Rockville ya tiene auxiliar español: «Me habría sentido fatal con una ordenación normal»
Luis Miguel Romero Fernández, misionero idente español, fue nombrado el 3 de marzo obispo auxiliar de Rockville Centre, en Nueva York. Pero han pasado casi cuatro meses hasta haber podido ser ordenado, el 29 de junio. El motivo, obviamente, ha sido la pandemia de COVID-19, enfermedad que él mismo pasó antes del confinamiento, aunque en su caso pensó que era «una gripe fuerte»
Cuando le entrevistamos en abril, Long Island, donde está Rockville, tenía 1.400 casos por 100.000 habitantes, el doble que Madrid. ¿Cómo está la situación ahora?
Relativamente bien, estamos en la fase 3 de la reapertura. En lo relativo a la Iglesia, podemos celebrar los sacramentos con mascarilla, distancia social de seis pies (1,8 metros) y aforo del 25 %. La comunidad está aceptando muy bien estas reglas. En algunos sitios ha habido que ampliar las misas, incluso duplicarlas. También la vida social va resurgiendo, se van abriendo los restaurantes… Como al principio fue tan duro, la gente es más consciente de que hay que tomarse las cosas con calma. En otros lugares quizá han cantado victoria demasiado pronto.
De hecho, sorprende que se decidiera celebrar su ordenación mientras el país parece entrar en una segunda oleada y está batiendo récords de nuevos casos diarios.
Se hizo precisamente porque no se sabe aún cuánto tiempo va a durar esta situación intermedia, y esperar más lo alargaba demasiado. En vez de obispo electo, iba a ser un obispo largamente-electo, como bromeé durante la celebración. Se hizo en cuanto se pudo porque hacía falta poner en marcha las funciones que me han sido asignadas.
Se refiere a la pastoral con hispanos y a la evangelización. Pero ya llevaba tiempo al frente de ellas, incluso durante el confinamiento.
Pero como vicario. Hacerlo como obispo auxiliar le da una mayor dimensión, que es lo que se pretendía. Además, como auxiliar estoy ayudando más directamente al obispo.
Precisamente los hispanos han sido una comunidad muy afectada por el coronavirus. Según datos de finales de junio, los casos nuevos estaban aumentando en los condados con más del 25 % de latinos mucho más que en los demás.
Sí, se ha multiplicado más en esas comunidades sobre todo por las condiciones de hacinamiento en las que a veces viven y porque necesitan salir a trabajar. También por la cercanía con la que se vive: nos gusta estar juntos, acercarnos unos a otros, los abrazos… En nuestra diócesis mucha gente de la comunidad hispana lo ha pasado. En gran medida han resistido, aunque hemos tenido dolorosas pérdidas. Pero lo que ha sido muy bonito es que los daños colaterales de la enfermedad, como las dificultades económicas, no han sido tan graves como podrían haber sido. Ha habido, por supuesto, ayuda de entidades oficiales y de la Iglesia. Pero la mayor contribución ha sido la red espontánea de solidaridad entre la propia comunidad hispana: gente que cocinaba para otros, jóvenes que lo llevaban. Y esa solidaridad es también un efecto de la fe, del espíritu de comunión.
¿Qué ha supuesto para usted ser ordenado en estas circunstancias?
Estoy encantado, porque es una manera de unirme al sufrimiento y dificultades de tanta gente en esta comunidad, en la diócesis, en el país y en el mundo. Me hubiera sentado fatal, tal como han sido las cosas, tener una ordenación normal como si nada hubiera pasado.
¿Fue ese mensaje de comunión con tanto sufrimiento en el que quiso centrarse en la celebración?
Más bien uno de agradecimiento. A España y a Huelva, mi tierra, a mi familia, a mi comunidad religiosa… Tanto mis parientes como mucha gente de mis anteriores misiones pudieron seguir la celebración por Internet.
Usted ingresó en el Instituto Id de Cristo Redentor (misioneros identes) en 1972; muy poco después de su fundación (1959), y en una época de declive vocacional en al Iglesia. ¿Cómo fue su llamada?
A mis 18 años, la Iglesia me inspiraba un cierto respeto pero para mí su mensaje era que había que ser un buenecito y no romper un plato. Eso no movía los ideales de un joven. Yo estaba en el éxodo mental y conceptual hacia Oriente, mirando las religiones orientales. Gracias al hinduismo y al budismo descubrí la religión como un ideal. Hasta que un amigo me invitó a una charla sobre la santidad que daba un joven del instituto en su parroquia. Ahí descubrí por primera vez que ese ideal estaba en nuestra fe, conocí a Cristo como ideal, Alguien por quien merece la pena dar la vida.
Ese encuentro real con Cristo me suscitó una enorme entusiasmo y pasión. Hablando con ese joven, me dijo que Jesús me decía «o conmigo, o contra mí. A los tibios los vomito. Sed santos como vuestro Padre es santo». Ahí me planteé seguirle. Empecé mal que bien la vida espiritual, a leer el Evangelio todos los días e ir a Misa. Y Él fue poniendo los signos. A los tres meses, otro hermano y yo nos planteamos que era el momento de dar el paso y solicitamos hacer los primeros votos, como una entrada al noviciado.
