Oración y vocaciones: urgencia inaplazable - Alfa y Omega

Oración y vocaciones: urgencia inaplazable

La oración por las vocaciones. Su urgencia en tiempos de crisis: así titula nuestro cardenal arzobispo su exhortación pastoral de esta semana, con ocasión de la Jornada de Oración por las Vocaciones. Dice:

Antonio María Rouco Varela

Una hermosa iniciativa pastoral ha nacido, hace años, en nuestra archidiócesis, con motivo de la celebración anual de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones: las 24 horas de adoración ininterrumpida ante el Santísimo Sacramento, en la capilla del Seminario Conciliar, en la que participan, en turnos de una hora, comunidades parroquiales, distintas familias religiosas, numerosos movimientos apostólicos y nuevas realidades eclesiales. Desde el mediodía del sábado, hasta la Eucaristía del Domingo del Buen Pastor, en la catedral de la Almudena, se suceden y relevan, en la oración delante de Jesús Sacramentado, grupos de sacerdotes, consagrados y consagradas, fieles laicos —en su mayoría jóvenes—, en los que cristalizan y se hacen presentes las plegarias de toda la comunidad diocesana, a fin de que el dueño de la mies envíe los obreros que necesita su Iglesia para que la gracia de Jesucristo resucitado llegue, fluida y fecunda, a los que, por el Bautismo, son ya sus hijos y a aquellos alejados o siempre ausentes, que no son de este redil.

En el cuidado pastoral de las vocaciones, la plegaria explícita y constante de toda la comunidad diocesana ocupa el primer y más decisivo lugar. La oración es el alma de toda y cualquiera pastoral vocacional. Así lo pone de manifiesto, año tras año, esa Vigilia extraordinaria de adoración que tiene lugar las vísperas del domingo de la Jornada Mundial por las Vocaciones. ¡Mantengámosla viva, a lo largo de todo el año, con crecido fervor y con un interés espiritual, que sea más intensamente compartido por un número cada vez mayor de fieles y de grupos eclesiales de nuestra comunidad diocesana!

La vocación para ser cristiano nace del encuentro y la llamada de Cristo resucitado, que nos ha amado hasta dar la vida por nosotros, revelándonos y trasmitiéndonos el amor del Padre que había dispuesto, antes de todos los siglos, en su infinita misericordia, que el hombre se salvase a través de una forma inaccesible para él y las fuerzas que le son propias: la de convertirse en hijos de Dios. Sólo un corazón humilde, abierto y cultivado con la experiencia de la oración, posee el espacio interior apropiado para acoger el amor de Dios y corresponderle amando, es decir, queriendo ser y siendo hijo. La vocación cristiana es vocación universal, proyectada y querida por Dios para todo hombre que viene a este mundo. La vocación del ser cristiano hay que rogarla personal y comunitariamente, cuanto más las formas específicas de vivirla con la mirada puesta en el estar y mostrarse dispuesto a ser instrumentos del Señor, ¡de Jesucristo resucitado! Toda vocación específica nace de la iniciativa de Dios; es don de la caridad de Dios, como reza el lema de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones del presente año, aprobado por el Santo Padre Benedicto XVI. Lo es el sacerdocio ministerial. ¿Cómo se va hacer visible y presente el Buen Pastor en medio de la familia humana sin los apóstoles con Pedro y sin sus sucesores, los obispos, con sus colaboradores natos y necesarios en el ejercicio del ministerio sacerdotal que son los presbíteros? ¿Y cómo van a sentirse llamadas las ovejas a escuchar al Buen Pastor y a seguirle en el camino de su imitación hasta la muerte sin hermanos y hermanas que le consagren, sin reservas, toda su vida -su libertad, su cuerpo, sus bienes- y les señalen con el testimonio de la propia existencia la dirección y la actitud justas?

La Iglesia necesita hoy, en un tiempo de tan grave crisis espiritual y moral, más que en otras épocas y con urgencia inaplazable, la oración de sus hijos e hijas para que el Señor le conceda, en primer lugar, abundantes vocaciones para el sacerdocio. Toda renovación verdadera de la vida cristiana ha de contar inexcusablemente con sacerdotes santos.

Renovación de conciencias

Y, en segundo lugar, toda renovación de la realidad social -económica, política y cultural- depende esencialmente de esa renovación de la conciencia y de los modos y estilos de vida, sólo posible y eficaz desde el amor de Dios: ¡eficaz en la verdad!; en la verdad de Cristo, que es, por igual, la verdad de Dios y la verdad del hombre.

La situación de sociedad descristianizada, en la que se encuentran muchos países de la vieja Europa, ha llegado también a nosotros: ¡a España! y afecta, no levemente, a sectores y personas de nuestra ciudad y nuestra diócesis de Madrid. La crisis de la fe es también nuestra crisis. En el discurso a la Curia romana, con motivo de la felicitación navideña del pasado año, Benedicto XVI expresaba clarividentemente el hecho y el origen profundo de la crisis: «El núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa —decía— es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces». En el Domingo del Buen Pastor podíamos añadir, glosando las palabras del Papa: en el núcleo de la crisis de fe de los europeos se encuentra la falta de vocaciones para el sacerdocio y la vida consagrada: ¡la crisis vocacional! Y la crisis vocacional se entrelaza inextricablemente con la crisis espiritual: ¡con la crisis de la vida de oración!

Evangelizar de nuevo a nuestra sociedad —¡al hombre hermano que encontramos cada día en los ambientes donde se desenvuelve nuestro quehacer y convivir diario!— requiere perentoriamente nuevos evangelizadores: santos y numerosos sacerdotes, muchas y generosas almas consagradas a Jesucristo el Salvador, para que su amor llegue convincentemente a todos los que más lo necesitan en el cuerpo y en el alma.