Esta semana, El Confidencial publicó audios y mensajes de WhatsApp cruzados entre el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, y el jugador del Barcelona Gerard Piqué para cerrar el traslado de la Supercopa de España a Arabia Saudí con cuantiosas comisiones de por medio. Más allá del debate sobre el conflicto de intereses o sobre el origen de las filtraciones, azuzados desde distintos flancos, la noticia no hace más que mostrar de nuevo la peor cara del negocio del fútbol. Igual que ocurrió con el Mundial de Catar, que se juega por primera vez en invierno tras dejar varios miles de muertos en las obras –como ya denunció Alfa y Omega–, aparecen la compra de voluntades y el blanqueo de países nada ejemplares. También se anteponen las audiencias y el retorno económico que dan ciertos equipos al rendimiento puramente deportivo, al tiempo que se ningunea a los aficionados.
Un hincha confeso como el Papa Francisco ha asegurado en más de una ocasión que detrás de un balón «hay casi siempre un niño con sus sueños y aspiraciones» y ha valorado aspectos positivos del fútbol como el esfuerzo, el trabajo en equipo o el encuentro. Ojalá no nos roben esto del todo.