Presidente de la Pontificia Academia para la Vida: «Los desafíos se han ampliado»
Renzo Pegoraro, sacerdote, médico y número dos de la Pontificia Academia para la Vida desde 2011, el Papa León XIV lo ha puesto al frente de la misma «para dar continuidad» al proceso de ampliación de su ámbito de estudio
El italiano Renzo Pegoraro, de 66 años, es teólogo moral, pero también médico y cirujano, carrera que estudió antes de entrar en el seminario de Padua. Es el primer gran nombramiento vaticano del Papa León XIV, que le ha confiado la presidencia de la Pontificia Academia para la Vida después de que su predecesor, Vincenzo Paglia, se jubilara tras cumplir los 80 años. Experto en bioética, conoce perfectamente la institución pues ha sido su número dos desde el año 2011.
—¿Cómo recibió este nombramiento?
—Ha sido un gran honor para mí. Pienso que se ha querido asegurar la continuidad de los trabajos de la Pontificia Academia para la Vida. En los últimos años hemos ampliado las cuestiones de las que nos ocupamos, siguiendo las instrucciones del Papa Francisco.
—¿Cuáles son esas nuevas cuestiones?
—En primer lugar, los cuidados paliativos y, por tanto, los complejos problemas relacionados con el final de la vida, que afectan a la legislación de muchos países. La Iglesia expresa una clara posición a favor de la dignidad humana y de la protección de las personas en la fase terminal de su existencia. Y también, temas de bioética global, la relación entre la actividad humana, la salud y la protección del medio ambiente. O cuestiones relacionadas con los sistemas de salud pública, la equidad en el acceso a medicamentos y a tratamientos y las implicaciones de la introducción de tecnologías en la asistencia sanitaria, incluida la inteligencia artificial. Como canciller, desde 2011 ha trabajado con varios presidentes de la academia.
—¿Qué ha aprendido de cada uno?
—Empecé con Ignacio Carrasco de Paula y después trabajé junto a Vincenzo Paglia. Me han transmitido la mirada global con la que debemos enfocar las cuestiones de la vida y su protección en cada etapa de su desarrollo, profundizando en el diálogo entre disciplinas para abordarlas de modo competente y cualificado. Es una cuestión delicada y crucial. La Iglesia está y ha estado siempre comprometida en la defensa de la dignidad humana y de los más débiles, los no nacidos y los enfermos terminales. Pero el campo de estudio es infinito, porque los avances de la ciencia y la tecnología plantean problemas éticos que hay que comprender y estudiar antes de dar indicaciones. La academia nació en 1994, pero cada Papa ha hecho hincapié en un aspecto diferente de la vida.
—¿Cómo ha evolucionado su trabajo en los diferentes pontificados?
—Hemos pasado, justamente, de una visión de la bioética centrada en el ámbito médico a una bioética global, atenta a las dimensiones sociales, culturales, ambientales, tratando de identificar los criterios éticos para el bien de las personas y de su salud.
¿Por qué esta evolución?
La relación entre la humanidad y el ambiente en que vivimos es compleja, los problemas no pueden separarse de su contexto. La protección de la vida es, sin duda, un valor absoluto. Pero debemos preguntarnos qué calidad de vida se debe promover para todos. La familia también es un valor absoluto. Luego debemos confrontarnos con la realidad concreta de las familias y de sus problemas. Lo que quiero decir es que la Iglesia siempre está buscando e intentando comprender cuál puede ser el mejor bien posible, dependiendo de los contextos y las situaciones.
Se trata de un órgano consultivo instituido por san Juan Pablo II en 1994. Sus académicos se ocupan de «estudiar, informar y formar en lo que atañe a las principales cuestiones de biomedicina y derecho, relativas a la promoción y a la defensa de la vida, sobre todo las que guardan mayor relación con la moral cristiana y las directrices del magisterio de la Iglesia». Su primer presidente fue el genetista francés Jérôme Lejeune, descubridor de la trisomía 21 como causa del síndrome de Down, a quien el Papa Francisco declaró venerable en 2021.
—¿La academia actual es diferente de la deseada por san Juan Pablo II?
—No diría eso. Es la misma institución, ampliada y ensanchada porque, como le he dicho, los desafíos sobre la vida humana se han ampliado y ensanchado.
—¿En qué ámbitos cree que la vida humana está más amenazada hoy en día?
—Vivimos tiempos de conflictos evidentes en todo el mundo, de guerras y graves injusticias: son una amenaza para la vida y el medio ambiente. Sin un medio ambiente sano, la vida humana no puede salir adelante. Así que la amenaza hoy es global. Solo un mundo verdaderamente en paz puede ser un hábitat en el que cada mujer y cada hombre puedan encontrar el espacio adecuado para situarse, para vivir, para crecer humanamente.
—¿Cuál es la situación actual de la Pontificia Academia para la Vida?
—Es un lugar de diálogo, intercambio de ideas, estudio y elaboración intelectual. El resultado se entrega al Papa y a los dicasterios para aportar contenido. Tenemos nuestra sede central en el Vaticano y contamos con un cuerpo de 159 académicos —que pueden ser ordinarios, honorarios, corresponsales y jóvenes—. Son expertos en varias disciplinas, desde teología hasta cuestiones científicas, pasando por economía. Entre los académicos hay representantes de otras religiones y estudiosos que no son creyentes.
—¿Ha podido definir las áreas en las que se centrará ahora su trabajo?
—Estamos preparando un congreso internacional sobre Inteligencia artificial y medicina que será en noviembre y que organizamos con la Federación Internacional de Médicos Católicos. Luego tenemos en el horizonte nuestra próxima asamblea general, que será en febrero. Allí reuniremos a todos los académicos para tratar el tema de la sostenibilidad y la equidad en los sistemas públicos de salud. Es una cuestión crucial.