Osio, servidor de la fe y de la comunión - Alfa y Omega

Con mucha probabilidad, Osio de Córdoba no se encuentre entre los personajes más conocidos de la Antigüedad cristiana y, no obstante, el congreso que, en torno a esta figura, ha organizado la diócesis de Córdoba, entre los días 28 y 31 del pasado octubre, en la misma sede cordobesa, a impulsos directos de su pastor, don Demetrio Fernández, se ha revelado muy oportuno.

No es fácil resistirse a la tentación de juzgar la importancia de los hombres pasados en atención a la memoria que de ellos ha sobrevivido. El caso de Osio de Córdoba podría considerarse como un paradigma de estos casos en los que la relevancia que tuvo en su momento el personaje en cuestión no se corresponde con la escasa atención que ha merecido de parte del pueblo de Dios y, en un dominio más amplio, de parte de los historiadores. Junto con la pérdida de fuentes ocasionada por la ulterior invasión musulmana, no poco habrán influido determinados folletines compuestos, años después de su muerte, con la intención de calumniar a su persona. El Oriente, sin embargo, poco amigo de conservar la memoria de los latinos ilustres, le venera como santo, ¡paradoja!

A pocos días de haber terminado el congreso, la figura de este venerable confesor de la fe, que nació pasada la mitad del siglo III y murió ya centenario, después del 357, parece surgir con más relieve. El papel, por ejemplo, que desempeñó como canonista y reformador a lo largo de los concilios del siglo IV fue decisivo. En él empieza a encontrar, por ejemplo, forma jurídica el derecho de apelación al obispo de Roma, estructurándose con incipiente claridad el primado de jurisdicción. Con Osio parece también que se dio por primera vez un intento de canonizar el Credo niceno, al tiempo que se sugería un modo teológico y subsidiario de interpretarlo (concilio de Sárdica), mostrando así gran clarividencia de método por encima incluso, en este punto, de santos como Atanasio o Hilario.

Alguna que otra ponencia han contribuido a centrar el pensamiento teológico de Osio, no sólo haciendo frente a la herejía de Arrio, sino también defendiendo la personalidad distinta del Hijo, sin confusión con el Padre. Se discute acerca de si, al final de sus días, cedió a las presiones de los herejes y firmó una fórmula de fe heterodoxa o no lo hizo. La crítica hoy ha de suspender el juicio ante la falta de fiabilidad de las fuentes al respecto.

Sí resplandece de modo fiable, sin embargo, la posición equilibrada que supo sostener a lo largo de su dilatada vida en relación con el poder político: la confesión de la fe en tiempos de persecución; la franca colaboración, sin servilismos, en tiempos de paz; la recriminación pastoral dirigida al mismísmo emperador en tiempos de chantaje. Sus más de cincuenta años de ministerio compendian un modelo ejemplar de gobierno evangélico, libre y audaz, al servicio de la Iglesia en el siglo IV.