Roberto Zucco, el dulce asesino. El animal herido - Alfa y Omega

Que Pablo Derqui consiga que te enamores perdidamente de Roberto Zucco, asesino, es un tema que dejamos, si quieren, para un café. Que su nombre no deje de taladrarte la cabeza, como a la pobre muchacha cuya vida ya sólo gira en torno a él tras un breve y brutal encuentro, es material para insomnes y trasnochados. Que su mirada indescriptible, presa entre el ansia de libertad y la predestinación a la irracional violencia, te visite por las noches, ya roza la telenovela. Pero es trágicamente real.

Nunca un personaje había sacado de mi tantas emociones como durante las dos horas que transcurrieron, lentas y rápidas, en el Matadero Madrid. En ocasiones quise lanzarme a recogerle entre mis brazos, pobre desvalido triste que no conoce el amor. En otras, el miedo me paralizó y quise correr lejos de aquella bestia cruel que no merece ser nombrada. En otras, me mecí en su desesperación, la toqué con mis manos. Gracias Derqui, por enseñarme quién puede llegar a ser el hombre.

Foto: David Ruano.

Dicho esto, no se engañen. Ya saben que no me gusta mentir. Roberto Zucco, dirigida magistralmente por Julio Manrique, no es un teatro amable. Es asfixiante, incómodo. Y duele. Durante toda la representación, uno se siente deambular en esa casa de muñecas –literalmente, así es el escenario– que muestra el lado más terrible del ser humano. De repente, te encuentras en una estancia donde un hijo sin entrañas cercena la vida. Y de allí, saltas al seno de una familia rota, muerta por dentro, que sólo busca amar y ser amada –ya lo decía Laia Marull en un trepidante monólogo: es lo único importante en la vida–. Pasas por el extravagante y hueco Pequeño Chicago, donde las prostitutas y los borrachos gastan sus horas, y el corazón se te vuelve a encoger. Sin contar con el metro, el parque, la calle a oscuras iluminada con la farola, como un candil en mitad de la noche… E intentas tragar saliva, y a veces hasta deseas salir corriendo y respirar aire fresco. Pero algo te engancha. Es el magnetismo de la podredumbre.

Bernard-Marie Koltés, el autor del enjambre, murió de sida meses después de concluir esta obra. Fue su última creación. Pienso si esperaba a un ángel de la muerte como Zucco, que le atrajese dulcemente, que le meciese en su final. Es lo que tienen las musas, que te ayudan a vivir y a morir. O quizá fuese un reflejo de él mismo, de sus ansias de vivir, atrapadas en la verdad del último suspiro.

Es curioso como se inspiró Koltés para crear al dulce asesino. Fue después de encontrarse, en el metro de París, un cartel con una fotografía de un criminal auténtico, Roberto Succo, un joven veneciano que tras matar a sus padres, se escapó de una prisión italiana y se refugió en Francia, donde se dedicó a violar y matar hasta que le volvieron a detener, de nuevo en Italia. Y llegó la inspiración para crear un personaje que roza el mito.

Foto: David Ruano.

No quiero dejar de nombrar a los actores que recrean la angustia. Además de Derqui y Marull, Andrés Herrera, María Rodríguez, Xavier Boada, Rosa Gámiz, Xavier Ricart y Oriol Guinart son uno y son muchos a la vez. Son prostitutas y madres, son policías y bandidos. Son el espectáculo del teatro, de las mil caras. Gracias otra vez por el regalo.

En Matadero Madrid están hasta el domingo. No les pierdan la pista si quieren enfrentarse a un submundo que está ahí. Sólo decirles desde aquí, a los que me lean, que después de salir verdaderamente triste del teatro, busqué una solución a tanta tristeza. Y me dieron aún más ganas de amar intensamente, y de gritar al mundo que, el amor, todo lo puede. Hasta curar las heridas más profundas. Hasta sostener al asesino malherido.

Buen viaje, Zucco.

Roberto ZuccoLIZADA

★★★★☆

Dirección:

Paseo de la Chopera, 14

Metro:

Legazpi

OBRA FINALIZADA