La resolución Roe contra Wade en los Estados Unidos ha reabierto el debate sobre el aborto en todo Occidente. Cuando parecía que era una batalla perdida, sustentada ya únicamente en posiciones irreconciliables, se acaba de abrir una ventana de oportunidad muy interesante para volver a sentarse a la mesa. Y esta vez hay que ser un poquito más inteligentes y, sobre todo, más coherentes.
El derecho al aborto no es algo aceptado como tal por grandes capas de población que, hasta ahora, se han podido sentir silenciadas. Es un asunto con enormes implicaciones morales, no necesariamente vinculadas a una creencia religiosa o a una ideología, que no puede cerrarse en falso. Las heridas que suponen el drama del aborto no se curan con tiritas ni se cierran asumiéndolo como derechos adquiridos. Los derechos no pueden ser de parte ni entrar en conflicto con otros derechos tan fundamentales como el de nacer.
Por otro lado, aunque este no es el tema, tampoco vale hacer del argumento religioso algo que invalide la postura. Como explicaba Juan Sánchez en Twitter: «Si defendiéramos nuestra postura debido a nuestras creencias religiosas, seguiría siendo una postura lícita. De las creencias religiosas se derivan principios morales. Y estos se argumentan y discuten entre religiosos y laicos».
El problema de la eutanasia, si bien con matices, es realmente similar a la hora de aceptar o no su regularización. Lo grave de este asunto, en concreto, es que se ha asumido sin ningún tipo de discusión social; sin escuchar a las partes disidentes y sin intención siquiera de buscar soluciones que minoren esta práctica.
Ahora bien, en ciertos espectros del entorno provida tenemos una asignatura pendiente: el problema migratorio no se ve como una de las patas que suponen ser coherentes con la propuesta. No podemos decirnos provida si la dicha propuesta no es integral. Si no comenzamos por valorar de manera radical todas las vidas como iguales. Y esto pasa, como digo, por pensar también en la vulnerabilidad de las vidas de los migrantes.
Lo ocurrido en Marruecos los últimos días comparte el mismo problema moral que el aborto y la eutanasia. Y no podemos obviarlo. Por eso, repito, la propuesta provida ha de ser completa, integral y coherente. No vale con posicionarse en contra del aborto. Hay que pedir con la misma fuerza medidas políticas que no dejen desprotegidas a las madres o a los bebés, que permitan la conciliación, ayudas directas, subvención a las escuelas 0-3 años, acompañamiento a las madres solteras, a las víctimas de abusos o violación… hay mucho que hacer.
En el asunto de la eutanasia ocurre lo mismo: no basta con decir no a la eutanasia, hay que hacer propuestas integrales: cuidados paliativos de calidad, ayudas directas a las familias con enfermos terminales, subvenciones a las clínicas de cuidados específicos, ayudas a la conciliación (la gran piedra en el zapato de nuestro sistema productivo), etc.
Y, por último, en el asunto de los migrantes: basta ya de la criminalización. Nadie, en su sano juicio, querría salir de su país si no creyera que puede vivir mejor en otro lugar. Mi familia, en los 40 y 50, ganando más dinero, se volvieron de Alemania en cuanto pudieron. En casa mejor que en ningún sitio. No creo que una persona de Ghana o Burundi piense diferente. Por eso ser provida pasa, en este caso, por una mejor regulación de la migración, una mejor red de acogida, el cierre inmediato de los CIE, el aumento en la inversión en cooperación y desarrollo y una inversión controlada en los países de origen que permita mejorar las condiciones de vida. Además, por supuesto, de denunciar las prácticas inhumanas a ambos lados de la frontera, como, de hecho, hacen los trabajadores por los derechos humanos en Nador.
Ser provida es una propuesta integral. Un pack indivisible. No se compra por unidades ni a precios diferentes. Ser provida es amar la vida. Y si no estamos ahí, mejor nada.
Pablo Martín Ibáñez
Periodista y conductor de El Micro de la Taberna