Religión y psicología - Alfa y Omega

Religión y psicología

En la actualidad, muchos profesionales de la salud mental están reconociendo el valor de integrar la dimensión espiritual en sus terapias

Gerardo Dueñas
«Ese sentimiento de no estar solos tiene un efecto positivo en la salud mental». Ilustración: Freepik.

Existe una profunda relación entre la espiritualidad y el estado de ánimo. ¿Cómo puede influir la fe en nuestra salud mental? ¿Qué papel desempeña la espiritualidad en el bienestar de una persona? Estas son preguntas que cada vez se exploran con mayor interés, tanto desde el ámbito científico como desde el testimonio cotidiano de millones de personas. La religión, entendida como la conexión con lo sagrado, puede ser un factor clave en la vida de muchos individuos. A lo largo de la historia, la espiritualidad ha brindado un marco de referencia para interpretar la vida, afrontar el sufrimiento y encontrar consuelo en momentos difíciles. En este contexto, la fe puede otorgar un sentido de propósito, de dirección y de conexión con algo más grande que uno mismo. Pero más allá del ámbito teológico, ¿cómo puede esto impactar concretamente en nuestro estado de ánimo?

Lo cierto es que la religión puede ofrecer una sensación de pertenencia y de comunidad. Participar en la Iglesia, parroquia o comunidad, reduce el aislamiento social, genera vínculos significativos y brinda un entorno de apoyo integral. Este sentimiento de no estar solos, de ser comprendidos y acompañados tiene un efecto muy positivo sobre la salud mental. De hecho, diversos estudios muestran que las personas que practican alguna forma de sana espiritualidad activa tienden a experimentar niveles más bajos de ansiedad y depresión.

La vida de Jesús de Nazaret ofrece un modelo de compasión, empatía y amor incondicional. Sus mensajes sobre el perdón, la humildad, la justicia y la paz interior sustentan, aunque quizá no se explicite, la psicología moderna. Amar al prójimo, perdonar de corazón y buscar la reconciliación son prácticas que no solo fortalecen las relaciones interpersonales, sino que también promueven el equilibrio emocional y la salud mental.

Ser creyente es una experiencia profundamente personal. Cada persona encuentra su camino hacia la fe o la espiritualidad desde su historia, sus vivencias y sus propias preguntas. En el caso del cristianismo, la visión trascendente de la vida puede convertirse en un ancla de esperanza y sentido. Creer que existe un propósito superior y que la vida tiene un valor intrínseco ante los ojos de Dios puede infundir ánimo, incluso en medio del dolor. Esta perspectiva puede funcionar como un escudo ante las adversidades, ayudando a construir resiliencia y una identidad más sólida.

La capacidad de perdonar, tanto a los demás como a uno mismo, es una de las enseñanzas centrales del Evangelio y tiene enormes implicaciones psicológicas. Liberarse del rencor y de la culpa no es fácil pero, cuando se logra, puede suponer un gran alivio emocional. El acto de perdonar no implica olvidar, sino soltar el peso que impide avanzar. Dejar atrás la amargura contribuye a reducir el estrés, calmar la mente y mejorar la salud emocional.

En la actualidad, muchos profesionales de la salud mental están reconociendo el valor de integrar la dimensión espiritual en sus terapias, proponiendo un modelo biopsicosocial-espiritual, donde se incorporan todos los aspectos de la persona. No se trata de imponer creencias, sino de reconocer que, para muchas personas, la fe representa una fuente de sentido y fortaleza. Cuando se aborda con respeto y apertura, la espiritualidad puede enriquecer los procesos terapéuticos, ofreciendo una visión integral del ser humano. En definitiva, religión y psicología no son mundos opuestos, sino que pueden complementarse en el camino hacia el bienestar pleno.