Periodistas, no máquinas - Alfa y Omega

En 1989, Erwin Frenkel, director de The Jerusalem Post, dimite junto a 30 periodistas más por la intromisión del nuevo propietario en la línea editorial. En su despedida hace un alegato por la integridad y la esencia del periodismo, que define como «una tarea de juicio social sobre el torrente de sucesos diarios», de los que el periodista «arranca los que son merecedores del interés público para informar de ellos como testigo honesto, convencido de que esta información es esencial para ayudar a la sociedad a encaminarse lo mejor posible, lo que supone también un compromiso con su integridad».

Si hoy Frenkel levantara la cabeza probablemente se apearía de mucho más que de una cabecera, al comprobar que esa «tarea de juicio social» y de informar como «testigo honesto» podría quedar en manos de un algoritmo. La batalla por la inmediatez y el clickbait ha llevado a que sea la inteligencia artificial quien elabore y decida la relevancia del contenido, supliendo el trabajo del periodista. Ya lo hizo Microsoft en 2020 cuando sustituyó a 50 trabajadores por robots capaces de identificar historias, reescribir títulos y encontrar las mejores fotos para los textos de su portal de noticias. La propia Agencia EFE participó ese año en un proyecto de IA para ofrecer contenido de fútbol sin la intervención de ningún periodista.

En un contexto en el que los medios de comunicación han de competir con las redes sociales, podría parecer este el sistema más efectivo para generar noticias de rápido posicionamiento. Y un lector acrítico al que le baste con recibir información actualizada en su móvil, podría incluso no ser capaz de identificar si el autor es un ser con corazón o una máquina inteligente. La defensa del juicio, la honestidad, la integridad y la libertad frente a presiones políticas y editoriales quedarían para los teóricos de los manuales.

Ante el desarrollo tecnológico, el periodismo tiene la obligación de reinventarse. Pero no puede dejar de ser periodismo. Un periodismo que explique, que contextualice, que haga pensar, que emocione, y, en definitiva, que se eche de menos. Como el de David Gistau que, como recordaba Karina Sainz Borgo en ABC, «pulía el lenguaje como si sacara brillo a la hoja de un cuchillo». Una sociedad que opte por el algoritmo jamás podrá tener eso.

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