El pasado 22 de junio, un terrorista suicida se hacía estallar en la iglesia de San Elías, en la capital siria de Damasco, asesinando a al menos 25 personas y dejando decenas de heridos. Este atentado terrorista es el más letal cometido sobre la comunidad cristiana siria desde mediados del siglo XIX.
En un primer momento, el Gobierno sirio apuntó a la autoría de Estado Islámico, grupo que todavía mantiene cierto potencial operativo para cometer atentados de elevada letalidad pese a haber perdido en 2019 gran parte de su capacidad en Siria tras el desmoronamiento de su califato yihadista. Sin embargo, dos días después del ataque sobre la iglesia de Damasco, un nuevo grupo yihadista llamado Saraya Ansar al Sunna (SAS) reivindicó la acción.
Hasta el momento, poco se conoce sobre esta nueva agrupación terrorista, más allá de las motivaciones esgrimidas para la comisión de este atentado. Estas se han centrado en criticar duramente al nuevo Gobierno sirio liderado por Ahemd al Sharaa, el antiguo combatiente yihadista de Al Qaeda reconvertido en líder político. Estas críticas vertidas tras el ataque están relacionadas particularmente con algunas recientes decisiones tomadas por el Ejecutivo sirio, que tratan de limitar a otros grupos las tareas de proselitismo en comunidades musulmanas, algo que en los círculos islamistas más radicales ha generado descontento. Tanto es así, que se cree precisamente que parte de la nueva estructura de SAS está formada por antiguos integrantes de Hayat Tahrir al Sham, grupo del que forma parte tanto el propio Al Sharaa como también buena parte de los ministros del nuevo Gobierno bajo un enfoque más moderado y conciliador. Por lo tanto, esta especie de escisión dada en los sectores salafistas yihadistas más radicales de Hayat Tahrir al Sham se entiende como una respuesta a la indecisión del Ejecutivo para implantar la ley islámica en su totalidad.
Todo lo expuesto lleva a pensar que el nacimiento de SAS supondrá el punto de inicio de una nueva fuente de oposición al Gobierno que, mediante acciones terroristas y un discurso más extremista, podría generar una desestabilización política de consecuencias imprevisibles.