Pastor bueno y humilde
Corazón vivo de Jesús: recuerdo que en mis muchos encuentros y conversaciones con don Marcelo, en un momento se le escapó como una confidencia que se dejaba ver: «Mira, cuando tengo momentos difíciles en mi vida, cuando parece que no puedo más, repito una y otra vez: ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío! Esto me llena de una paz que no desaparece nunca. Es mi fuerza en esa tribulación».
Todavía recuerdo sus muchas homilías, conferencias, pláticas y meditaciones que tuve el gozo de escucharle y que nunca me cansaban. Además de su perfecta voz y su calidad de hablar un buen castellano, en su rico y extenso vocabulario, que le hacía ameno y que siempre captaba a los que hablaba, siempre transmitía su pasión por Cristo. No hablaba de teoría, sus palabras eran lo que hemos visto y oído. Era su experiencia de amor a Cristo, que denotaba era el centro de su corazón de pastor bueno. Sus discursos nunca fueron fríos, teóricos, lejanos de la realidad. Todos salíamos entusiasmados porque nos contagiaba su amor a Dios, que tiene siempre su Corazón abierto. Fue un auténtico y fascinante predicador en su don de transmitir con sencillez.
Amor a la Iglesia, aun en las crisis
Amar apasionadamente a la Iglesia: don Marcelo tenía la práctica habitual de la cercanía a los seminaristas. Cuando iba a recibir el diaconado, tuve la oportunidad de hablar largamente con él. Recuerdo que me preguntó: «¿Cuáles son tus grandes convicciones cuando vas a dar este paso tan clave en tu vida?» Le dije: «Siempre ha marcado mi vida la oración, como una relación cordial con Cristo y, también, como segunda convicción una docilidad y adhesión total al magisterio de la Iglesia. No soy capaz de hablar mal de mi Madre». Le terminé diciendo que lo había aprendido de lo que él nos había transmitido siempre. Me miró y me dio una palmada, y con ese tono familiar me dijo: «Adelante, es espléndido lo que dices».
En unos momentos nada fáciles para la Iglesia, don Marcelo nos hizo estar anclados en lo esencial, con su amor a la Iglesia cuando está en crisis, y la fidelidad a Cristo. Nunca dejó don Marcelo que en su corazón anidase la amargura de la sospecha sobre la Iglesia. Una y otra vez, siempre con caridad de buen pastor, vivió la contestación al magisterio de la Iglesia. La fecundidad de don Marcelo brotó de que no miró con nostalgia el pasado cuando no brota de la fuente de la Revelación. Ni tampoco se lanzó, como hacían otros, por caminos que una y otra vez se manifestaban estériles, porque no bebían del Amor fiel que busca la santidad como vivencia de los sentimientos de Cristo. Su pasión por la Iglesia fue incontestable.
No le fue fácil a don Marcelo permanecer fiel, cuando a un lado y a otro caían y no miraban a lo esencial. Como el Hermano Rafael, no miraba a los lados, sino al Centro, a Cristo. En mi cercanía a este gigante del espíritu, el pastor bueno y dócil, ví que muchos no le entendían porque creían que era demasiado social, demasiado preocupado por los pobres, que hizo lema de su vida episcopal. Ha sido de los obispos, en su época, que han trabajado más por el servicio a los necesitados. En Toledo potenció las Cáritas y creó en cada zona albergues para acoger y cuidar a los pobres más pobres de los pobres.
Me contó un día que, estando predicando en Valladolid en una novena, suprimió la predicación al conocer la noticia de la muerte de un hombre por hambre en la ciudad. Era la forma que tenía de rebelarse contra algo que le desbordaba y contra que los cristianos de entonces no hiciesen más por los pobres.
Humildad frente a los prepotentes
Su profunda humildad: pocas personas he conocido más humildes que don Marcelo. Una vez nos contó que un seminarista que había enviado un obispo de Latinoamérica, después de unos años como buen seminarista y con gran esfuerzo, vio que no podía con los estudios. Con toda humildad fue a visitar a don Marcelo, con la intención de volver a su país. Cuando se lo comentó, este seminarista nos contó que le emocionó su profunda humildad. Le dijo: «No sirvo y soy un pobre hombre, no tengo mucha inteligencia, me cuesta sacar las asignaturas, hay muchos mejores que yo». Don Marcelo le dijo que siguiese, que hiciese lo que pudiera y que era más grande su humildad que sus limitaciones, y que eso le hacía apto para el sacerdocio que es la identificación con el Corazón sacerdotal de Cristo, manso y humilde de corazón. Se sentía identificado con los humildes, amaba y le ganaban el corazón los sencillos, los pobres, los humildes. No quería prepotentes porque el Señor, decía, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.
Don Marcelo fue un pastor humilde. Enseñó a generaciones de sacerdotes, de vida consagrada y de laicos, el valor profundo de la humildad. Su corazón profundamente evangélico hacía descubrir el valor inmenso de evangelizar desde los sencillos y humildes. Pocos han influido tanto en lo esencial de la Iglesia de su momento, y pocos lo han hecho desde una profunda humildad, como lo hizo él.
Don Marcelo pertenece a los grandes pastores de la Iglesia de todos los tiempos, que hoy, con el Papa Francisco, sabe que al hombre de todos los tiempos le convence la profunda humildad y sencillez de los pastores, y que echa para atrás el orgullo de los satisfechos. Un hombre del Dios que María creyó derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.