La Iglesia mexicana celebra el primer congreso de antorchistas
Los antorchistas perpetúan una tradición casi tan secular como la devoción guadalupana. La Iglesia empieza a acompañarlos pastoralmente
Los antorchistas son solo una muestra más de la devoción popular que despiertan las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe casi cinco siglos después. Recorren largas distancias —algunos tardan varios días y viajan incluso con sus bebés a cuestas— «con el fin de encender una antorcha en el quemado de veladoras y llevarlo en peregrinación a sus distintos lugares de origen», explica el canónigo Horacio Palacios Santana, de la basílica construida en el cerro del Tepeyac, donde la Virgen dejó milagrosamente reflejada su imagen en la tilma de san Juan Diego. Una expresión piadosa que se transmite en las familias mexicanas de padres a hijos. «Muchos vienen precisamente por la devoción a la Virgen de Guadalupe, es lo que les inculcaron sus padres; pero también para honrar a sus difuntos», incide. De hecho, además de imágenes de Guadalupe, algunos llevan carteles con fotos de sus seres queridos.
Se trata de una tradición centenaria que surgió de forma espontánea «justo después» de las apariciones. En el museo de la basílica se conservan las brochas antiguas que por aquel entonces servían para limpiar el hollín que se desprendía de las velas que le ponían a la Virgen. Entonces «no faltaron personas que dijeron: “yo también quiero llevar una vela de aquí a mi casa”». Palacios Santana tiene claro que fue la «piedad popular» la que hizo brotar esta idea de llevar el fuego guadalupano a sus hogares y comunidades. Ahora son miles de personas de todas las edades las que, «de forma espontánea, van llegando con cuentagotas» los días previos al 12 de diciembre, su fiesta. «Algunos lo hacen a pie o corriendo, otros en bicicleta o en autobús». Regresar con la llama encendida requiere trabajo en equipo: «Se dan el relevo durante el camino y muchos de ellos no descansan».
Hasta ahora, la mayoría pasaban por el santuario desapercibidos y sin interactuar entre ellos. Por eso, el año pasado «tratamos de recibirlos, para que pudieran conocerse y después acompañarlos al altar para que vieran juntos a la Virgen». Esta atención pastoral puso la semilla del Congreso Antorchista que se celebró por primera vez los días 9 y 10 de diciembre, en torno a la festividad de san Juan Diego. El objetivo fue que tuvieran «un espacio de convivencia, evangelización, oración y resguardo», resume Palacios Santana. Junto con el rector de la basílica, Efraín Hernández Díaz, se ha encargado de la organización. Los jóvenes durmieron en tiendas de campaña en la explanada, mientras que los más mayores y las familias con niños pequeños lo hicieron en la casa del peregrino. El congreso contó con ponencias sobre lo que significa ser antorchista, además de cánticos comunitarios a la guadalupana. Además, estuvieron expuestas las reliquias del joven mártir san José Sánchez del Río y del beato Carlo Acutis. El evento concluyó con una noche de adoración al Santísimo y un concierto del grupo cristiano Cielo Abierto.