Polonia y Ucrania: los anfitriones de la Eurocopa. Tierra de mártires - Alfa y Omega

Polonia y Ucrania: los anfitriones de la Eurocopa. Tierra de mártires

En Polonia y Ucrania no se habla, estos días, de otra cosa que no sea fútbol, pero estas tierras albergan una fecunda historia de mártires y testigos de la fe. La cuenta Javier Fariñas, director de Comunicación de Ayuda a la Iglesia Necesitada

Javier Fariñas Martín
El padre Gorzelany (1915-2005), a quien se le encomendó la construcción de la iglesia de Nowa Huta, muestra un retrato del fundador de AIN, el padre Werenfried van Straaten, con Juan Pablo II.

Una Iglesia sin complejos y abierta. Así es la Iglesia en Polonia, «un ejemplo de país que, a pesar del secularismo que llega de Occidente, vive su fe, mantiene sus raíces y no se rinde fácilmente ante el consumismo. El cambio radical que vivimos los polacos tras la caída del Muro de Berlín no ha influido demasiado en nuestra práctica religiosa», subraya Dominik Kustra, responsable local de Ayuda a la Iglesia Necesitada. El 89 % de los polacos se declara creyente; casi la mitad participa en la Misa dominical, los seminarios diocesanos y religiosos acogen a unos 4.500 candidatos al sacerdocio; dos mil sacerdotes polacos trabajan como misioneros en el tercer mundo, y otros 7.000 lo hacen en países de la Unión Soviética… «A esto, debemos añadir detalles, como que, durante la Cuaresma, los alumnos de todos los niveles tienen tres días para participar en los retiros espirituales que se celebran en todas las parroquias del país», subraya Kustra.

Muy distinta es la situación de Ucrania, donde la Eurocopa ha llegado en medio de la incertidumbre por el futuro del país. El rector de la Universidad Católica de rito Oriental, de Lviv, uno de los centros eclesiales de formación más importantes del Este de Europa, Borys Gudziak, resalta que «la situación política es tensa e impredecible. Existe el temor de que Ucrania, no sólo camine en dirección a un Estado autoritario al estilo ruso, sino hacia una dictadura según el modelo bielorruso. El desarrollo de tradiciones democráticas no es como un Nescafé: no hay soluciones o gratificaciones prefabricadas ni instantáneas». Y a este temor, se añade el problema de la familia. El arzobispo de Lviv, monseñor Mieczyslaw Mokrzycki, lamenta el creciente número de familias destruidas en el país debido a que los padres se trasladan a Occidente para conseguir trabajo. Los niños que quedan en esta situación son conocidos como los huérfanos del euro. El abandono de los pequeños conduce a una infantilización del consumo de alcohol y drogas, mientras que no dejan de elevarse las cifras de divorcios y abortos en el país.

Ucrania no presenta en lo religioso la uniformidad de su vecino polaco. La mayoría pertenece a las Iglesias ortodoxas de los Patriarcados de Kiev y Moscú; un 10 % de la población es grecocatólica; hay un 5 % de católicos fieles a Roma; casi un 3 % pertenece a alguna comunidad evangélica, y cerca del 5 % profesa el Islam. El obispo auxiliar de Kiev-Zhytomyr, monseñor Shyrokoradiuk, señala que, «en tiempos de la Unión Soviética, muchos sacerdotes fueron deportados a Siberia, y solo seis regresaron tras morir Stalin».

Historia de martirio

En el valor de esta persecución también incide don José Luis Orella, profesor de Historia de la Universidad CEU San Pablo: «El comunismo trajo el ecumenismo del martirio», dice, y añade que «ortodoxos y católicos de uno y otro rito compartieron cárcel, campos y martirio». Entre guerras y persecuciones, se estima que Ucrania perdió, durante el siglo pasado, a diecisiete millones de sus ciudadanos.

Wroclaw, Poznan, Varsovia y Gdansk, en Polonia; y Donetsk, Lviv, Kiev y Járkov, en el lado ucraniano, son ciudades en las que apenas se habla estos días de otra cosa que no sea fútbol, pero en las que también gotean otras historias que permean una tierra de fecundo martirio y anhelo de esperanza. Como la de los católicos polacos ante la construcción de Nowa Huta, una barriada cercana a Cracovia en la que se planificaron teatros, cines, centros culturales y colegios, pero no iglesias. Sin embargo, la gente quería a Cristo, y se enfrentó al régimen.

Seminaristas de Lviv (Ucrania).

La localidad y los astilleros de Gdansk, donde España ha jugado la primera fase de la Eurocopa, se convirtió en un símbolo de la fuerza de un pueblo y de una fe puestas al servicio de la libertad de un país; o figuras como Popieluszko, o Maximiliano Kolbe, que sostuvieron al pueblo polaco frente a los embates del ateísmo de Estado. «La Iglesia católica —recuerda Dominik Kustra— era como un oasis, un refugio donde encontrabas paz y la libertad de expresar tus ideas. La Iglesia reunía a todos, agobiados por un sistema que no permitía expresarte libremente, viajar al extranjero, llevar tus propios negocios o educar a los hijos fuera de los centros públicos, que eran un verdadero campo de adoctrinamiento».

La situación de la Iglesia en Ucrania es distinta. Católicos y greco-católicos fueron perseguidos y, en algunos lugares, borrados del mapa. Los católicos ucranianos —igual que los del resto de repúblicas soviéticas— se convirtieron en los principales objetivos de la persecución. Y uno de los nombres que emergen de ese devenir de los años es el metropolita Josyf Slipy, cuyo lema episcopal era bastante elocuente: Hay que sufrir para llegar al Cielo. Detenido el 11 de abril de 1945, fue torturado y arrastrado por los gulags soviéticos, hasta su puesta en libertad en 1963. En el libro que sobre su vida escribió Roman Golash, se recuperan partes de su historia que el propio monseñor Slipy recordaba así: «Como prisionero por amor a Cristo saqué fuerzas, durante mi vía crucis, de la certeza de que mi rebaño espiritual, mi propio pueblo ucraniano, todos los obispos, sacerdotes y creyentes estaban recorriendo conmigo el mismo camino».