Rafael, la madurez de un genio - Alfa y Omega

Rafael, la madurez de un genio

Bajo el título El último Rafael, el Museo del Prado ha reunido 64 obras de la etapa final del artista y de su taller, muchas de ellas nunca expuestas hasta el momento en España. Coorganizada con el Museo del Louvre, la muestra traza un recorrido cronológico por la ingente actividad del maestro durante su etapa romana. Podrán disfrutarla hasta el 16 de septiembre

Eva Fernández
Sagrada Familia con san Juanito (La Perla) (detalle), 1519-1520. Museo Nacional del Prado, Madrid.

Aquella Semana Santa de 1520 se presentaba especial para Rafael. Estaba a punto de terminar su última obra maestra, La Transfiguración, encargo del cardenal Giulio de Médicis para la catedral de Narbona, y quería reunir en su cumpleaños a sus numerosos amigos romanos. No pudo hacerlo. La muerte se encontró con él de forma inesperada el mismo día que cumplía 37 años. Era Viernes Santo. A pesar de todo, Rafael había tenido tiempo de convertirse en uno de los pintores más influyentes de la Historia y, casi cinco siglos después, su forma de entender el arte se considera insuperable.

Rafael Sanzio (1483-1520) había llegado a la Ciudad Eterna siete años antes, requerido por Julio II, y, cuando el Papa se dio cuenta de la capacidad que encerraba este joven artista, tanto él como su sucesor, León X, confiaron al pintor gran cantidad de trabajos. En ese mismo momento, Miguel Ángel pintaba los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina y un ya anciano Leonardo Da Vinci se encontraba enfrascado en sus investigaciones científicas. Este período tuvo como resultado una combinación de genialidad y talento que convierte en histórica la exposición El último Rafael que ahora presenta el Museo del Prado, de Madrid, en alianza con el Louvre, de París.

Miguel Zugaza, director de la pinacoteca madrileña, asegura que «se ha reunido un apabullante conjunto de obras tardías del pintor que mejor encarna los ideales del Renacimiento, uno de los mayores genios de la pintura, sin el que no entenderíamos el devenir de la Edad Media».

El regreso a casa de un maestro

Caprichos del destino, cuando el Museo del Prado abrió sus puertas en 1819, el mayor reclamo para atraer a los visitantes era Rafael, concretamente su cuadro El pasmo de Sicila. Pero, posteriormente, las críticas de los academicistas del siglo XIX le relegaron injustamente a un puesto secundario. Ahora, con esta exposición, llega la revancha.

Durante los años romanos, Rafael tuvo un gran exceso de trabajo, que, con frecuencia, le llevó a delegar tareas en su taller, especialmente con dos de los ayudantes en los que más confiaba, Giulio Romano y Gianfrancesco Penni, alguna de cuyas obras también están recogidas en la exposición. No obstante, los especialistas aseguran que Rafael siempre llevó la voz cantante en su trabajo en equipo, y puso especial cuidado en todas las obras que salían del taller con su firma. Entre los lienzos más sobresalientes que viajan por primera vez a España destacan dos retratos que ejercieron gran influencia en artistas posteriores. Uno de ellos es el de su amigo Baldassare Castiglione, y el otro, el que realizó al joven Bindo Altovitti. En ambos, casi puede atisbarse el temperamento de los modelos.

Fotógrafo de la Sagrada Familia

Cuando visite esta exposición, habrá tres palabras que siempre tendrá presentes: equilibrio, belleza y perfección. Todas ellas se reflejan, de forma especial, en los lienzos sobre la Sagrada Familia, a quien supo retratar como nadie lo había hecho hasta el momento. Congeló para la Historia alguno de esos imaginados instantes de intimidad familiar, como el reflejado en el cuadro conocido como La Perla, en el que, sorprendentemente, la mirada del Niño Jesús se eleva hacia la luz que ilumina la cabeza de la Virgen y la espalda de san Juanito.

Paúl Joannides, uno de los comisarios de la exposición, está convencido de que Rafael «logró la fusión de la luz natural con la luz divina». En las obras que realizó junto a su taller, como La Virgen del Amor Divino, La Virgen de los candelabros, e incluso el inmenso San Miguel, también podemos admirar la armonía que desprende la composición de las figuras, una destreza que el artista consiguió contagiar a su equipo durante su estancia en Roma. Su principal ayudante fue Giulio Romano, y a él se debe precisamente el gran cartón de La lapidación de san Esteban, que había sido encargado a Rafael, pero, tras su muerte, Giulio realizó numerosas e interesantes modificaciones.

Rafael, apodado como El divino, fue el primer artista que obtuvo el privilegio de ser enterrado en el panteón de Agripa. Roma quedó conmocionada con su muerte. En el funeral, junto al ataúd colocaron su última obra, La Transfiguración, y en su tumba luce este epitafio: «Aquí yace aquel famoso Rafael del cual la naturaleza temió ser conquistada mientras él vivió, y cuando murió, creyó morir con el».