Patras cambió ser un imán respetado en Pakistán por vivir entre animales como cristiano
La odisea de este exclérigo, su mujer y sus seis hijos, que para el Gobierno siguen siendo musulmanes, pone de manifiesto los problemas a los que se enfrentan los conversos en el país
Pakistán es el octavo país del mundo más peligroso para los cristianos. Así se recoge en la Lista Mundial de la Persecución presentada hace unas semanas por Puertas Abiertas. Con 88 puntos sobre 100, el riesgo es extremo. «La peor parte se la llevan los cristianos de origen musulmán», afirma el informe. Estos conversos sufren «violaciones de su libertad religiosa por parte de grupos islamistas radicales, que los ven como apóstatas, y de su familia, amigos y vecinos». Para ellos «la conversión es un acto vergonzoso de traición a la familia y la comunidad».
Un ejemplo de libro es el caso de Patras Paul, un eximán que hace unos días compartió la historia de su conversión en Asia News. Por razones de seguridad, no desveló ni su nombre completo ni dónde vive este creyente de 57 años, junto con su mujer y sus seis hijos, después de tener que huir de su comunidad de origen.
Uno de los momentos más difíciles de su itinerario fue «una fría noche de diciembre. Todos estábamos a la intemperie, mi mujer y los seis niños», enfermos por el hambre y el frío. «Éramos mendigos. Pero nos mantuvimos firmes en nuestra fe. Sabíamos que Jesús nos ayudaría».
La imagen del cordero
Nacido en una familia de profundas convicciones sunitas en un contexto de bastante pobreza, a los 32 años se convirtió en qari, un tipo de imán especializado en la recitación del Corán de acuerdo con una serie de normas; labor que con frecuencia se hace de memoria. Poco después lo pusieron al frente de una mezquita en la región de Cachemira. Fue precisamente rezando con el Corán cuando, en 2003, empezó su viaje al cristianismo.
«Era la semana de Eid al Adha», la Fiesta del Cordero, relata. Esta festividad musulmana conmemora cómo Alá ordena a Ibrahim (Abraham) que sacrifique a su hijo Ismael —el hijo de la esclava Agar, a diferencia del relato judeocristiano, donde el protagonista es Isaac—. «Estaba leyendo la historia» y cómo al detener Alá la mano de Ibrahim este sacrificó a un cordero en lugar de a su hijo. «Pensé: “¿De dónde ha salido este cordero? Es más grande que Ismael, pues se sacrificó por él”. Mi búsqueda de respuestas me llevó al Evangelio, que me había dado un amigo por esa época».
Allí encontró dos frases que le impactaron: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo»; y «este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Convencido, «abracé en secreto a Jesús como mi Salvador. Empecé a leer la Biblia con gran interés», a lo que dedicaba la mayor parte del tiempo. Su oración la dirigía «solo a Jesús», mientras seguía ejerciendo sus obligaciones como imán. Fue entonces cuando eligió el nombre de Patras Paul (Pedro Pablo).
Los altavoces de la mezquita
Se sentía dividido. «Le pedí a Dios que me mostrara el camino a la salvación». Ocurrió en 2005, de forma misteriosa. Una noche, «en sueños, oí una voz: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Y recibí el símbolo de una cruz».
Esa mañana, cuando se levantó para el adán, la llamada a la oración, «pensaba que la estaba proclamando. Pero de los altavoces salía el nombre de Jesús». Alertado por un discípulo, oyó en su interior que le decían tres veces: «Corre, Patras».
En Pakistán, los musulmanes conversos ni siquiera pueden despedirse libremente. Como recoge Puertas Abiertas de boca de un experto, «incluso cómo dices “adiós” te puede identificar como no musulmán, pues la mayoría de cristianos dicen “Khuda Hafiz” (Dios te proteja), mientras los musulmanes insisten en decir “Allah Hafiz” (Alá te proteja). Los conversos se ven obligados a decirlo para evitar estar en el punto de mira».
Obedeció, pero le sirvió de poco. Un grupo de 20 personas que le habían oído invocar a Jesús desde la mezquita le dio caza. «Me golpearon con patadas, puñetazos y palos. Todavía tengo las marcas de las heridas en la cara. Me gritaban que me había vuelto un kafir, un impío». Enviado de vuelta a su lugar de origen, fueron sus propios familiares quienes, junto con otros imanes, lo llevaron a comisaría y lo acusaron de blasfemia. Lo condenaron a un año de prisión.
Allí ocurrió lo que considera otro milagro: una persona le preguntó cómo se llamaba y al decirle que Patras Paul, nombre cristiano, «me dijo que no me preocupara: cada día me traía comida fresca y la ropa lavada y planchada». A pesar de compartir barracón con presos peligrosos, «no tenía miedo porque Jesús estaba siempre conmigo».
Entre animales
En 2006 fue absuelto después de que su mujer presentara un recurso y los denunciantes no comparecieran. Fue entonces cuando toda la familia, su esposa y sus seis hijos, se convirtieron interiormente al cristianismo. Sin embargo, ninguno se ha bautizado. «Los cristianos tienen miedo de bautizar a los musulmanes». Por el mismo motivo, les costó conseguir ayuda material al tener que abandonar su aldea, donde «nuestros amigos y parientes se habían convertido en enemigos».
Finalmente, les dieron alojamiento y trabajo en un slum, un barrio de chabolas. Allí sigue viviendo, cuidando animales a cambio de poder vivir en el mismo espacio que ellos. Sus vecinos creen que son musulmanes como ellos.
En el tiempo que le deja libre el atender a los animales, Patras Paul viaja en bicicleta a aldeas alejadas para predicar el Evangelio a pequeñas comunidades de cristianos, entre ellos familias conversas clandestinamente como la suya. En 2020, recibió otra paliza cuando un grupo de musulmanes descubrió una Biblia y un libro de oraciones en urdu en su bolsa. Pero teme sobre todo por sus hijas. Si se llega a saber que son cristianas pueden ser secuestradas, violadas y obligadas a volver al islam para casarse con sus raptores.
Oficialmente musulmán
Para intentar protegerse a sí mismo y a su familia, este cristiano clandestino está luchando para cambiar la religión que figura en sus carnets de identidad. Si fueran reconocidos como cristianos, cree que podrían conseguir un lugar más digno para vivir, educación para sus hijos y un cierto amparo legal para vivir su fe.
Joseph Janssen, activista de la organización Jubilee Campaign, que defiende la libertad religiosa desde el ámbito protestante, explica a Asia News que aunque «la Constitución garantiza la libertad religiosa» y «oficialmente no se penaliza abandonar el islam», la realidad «es bastante diferente».
«La Autoridad Nacional de Bases de Datos y Registro tiene una política oficial que niega a los musulmanes la posibilidad de cambiar su estatus religioso». No existe esa opción en ningún formulario. Sin embargo, cuando ocurre a la inversa, «se acepta rápidamente el reconocimiento de conversiones al islam desde un origen cristiano o hindú y el carnet de identidad se cambia con facilidad», recoge el informe anual de Puertas Abiertas.
«Es hora de tomar postura por aquellos obligados a practicar su fe en secreto», concluye Janssen. «Pakistán debe honrar su compromiso constitucional y sus obligaciones internacionales».