Crónica de la abuela y el Corazón de Jesús - Alfa y Omega

Llegamos justo a tiempo a la reunión en la residencia de mayores, que hoy nos toca acompañar. Apenas nos vamos acomodando, hay quien pide «que se hable más alto», pues no escucha nada… Más allá, otra busca y busca sus gafas porque «no ve nada».

El de siempre, eterno sonriente, hace sonar su bastón para imponer su presencia y anunciar que ya está llegando. Lo siguen las que llegan con retraso, apoyadas en el andador. Los enfermeros, como ángeles siempre atentos, estacionan algunas sillas de ruedas de los que ya no andan, pero que gozan con el paseíllo veloz, y están prestos a ocupar las primeras filas.

Luego, se aprecia a los que aún caminan, pero recuerdan poco para qué van a esa reunión. Otras mujeres llegan andando solas, como solas son sus tardes…

Un corazón salvado

Todos nos disponemos a empezar un homenaje al Sagrado Corazón de Jesús. Están las velas, las flores, los cantos…, pero nos falta lo central: la imagen del Cristo que nos señala su corazón. «Pilar iba a traerlo», lo recordamos. Sin embargo, alguna nos trae a la memoria su desdicha: «Se habrá olvidado también de eso».

En pocos minutos, Pilar llega agitada con la antigua y bella imagen, cuya historia de supervivencia a los destrozos sacrílegos de la guerra civil española nos quiere contar, aunque haya olvidado la mitad de los detalles.

Todos, los que oímos bien, y aquellos que no tanto, estamos dispuestos a escuchar «la sabiduría de sus vivencias», en palabras del Papa Francisco para la III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, que se celebra este domingo 23 de julio.

El Santo Padre, en su reflexión con motivo de esta jornada instituida por él mismo en 2021, resalta como lema el encuentro de la joven María con su anciana prima Isabel, rescatando aquel versículo del magníficat: Su misericordia se extiende de generación en generación (Lc 1, 50).

Custodios de la memoria

Así sea una simple reunión de ancianos y jóvenes, debemos ser conscientes de que «el Espíritu Santo bendice y acompaña cada encuentro fecundo entre generaciones distintas», tal como glosa el mensaje papal.

Pilar nos cuenta que la imagen que encabeza nuestra reunión tiene un «pico de años», pues es la única con la que se restituyó el culto en su pueblo natal, después de que los fanáticos destruyeran todo, intentando vanamente borrar el nombre de Cristo de la faz de la tierra.

Entendimos así, con este relato contado y recordado por tan entrañable testigo, custodia de tan apreciada reliquia, lo que nos recomienda el sucesor de Pedro: «Reconozcan, gracias a ellos, el don de pertenecer a una historia más grande».

Ellos, nuestros mayores, supervivientes de guerras y de malos gobiernos, nunca se han sentido achicopalados. No ha habido régimen agresivo ni dictadura dura o blanda que les haya impedido expresar su fe e incluso enseñar a hacer la señal de la cruz —a veces a escondidas— a sus hijos y nietos, vecinos y alumnos…

Valientes testimonios

Por eso, el Papa les recuerda a los jóvenes que «la amistad con una persona anciana ayuda al joven a no reducir la vida al presente y a recordar que no todo depende de nuestras capacidades, pues las realidades más grandes y los sueños más hermosos se realizan a través de un crecimiento y una maduración».

Con esta certeza, Francisco invita a los jóvenes a que, antes de viajar a Lisboa para la Jornada Mundial de la Juventud, se encuentren con sus abuelos, o hagan una visita a un anciano que esté solo para que juntos puedan orar, abrazarse o reír de nuevo con la misma historia que les contarán una y otra vez. Este tipo de experiencias en los jóvenes —añade el Santo Padre—, «les da la conciencia de compartir la misma herencia y de formar parte de un pueblo en el que se conservan las raíces».

Mientras nos disponemos a empezar el triduo Pilar, ya con un hilo de voz por el cansancio del relato memorioso, nos hace ver que ningún anciano debe recibir de su sociedad el maligno estatus de «descartado o desechable». Por el contrario, en palabras del mismo Papa, debe darle la certeza de que «no están relegados a los márgenes de la vida», sino que con sus relatos y experiencias de vida son quienes «entregan al presente un pasado necesario, para construir el futuro».

José Antonio Varela Vidal, diácono y periodista