Reconstruir - Alfa y Omega

No es difícil encontrar un hilo, en las últimas intervenciones del Papa, que conecta la preocupación por Europa y la forma en que la Iglesia está llamada a desarrollar su misión en este momento histórico. Europa está «enferma de cansancio», dice Francisco, y eso está directamente relacionado con el extravío del sentido de la vida, con la pérdida de la sed de Dios.

Y se ha preguntado si, aparte de quejarnos de lo mal que van las cosas, los cristianos sentimos afecto, inquietud y compasión por tantos que no han encontrado a Jesús, o que se han distanciado de Él. La misión no nace de un plan, sino del amor y del dolor: amor a Cristo que nos llena de asombro; dolor por el vacío y la desesperanza de tantos contemporáneos.

En su encuentro con los presidentes de las conferencias episcopales europeas, Francisco insistió en algo que dijo también en su viaje a Eslovaquia: «De nada sirve lamentarse, atrincherarse en un catolicismo defensivo, juzgar y acusar al mundo». Y en relación con esto, lanza una severa advertencia sobre la tentación, tan de moda, de volver al pasado, un «restauracionismo que nos mata».

La tarea es reconstruir desde la tradición viva de la Iglesia, no desde esquemas defensivos de una supuesta cristiandad. Francisco puso como referencia lo que hicieron los grandes santos de la historia europea, muchas veces en tiempos oscuros de violencia y divisiones. No se entretuvieron en peroratas contra su época, sino que empezaron por acoger la gracia de Dios en sus vidas, y así construyeron monasterios, sanearon tierras, hicieron familias, comunicaron su esperanza a las personas y a los pueblos. A menudo no tenían ningún programa de transformación, pero viviendo el Evangelio ayudaron a cambiar también, con el tiempo, la cultura y la sociedad europea.

Para muchos europeos la fe es algo del pasado, y la respuesta no puede consistir en discursos intelectuales o moralistas, en batallas que nos dejan exhaustos y que no permiten comunicar la libertad y la alegría del Evangelio. Hoy, como siempre, Dios se ve en los rostros, en los gestos y palabras de hombres y mujeres transformados por su presencia, y que viven el germen de una cultura nueva. Solo desde ahí tiene sentido el debate cultural que sí forma parte de nuestra vocación.