«¿Para qué reconstruir Nínive?» - Alfa y Omega

«¿Para qué reconstruir Nínive?»

«Todo el mundo se felicita por que parece que no va a haber una guerra abierta» entre Estados Unidos e Irán, explica Marcela Szymanski, de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN). Pero esta crisis y la perspectiva de que Irak siga siendo escenario de las escaramuzas bélicas pueden ser un duro golpe para la reconstrucción

María Martínez López
Representantes de Estados Unidos visitan en abril el monasterio de San Jorge de Mosul, de cara a su reconstrucción. Foto: Max Primorac

«Justo en septiembre charlaba con Max Primorac, de US Aid (la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) sobre cómo por fin teníamos un respiro. Y ahora viene esto». Marcela Szymanski, representante de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN por sus siglas en inglés) ante la UE, se refiere a la crisis internacional desatada por el asesinato en Bagdad (Irak) por parte de Estados Unidos del general iraní Quassen Suleimani, jefe de las Fuerzas Especiales de la Guardia Revolucionaria y segunda persona más poderosa de facto de Irán. Y a cómo, «a pesar de que todo el mundo se felicite por que parece que no va a haber una guerra abierta», lo ocurrido es un golpe, quizá mortal, para la reconstrucción del norte de Irak y el regreso de los cristianos a la llanura de Nínive.

Ha sido una de las alusiones más frecuentes en las declaraciones de líderes cristianos desde el viernes 3 de enero, empezando por el Papa. Especialmente duro fue el día 8 monseñor Bashar Warda, arzobispo caldeo de Erbil: «Irak lleva sufriendo guerras a través de terceros desde hace décadas. Han desgarrado nuestro país». Y ahora son un nuevo obstáculo en el «camino lleno de desafíos» que ha supuesto «recabar los fondos y el apoyo internacional para ayudarnos a recuperar lo que perdimos» con la llegada del Estado Islámico.

Casa, luz, una pequeña fábrica…

Szymanski ha sido testigo de primera mano de este esfuerzo, que comenzó en 2017 con un plan de ACN y el Comité de Reconstrucción de Nínive de las iglesias locales, para reconstruir las casas. Luego vinieron algunos centros parroquiales. Este año, con ayuda de Estados Unidos, comenzó la reconstrucción de infraestructuras como calles y carreteras o alumbrado («la gente estaba utilizando generadores en sus casas»). Esta reconstrucción creó empleo, y «eso animó a más gente a regresar».

En paralelo, el Gobierno estadounidense creó la Iniciativa de Recuperación tras el Genocidio, a través de la cual empezaron a llegar también ayudas de distintas entidades para poner en marcha pequeños negocios, como tienditas. A comienzos de diciembre se celebró en Erbil una feria para promover la inversión en empresas de más entidad, como una fábrica de servilletas de papel o una envasadora de pollos y caldos. «Había una gran esperanza hasta la semana pasada. Ahora estamos a la espera de ver si retiran esas inversiones», reconoce Szymanski.

«La gente nos pregunta: “¿Para qué invertir, si cada dos años hay una amenaza de guerra?”», comparte el dominico Olivier Poquillon, ex secretario general de la COMECE. «La inquietud forma parte de la vida de aquí desde hace casi 40 años: ocho años de guerra con Irán; después el embargo de la ONU, que fue muy difícil»; las dos guerras del Golfo y, en 2014, la llegada del Estado Islámico. De regreso a Irak, donde ya estuvo hace 15 años, comparte con Alfa y Omega las reacciones de sus feligreses, cristianos latinos en Erbil; sobre todo, la incertidumbre desde la muerte de Suleimani hasta la respuesta iraní, el día 8.

Vuelve el miedo

En los pueblos de la llanura de Nínive –completa Szymanski– «algunas familias volvieron a enviar a las mujeres, los niños y los ancianos a otras localidades, mientras los hombres se quedaban para proteger su casa recién reconstruida. O si estaban visitando a familiares por Navidad retrasaron el regreso» hasta que la situación se aclarara.

Los acontecimientos de las últimas semanas han minado también la que, junto a la reconstrucción, es la segunda condición de los cristianos para volver: la seguridad. O, al menos –dice la representante de ACN ante la UE medio en broma medio en serio– «un grado tolerable de inseguridad» ante un posible resurgir de grupos islamistas. Hasta ahora, se lo brindaba la presencia de la coalición internacional y su programa de entrenamiento a las fuerzas armadas iraquíes para continuar la lucha contra el Daesh y para lograr una presencia significativa del Ejército iraquí en el norte del país. Se trata de algo que la Iglesia llevaba tiempo reivindicando, pues siempre ha rechazado el gran protagonismo que las milicias sectarias –también chiitas apoyadas por Irán– tuvieron en la lucha contra los islamistas y siguen teniendo en la región.

Solo un día después de la muerte de Suleimani se interrumpió el adiestramiento, y el Parlamento iraquí pidió al Gobierno que expulse a las fuerzas estadounidenses. En este contexto, parece que todos son amenazas para la «grave fragilidad de las comunidades. Han sufrido ya demasiado y no pueden seguir enfrentándose a un futuro desconocido», se lamentaba monseñor Warda. Humanamente, «no hay nada a lo que agarrarse con esperanza –sentencia Szymanski–; solo Dios».

«Un golpe a la unidad»

Todo lo ocurrido en torno al asesinato de Suleimani ha sido también «un golpe a la unidad de Irak», al producirse después de tres meses de un amplio movimiento cívico reivindicando reformas políticas, explica el dominico Olivier Poquillon desde Erbil. «Lo han protagonizado sobre todo los jóvenes (la mayoría de los iraquíes tienen menos de 20 años) del sur, donde la población es sobre todo chiíta. Ven que las cosas no mejoran: no tienen acceso al empleo ni a los servicios sanitarios, ni una educación de calidad. Quieren debatir, construir y asumir responsabilidades, y critican la corrupción y la incapacidad de los gobernantes». Poquillon teme que la última crisis pueda ser utilizada para acusarles de ser aliados o cómplices de Estados Unidos, lo que los pondría «en mayor riesgo», después de haber sufrido ya 500 muertes por la dura represión.

La Iglesia en el país había celebrado que la movilización popular estaba superando las barreras de los grupos confesionales y políticos. «El sentimiento de pertenencia de las nuevas generaciones está cambiando. Están empezando a identificarse más con su grupo de edad que con el confesional o étnico –explica el religioso–. En los alrededores de la plaza Tahrir [el epicentro de las protestas, N. d. R.] hay imágenes de Cristo y hace unas semanas pusieron todos juntos un árbol de Navidad y una Sagrada Familia».