Noviembre, el mes de los difuntos - Alfa y Omega

Noviembre, el mes de los difuntos

Redacción
Ilustración: Asun Silva

El martes pasado, 1 de noviembre, celebramos la fiesta de Todos los Santos y, un día después, la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos. De hecho, todo el mes de noviembre está dedicado a los difuntos. Pero, ¿qué significa esto? Después de morir no nos vamos a ningún lugar, como quien se va de viaje. Nos pueden pasar tres cosas, dependiendo de si estábamos reconciliados con Dios, y de si en el alma quedaban todavía las manchas que dejan los pecados, aunque estén perdonados. Si al morir uno rechaza el amor de Dios, estará separado de Él para siempre: eso es el infierno. «Si uno, en el momento de su muerte está en gracia de Dios y totalmente purificado, va directamente a encontrarse con Dios y a vivir feliz con Él por toda la eternidad: eso es el cielo. No podemos comprender ni imaginar lo felices que seremos». Así lo explica María Almandoz, una de las presentadoras de La hora feliz, un programa infantil de Radio María. Por eso, en el cielo no están sólo los santos famosos, sino muchos santos anónimos a quienes recordamos en la fiesta de Todos los Santos.

Ilustración: Asun Silva

Pero -sigue explicando María-, «para entrar en el cielo y estar en presencia de Dios, es necesaria la santidad: tener un alma pura». Si uno no lo ha conseguido durante su vida pero muere en paz con Dios, «sufre esa purificación en el Purgatorio, pero sabe que después, cuando esté limpio del todo, podrá ir al cielo, y eso le llena de esperanza». Montserrat Vilaseca, directora de la revista misionera para niños Gesto, nos pone este ejemplo para que lo entendamos mejor: «Es como si tuviéramos la entrada, pero hubiera que esperar todavía un poco a que Dios nos dé la mano y nos lleve con Él». María se lo imagina «como un lugar con niebla y en silencio, lleno de almas que sufren porque ya no aguantan más las ganas de ir a estar con Dios, pero todavía se ven sucias».

Mientras vivimos, podemos limpiar nuestra alma rezando, confesándonos, comulgando, ofreciendo a Dios las cosas que nos pasan, haciendo pequeñas renuncias… Como las personas que han muerto ya no pueden hacer esas cosas, «están deseando que nosotros nos acordemos de ellas y les ayudemos a purificarse» haciéndolo nosotros por ellos. Como toda la Iglesia es el cuerpo de Cristo, todos estamos unidos, y lo que hacemos afecta a los demás. Igual que la Virgen y los santos nos ayudan con su oración, nosotros podemos hacer lo mismo por los que se están purificando, ¡y ellos por nosotros! Cuando, en el Credo, hablamos de la comunión de los santos, nos referimos a eso.