Sacerdote detenido en Cuba: «Viví un pedacito de la Pasión del Señor»
El padre José Castor Álvarez Devesa recuerda en exclusiva sus 20 horas de detención en un calabozo de Camagüey, el municipio cubano en el que ejerce como párroco
«Me siento bastante bien. He podido recuperarme del hambre de ahí adentro. Y no siento dolor a pesar del golpe en la cabeza. Pero estoy preocupado por todas las personas que quedaron detenidas». Estas es la primera impresión pública del padre José Castor Álvarez Devesa tras ser liberado después de haber pasado 20 horas en un calabozo camagüeyano. ¿Su delito? Participar en las manifestaciones que estallaron el domingo pasado en toda Cuba. Con el agravante de que su detención se produjo por querer socorrer a un herido. «Ya estaba en retirada la manifestación después de unos momentos violentos», cuenta, «cuando veo que una persona todavía estaba cerca de los que estaban practicando la violencia. Me voy a socorrerlo, como a sacarlo de ese ambiente»…
—¿Y entonces?
—…me dan un batazo [golpe] en la cabeza. Yo hubiera podido seguir atendiendo, pero al verme sangrando yo mismo me di cuenta que necesitaba ser transportado al hospital; me acerco a la Policía, la única que tenía automóviles, y les digo que me lleven. Me subo en el automóvil junto con otro detenido y me llevan a un policlínico. Una vez curado, quedé detenido y fui llevado a la unidad policial.
Así empezó su despiadada estancia en manos de los represores. «Bueno, los alimentos eran parcos, el trato fue contundente: al haber mucha gente, algunas autoridades andaban algo alteradas, haciendo a veces gala de agresividad. Preciso en su relato, el sacerdote aclara que, en honor a la verdad, no puede decir que fuera maltratado o torturado».
—¿Qué pasó por su cabeza durante esos momentos fatídicos?
—Estuve detenido alrededor de 20 horas. Pude ver a muchas personas que, al igual que yo, se habían manifestado, muchos jóvenes, y vi también la mano de Dios allí. Decían: «Dios sabe por qué está usted aquí». Y es verdad que podía haberme quedado. Decían que sentían fuerza. Comenzamos a conversar entre todos sobre la situación del país. Me preguntaban si Dios no se ocupaba de Cuba y hablamos de la libertad humana que ha de responder a la gracia de Dios, cómo el pueblo cubano negó a Dios.
—¿Negó a Dios el pueblo cubano?
—Creo que por culpa de esa enfermedad espiritual llamada soberbia que se impone cuando triunfa la revolución; además de otras dos enfermedades espirituales.
—¿Cuáles son?
—La superficialidad y la violencia. Fueron las condiciones para que la sociedad se quebrara. Pero las veinte horas de calabozo, sobre el hormigón fueron una experiencia que me permitió hablar lo mismo de la Sábana Santa que de la Cruz de Jerusalén. Ellos hablaron de sus vidas. Al final, la experiencia fue dura, pero fructífera. Viví un pedacito de la Pasión del Señor.
El padre Castor afirma que empezó a pensar en la Pasión antes de su detención. En el momento en el que comenzaron las protestas, para ser precisos. Se encaminaba a almorzar a su casa cuando los pies le llevaron –así lo expresa– hacia el punto de partida de las manifestaciones: «Sentía que tenía que acompañar a esas personas. Después, estando en el calabozo, pensé que no iba a poder celebrar la Misa diaria. Pero, gracias a Dios, salí y me acordaba del Señor en su Pasión, sobre todo de la coronación de espinas, en la que el Señor fue tan humilde. Que nosotros podamos ser así».
—¿Qué evaluación hace del movimiento popular varios días después de su estallido?
—En primer lugar, considero que fue algo espontáneo de un pueblo con mucha tensión y mucha presión, que sale a expresar sus ansias de libertad y mejoría fundamentalmente por parte de la juventud. Como una olla de presión que explota a través de una válvula de escape. Aquí en Camagüey fue un movimiento bastante pacífico pese a la vehemencia de la reacción policial. Podría decir algunas frases algo groseras.
—Sin embargo…
—…ha pasado lo que nunca antes había pasado: se pasó una barrera, se rompió algo que tenía apresado el corazón del cubano. Sabemos que ahora se está produciendo una ola de represión. Entonces, aunque ya no pueda haber manifestaciones así, hay algo por dentro que podemos resumir en una palabra: esperanza.