¿Qué recuerda de esos años de consagrado novato en una institución también novata?
Era un momento de gran entusiasmo, de pasión evangelizadora. El fundador quería que fuéramos personas formadas también en cuestiones civiles, porque una de nuestras líneas era promover la fe entre la juventud y el diálogo con el mundo del conocimiento. Por eso quisieron que siguiera estudiando Biología, en una facultad que era el epicentro del ateísmo materialista. Y ahí también fui haciendo mi labor de evangelización.
Antes de Nueva York, y fuera de España, ha estado en lugares tan variopintos como La Paz (Bolivia), Santiago de Chile, Loja (Ecuador), y Cochin (India).
Bolivia supuso para mí un descubrimiento fantástico de una España que se había ido muriendo y reencontré en Latinoamérica por su vivencia de una espiritualidad sencilla, natural y profundísima. En la Universidad Católica Boliviana fui director de Pastoral y de las universidades académicas campesinas: los profesores desde La Paz iban a tres localidades para enseñar Agroindustria, Enfermería y Agropecuaria, y así evitar el éxodo de jóvenes de las poblaciones aimara del altiplano a la gran ciudad, donde terminaban formando parte de los cinturones de pobreza. También teníamos una parroquia en un lugar muy deprimido de las afueras y pude vivir con esas personas una vida parroquial enormemente entrañable.
Pastoral universitaria y parroquial fueron también sus encargos en Chile. ¿Qué diferencias encontró?
Fue hermoso ver cómo la juventud chilena era totalmente protagónica. Pero también en Bolivia era así. Los jóvenes de la Pastoral universitaria eran personas verdaderamente ilusionadas, y muchos de ellos son ahora líderes en muchos ámbitos. En su vida, esa vivencia de Iglesia comprometida supuso algo especial. Pero mi estancia en Chile fue corta. Luego me trasladaron a Loja, una localidad pequeña de Ecuador, en medio de los Andes. Nuestra institución se iba a hacer cargo de una universidad católica, la Universidad Técnica Particular de Loja, de la que los maristas ya no se podían hacer cargo por cuestiones de personal. Me pidieron que me hiciera cargo como canciller y luego rector. Era la primera universidad que teníamos.
Ya era una universidad católica, pero ¿cómo asumieron el reto de darle continuidad y, a la vez, imprimirle su carisma?
Conmigo fue enviado un grupo de misioneros y misioneras. Fue un momento espectacular. La universidad ya tenía unas bases enormemente interesantes. Por ejemplo, había empezado con la educación a distancia antes de que la UNED terminara su primera promoción, así que estuvo en los orígenes a nivel universal de este método de enseñanza. Y, en segundo lugar, habían hecho una labor buena creando unidades productivas para relacionar la universidad con el mundo laboral. Nosotros continuamos esas dos líneas, ampliándolas a dimensiones modernas como el paso a lo online. Antes de ser católica, una universidad tiene que ser universidad. Al llegar, yo era el único doctor. Ahora, 200 jóvenes de la zona han logrado, trabajando desde Loja, doctorados en otras universidades. Es un sistema muy adaptable a las universidades del tercer mundo. Al mismo tiempo, trabajamos para que nuestro proyecto universitario incluyera la vivencia de fe, de ciencia y de diálogo con la cultura y la sociedad. Después de 12 años, pedí otro destino.
¿Por qué?
En el instituto normalmente no solicitamos nosotros los destinos, pero dije a los superiores que no era bueno que siguiera estando yo al frente de la universidad. Y que, para favorecer su gobernabilidad, si no era rector era mejor que saliera.
Después de un tiempo en Roma y Cádiz, vino otro gran cambio: la India. ¿Cómo fue el reencuentro con esa mentalidad que de joven le había atraído?
En Cochin (Kerala) tenemos un centro de formación que es una especie de seminario menor, aunque sin llegar a serlo. La formación que se ofrece allí es más lenta e incluye también cuestiones humanas. Digamos que sirve para que los muchachos vayan aclarando una vocación que ya tienen aunque no saben exactamente qué significa. Luego siguen la formación en los centros de Teología de la propia diócesis.
Respondiendo a su pregunta, la India me sorprendió por dos cosas. Iba con la idea de que iba a ser un mundo diferente, y me di cuenta de que no era otro continente sino otra galaxia. Aparentemente hay cosas parecidas, pero con muchas diferencias de trasfondo. Fue muy intenso, pero al mismo tiempo fascinante.
¿Y la otra?
No me esperaba que la India fueran tan latinoamericana. Los parámetros de la vida social, tanto buenos como menos buenos, son muy parecidos allí pero todavía más extremos: una vida familiar amplia y extensa, sentido de compartir, de fiesta y alegría, desorden, corrupción, pobreza, espíritu de ir hacia delante…
Ha elegido como lema episcopal Manso y humilde de corazón. ¿Por qué?
Si me quiero identificar con Cristo, es una de las pocas veces que da una definición de sí mismo. Además, la mansedumbre no es una virtud pequeña. Los caballos mansos se usaban para la guerra porque no tenían fallos cuando el jinete los dirigía. Ojalá yo sea así con el Espíritu Santo. Y en tercer lugar por la humildad, en sentido teresiano: la verdad, moral y espiritual.