado con chavales para favorecer su inclusión social. El hecho de que Fernández formara parte del cuerpo técnico de la selección de Vicente del Bosque ganadora del Mundial de Sudáfrica no les impresiona tanto; en 2010 eran unos críos, más de lo que son ahora. A ellos les importan otras cosas.

—¿Te puedo pedir algo? —le dijo uno un día.

—¿Qué necesitas?

—Dame un abrazo.

De aquella visita a África, Fernández se trajo en el corazón su vocación de servicio, que plasmó en el programa Mucho más que fútbol; lo ha desarrollado en los centros penitenciarios de Valdemoro y Alhaurín de la Torre y, desde 2012, en el Teresa de Calcuta. Ahora, en el libro Mi once de oro ha plasmado algunas de las historias que ha conocido a lo largo de este tiempo, cada lunes, durante dos horas de fútbol. Lo importante no es tanto si los 16 chicos participantes juegan bien o mal, como que aprendan valores, entre otros, a controlar sus impulsos, a respetarse [muchos «perdones» se oyen durante el partidillo] y algo fundamental: el compañerismo. Ellos mismos se sorprenden de estar jugando con personas que, ni por asomo, habrían sido sus amigos fuera; más bien, todo lo contrario. Lo sabe Juancho, 18 años a punto de 19. «Aquí te inculcan que el otro es una persona; fuera no lo ves así». «Lo mío fue un caso grave», reconoce mientras explica que lleva un año, le quedan «unos cuantos» y está en régimen cerrado. El primer mes fue «el peor; pensaba en cómo estarían mi madre, mi pareja…». Luego decidió aprovechar «todo lo que el centro te ofrece», y así se puso a estudiar electricidad y además logró un contrato para hacer pan en el taller de panadería, gracias a un acuerdo que el centro tiene con el panadero del pueblo. Supone que todos los días se tenga que levantar a las tres de la madrugada, pero «soy joven y hay que aprovechar».

En el fondo, para Juancho «esto ha sido una salvación, porque yo no iba a acabar bien». El fútbol le ha ayudado a «serenarme; te refuerza, porque a mí me costaba mucho expresarme, y es una forma de evadir cosas negativas». Su entrenador apuntala esta idea: «El deporte saca lo mejor de estos chicos». No les resta culpa y siempre piensa en las víctimas, pero plantea sus infancias, en su inmensa mayoría carentes de afectos y muy desestructuradas, como el origen de todo, y ha elegido «creer en las segundas oportunidades». Son «excesivamente» jóvenes, se lamenta, para que la sociedad los excluya definitivamente.

Baloncesto con el cura

En el centro Teresa de Calcuta se hace un estudio multidisciplinar de cada chico cuando llega y, en función de eso y de su evolución y comportamiento, accede a talleres prelaborales, como el de cerámica o el de imprenta. También a otros deportes: en baloncesto tienen al capellán, Borja Langdon, que los acompaña espiritualmente si lo piden y celebra la Eucaristía una vez al mes. Cuando todo vuelva a la normalidad —el centro va más retrasado porque es sociosanitario— regresará a las actividades grupales, de catequesis, películas con valores o formación en virtudes como la «caridad, con el que piensa diferente, o es de otra banda…». «Padre, consígame un rosario», le dicen algunos; ha habido quien ha solicitado el Bautismo y hay quien incluso le pide que le case. Y también los niños, como él les llama, buscan consejo «para hablar con Dios».

Mi once de oro
Autor:

Antonio Fernández Marchán

Editorial:

Círculo Rojo

Año de publicación:

2022

Páginas:

230

Precio:

18,5 €