«¿Qué culpa tiene Dios de que maten a mi hijo?» - Alfa y Omega

«¿Qué culpa tiene Dios de que maten a mi hijo?»

Los centroafricanos viven con el miedo a ser atacados por rebeldes o mercenarios subvencionados. La Iglesia trabaja para consolar a las víctimas y acercar el Evangelio

Litus Ballbé Sala
Aguirre atiende a dos feligresas que le cuentan sus preocupaciones. Foto: Litus Ballbé Sala

«La fe no puede depender de cómo nos vayan las cosas, ya que la fe auténtica es creer que Dios me quiere y ha dado la vida por mí», afirma un sacerdote centroafricano de la diócesis de Bangassou. Se llama Modest y conoce perfectamente quiénes son los asesinos de sus hermanos. Confiesa que lo ha pasado muy mal y que gracias a su obispo, el cordobés Juan José Aguirre Muñoz, ha salido de la crisis que ha sufrido recientemente. Aún así, sabe que el Evangelio le exige perdón y amor a sus enemigos, y se apoya en Dios para intentar cumplirlo.

Historias como las de este sacerdote de República Centroafricana son comunes entre los habitantes de este pobre y olvidado país, situado en el corazón del continente africano. Hace años que los centroafricanos sufren los abusos de grupos rebeldes, la violencia de los mercenarios y el saqueo por parte de las potencias mundiales para obtener, de la manera más miserable posible, los diamantes, el oro y el coltán que se pueden extraer de sus tierras. Es un país roto debido a años de golpes de Estado, traiciones e intentos de controlar, por parte de los poderosos, a unos ciudadanos que solo se pueden defender con su fe y con la esperanza de que todo acabe algún día.

Un grupo de niños de la misión recibe la Confirmación en la ciudad de Rafai. Foto: Litus Ballbé Sala

Una de las personas que conocí en la capital, Bangui, gritaba desesperado–mientras conducía y golpeaba con violencia el volante del coche– al conocer el fallecimiento de dos familiares suyos en Zemio, una de las zonas del país controladas por un grupo de rebeldes. Noticias como esta son el pan de cada día para los centroafricanos, y cada uno de ellos tiene un motivo «para odiar o tirar la toalla, ya que todos hemos sido víctimas de algún asesinato, violación o robo. O de las tres cosas a la vez». Pero en medio de este infierno en la tierra está la Iglesia, que con su presencia intenta poner un foco de esperanza entre todas estas humildes personas que tanto sufren para conseguir algo de paz en su día a día.

Es cierto que la Iglesia no es la única institución presente en estas tierras rojizas del centro de África, pero sí que los católicos son «de los pocos que, cuando hay problemas o revueltas, se quedan con nosotros dando la vida si hace falta», como señala un padre de familia encerrado en casa por culpa de la COVID-19. «Aquí el virus no es tan importante como en Europa, ya que son muchos más los que mueren de hambre o por falta de medicamentos básicos. Todas estas muertes se podrían evitar con el esfuerzo y la solidaridad del ser humano, mientras que el virus no depende tan directamente de nosotros», continúa explicando este padre de familia, que destaca también cómo los misioneros «están aquí para ayudarnos y consolarnos».

El obispo y Ballbé junto a unos operarios que hacen obras en el obispado. Foto: Litus Ballbé Sala

Entre ellos, el más destacado por su labor y experiencia en esta zona que tantos años lleva sufriendo los errores de la guerra es el obispo de la diócesis de Bangassou. Con más de 40 años en el territorio, este español es conocido, admirado y respetado en todo el país. Son incontables las personas a las que ha ayudado salvándolas la vida, enviando a jóvenes fuera para formarse y aprender un oficio, repartiendo comida y medicamentos… Lo más destacado que actualmente tiene en su diócesis es la construcción, gracias a la Fundación Bangassou, de un hospital de referencia en la zona, orfanatos y la maison d’espoir, dedicada a acoger a personas acusadas de brujería. Como en muchos otros países africanos, en Centroáfrica consideran que una persona tiene un mal espíritu si ven en ella alguna diferencia con lo que consideran una persona normal y, delante de alguien con una enfermedad o malformación, creen que la única solución es acabar con su vida para que no les caiga alguna desgracia en su aldea. Da igual si es su madre, su hijo, su abuela o su tío: hay que acabar con la vida de la persona que tiene este mal espíritu. Por eso, Juan José Aguirre ha puesto en marcha esta casa de acogida.

Los cristianos, y los no cristianos también, se apoyan mucho en la ayuda de todos estos misioneros católicos que no hacen diferencia de credos a la ahora de consolar y trabajar por la paz y la reconciliación. Aunque los medios de comunicación intentan convencer de lo contrario, el problema de Centroáfrica no es un conflicto de religiones, sino de intereses políticos, geoestratégicos y económicos, donde potencias mundiales juegan a estar presentes para promover la paz a la vez que venden armas a los rebeldes. Con todo esto, los que más sufren estos horrores, como siempre, son las personas más humildes. Los únicos inocentes de estos intereses externos son los que van perdiendo vidas, salud y bienes día tras día.

El sacerdote de Barcelona, responsable de la Pastoral del Deporte de la CEE, juega al fútbol con los jóvenes. Foto: Litus Ballbé Sala

A la pregunta de si no pierden la fe –después de verlos rezar y asistir a Misa cada día– me responden, con toda humildad, que «nuestra fe no depende de las cosas externas. La fe en un Dios que nos ama la sentimos en nuestro corazón, cuando nos cambia la mirada, y sabemos que Él está con nosotros a pesar de todos los horrores que nos toca vivir». Dios, continúan, «está realmente presente en lo esencial de la vida, y eso es nuestro corazón, nuestra mirada. ¿Qué culpa tiene Dios de que alguien mate o viole a mi hijo? Es la libertad de las personas que deciden hacer el mal, no Él». Sin esa libertad «no podríamos amarnos ni amarle a Él. La libertad es la condición principal para poder amar».

Un joven sacerdote continúa diciendo que «no solo veo a Dios en mi corazón, consolándome en medio de tanto dolor; también lo veo en personas como el obispo Aguirre, que son capaces de dejar su vida en un país tranquilo para venir a vivir con nosotros hasta morir si hace falta. Las personas que escuchan la llamada de Dios, que dan la vida por los que más sufrimos, son la respuesta de Dios a nuestras oraciones, a nuestro grito de auxilio». También agradecía el apoyo de todas las personas que, desde España, colaboran con la fundación de Aguirre: «Sin ellos, el obispo no podría ayudarnos».

La confianza de toda esta gente se basa en sentirse amados a pesar de tanto sufrimiento, en saber valorar todo lo que tienen hoy sabiendo que, seguramente, lo perderán mañana. Son conscientes de que, para crecer humana y espiritualmente, hay que sufrir. Por eso se saben queridos por Dios, porque, a pesar de este dolor causado por el ser humano, el Señor sigue ayudándolos a mirar la vida llenos de amor. «Al final de la vida Dios nos juzgará por nuestro amor, no por lo que hayamos sufrido». Con esta frase me contestó un franciscano al ser preguntado por el juicio final.

República Centroafricana
Población:

5,36 millones de habitantes

Religión:

católicos, 28 %; protestantes, 61 %, y musulmanes, 9 %

Desplazados internos:

581.000 personas