Periodista de Dios - Alfa y Omega

Os quiero presentar a Larita, por si no la conocéis. Es increíble. Rubia cañón, como la describía un amigo, inteligente, simpática, la mejor amiga de sus amigos, buena estudiante, pero la más divertida cuando tocaba salir. Buena hija, buena hermana, buena nieta, buena trabajadora, buena alumna…

Larita lo tenía todo. Bueno, casi todo. Sentíamos que le faltaba un novio. Nos equivocábamos. Andaba en amores muy serios con un tal Jesús. Jesús se había fijado en la rubia y no la quiso dejar pasar. Ahora viven juntos en un lugar retirado.

Su nueva vida no se parece demasiado a la que imaginó que iba a tener mientras cursaba Periodismo en el CEU. Quizá esperaba estar en la redacción de un periódico o, por qué no, delante de una cámara. Pero el día en que Jesús le propuso una relación seria, sus proyectos se fueron desdibujando mientras que la vida que le ofrecía su novio tomaba cada vez más fuerza, más color. Hasta que un día, Jesús lo tiñó todo y la vida de Larita se transformó.

Ella no lo sabe, pero sigue siendo periodista. Ahora es altavoz del mensaje de su querido Jesús, Ése por el que cambió su vida. Y posiblemente no sospecha que, desde su pequeña celda carmelitana, sus palabras transforman corazones. Le enseñamos a contar noticias y ella transmite ahora la mejor que se puede dar: que Dios nos ama con un amor infinito. Lo sabe, lo siente, lo tiene, lo cuenta.

No todos lo entienden, pero los que se acercan a verla o reciben sus cartas quedan conmovidos, tocados de por vida. La mayoría sonríe y aprende de ella el amor a la Virgen y a Cristo. Otros muchos no entienden, incluso no aceptan que la rubia cañón lo dejara todo por acudir al encuentro con Cristo. Los hay que no pueden aceptar que truncara una carrera prometedora, con los tiempos que corren. Pero incluso los que reniegan, no pueden evitar ese fogonazo ineludible: lo que Larita encontró tiene que ser algo muy grande para transformar así la vida.

Le he pedido a la gran familia de Alfa y Omega un favor: que me prestasen esta columna para que Larita sea, por un día, protagonista en el papel —me querrá matar por esto—, para que todas las Laritas que se casaron con Cristo por amor a toda la Humanidad, sepan que su labor silenciosa frente al sagrario, su oración constante, su cuidado al Señor, son el mejor de los trabajos, el más desinteresado y generoso, el que necesitamos. Y lo sabemos.

En su última carta —periodismo al por menor—, me cuenta cuánto reza, cuánto quiere a Dios, cuánto nos quiere Dios, me pide que me encomiende a la Virgen. Y yo, que un día fui su profesora y su primera jefa, siento que los ojos se me llenan de lágrimas de agradecimiento ante esta lección de fe vivida. Larita es hoy María del Niño Jesús, periodista impertérrita del mejor mensaje del mundo. Desde aquí, gracias.

A ti, a todas.