Religión para ateos
Religión para ateos es el título de lo nuevo del ensayista Alain de Botton, un suizo que escribe sobre todo lo humano posible y posee la habilidad de atrapar a miles de lectores. Lo suyo es una especie de filosofía de andar por casa, capaz de hacer un cóctel con los aforismos de Marco Aurelio y Séneca, y servirlos, de forma indolora, al hombre del siglo XXI. Cuando habla de arquitectura y de viajes se hace querer, pero en materia de fe produce cierta lástima. Su planteamiento no es, en absoluto, original; está en la línea de Comte, cuando apostaba por el nacimiento de una religión para ateos, la Religión de la Humanidad. Comte auguraba que la religión, que es sólo un estadio primitivo en el progreso del hombre, acabará por ser un viejo recuerdo. Pero como De Botton sabe que las religiones siguen siendo una realidad omnipresente, opta por aprovechar lo mejor de cada una de ellas para un discurso secular sin Dios.
He leído con pena todas estas páginas, porque sigo sin entender cómo un tipo brillante quiere, deliberadamente, cerrar en el ser humano el sentido religioso y la apuesta por el sentido. Es un reflejo de la profunda decadencia de una secularidad encerrada en sí misma, ocupada en cegar el millón de ventanas de su propio saber, feliz en el líquido amniótico de sus entretenimientos minúsculos. Es, en el fondo, una apuesta decadente, insisto, por buscar consuelos al hombre contemporáneo y abandonar respuestas, una preocupación por vestir la vida con música de fondo.
Aquí, el entusiasmo por la verdad deja paso al entusiasmo por la utilidad. «Aunque los supuestos sobrenaturales de la religión son completamente falsos, la religión sigue teniendo algo muy importante que enseñar al mundo secularizado», dice De Botton. Pero realizar un estudio de la fe cristiana excluyendo el hecho sobrenatural es como ver una película con el objetivo de saber cuántas corbatas, pañuelos y faldas aparecerán. Se arroja a la cuneta lo esencial, la trama, la vida entera. Abandonas el libro con el proyecto de hacer menos individualista tu vida, buscar un sentido más comunitario, pedir más a menudo perdón al otro, encontrar modelos de referencia (Lincoln, Churchill, Stendhal), pero sientes aún más sellada la pregunta por el sentido de tu existencia.