Queridos desde siempre - Alfa y Omega

En noviembre se celebra el Día Mundial de la Adopción. Nosotros también lo celebramos: celebramos la vida, la vida de mis hijos, nuestra vida juntos. Celebramos que Dios pensase en ellos y en nosotros y nos configurase desde toda la eternidad para estar juntos. Celebramos que unas mujeres, sus madres biológicas, echasen valor a la vida y con mucho, mucho amor, decidieran seguir adelante con un embarazo, sabiendo que al final del mismo no se quedarían con ese hijo. Damos gracias y rezamos por ellas, que generosamente les dieron la vida y nos la dieron a nosotros también.

Una vez oí a un amigo sacerdote decir que cada niño concebido es querido y pensado por Dios. Nada nuevo, lo sé. Pero esta frase me hizo pensar en la vida de mis hijos y en cómo Dios ha diseñado un plan perfecto para juntarnos y formar nuestra familia. Suelo decir que mis hijos son mis hijos desde toda la eternidad y, repito, así lo ha querido Dios, con el único problema de nacer a una distancia relativamente grande de nosotros. Pero ¿qué son 9.000 o 10.000 kilómetros cuando se trata de juntar dos corazones que se necesitan mutuamente para latir? No hay distancia ni tiempo que nos separe.

Hemos vivido cuatro procesos de adopción, tres de ellos han llegado milagrosamente a término. Y digo milagrosamente porque suceden cosas humanamente inexplicables. Cuando por fin abrazas a tu hijo después de un largo proceso de adopción, entiendes que ese encuentro no se produce por mera casualidad o azar. Entiendes que todo pasa por algo. Que las casualidades no existen y que, sin saber cómo, el tiempo de espera, los retrasos aparentemente injustificados, las dificultades… todo ha contribuido a llegar felizmente a ese momento. Todo está perfectamente orquestado para que milagrosamente se produzca ese abrazo que mantendrá unidos a padres e hijos para siempre.

Hablando con mis hijos de esto surgieron muchas preguntas y una conversación que en mi opinión fue muy bonita. Les dije: «Cuando lleguemos al cielo y conozcamos a vuestras madres, les daremos un abrazo gigante y les diremos que nunca nos hemos olvidado de ellas». Contestó uno: «¿Pero las veremos en el cielo?». Le dije: «Estoy segura, rezamos cada día para que así sea».