Novedad inesperada - Alfa y Omega

En las últimas semanas me han interesado dos figuras del catolicismo europeo que tienen en común la agudeza de juicio, la libertad frente al contexto cultural, y la procedencia de mundos alejados de la Iglesia. Uno es Fabrice Hadjadj, filósofo francés de familia judía originaria de Túnez, formado en la escuela republicana con una impronta anticlerical, y en un clima familiar de extrema izquierda. Con algo de ironía, Hadjadj ha dicho que, si él ha podido convertirse al catolicismo, entonces cualquiera puede.

El segundo es Erik Varden, obispo de la diócesis noruega de Trondheim, nacido en una familia de tradición luterana pero completamente agnóstica. En su caso fueron la música y la literatura las que le abrieron al anuncio cristiano, que luego le fascinaría al verlo encarnado en la vida de una abadía cisterciense. Como ha dicho Varden refiriéndose a las conversiones que tiene lugar en un país tan secularizado como Noruega, lo extraordinario de estos tiempos es que el Evangelio puede comunicarse y encontrarse como algo nuevo. Y cuando se encuentra, es como si la luz se desparramara hasta el último rincón de lo humano.

No se espantan por las patologías de la sociedad y la cultura actuales, que han conocido personalmente. Nunca se presentan a la defensiva, ni con esa irritación típica de quien se siente acosado. Para ellos la fe no es una antigua posesión que se ve amenazada por el entorno, sino una novedad que hace la vida más libre, razonable y llena de esperanza, y que por tanto es más fuerte que todos los vientos culturales. Por eso Hadjadj sostiene que, aunque las circunstancias puedan ofrecer motivos para el desaliento, los cristianos seguimos teniendo hijos y construyendo. Y Varden recuerda cómo educaron los primeros monjes que llegaron a Noruega a un pueblo bárbaro, y concluye que, cuando vemos las nuevas formas de barbarie en Europa, «comprendemos que este proceso debe continuar, incluso después de milenios de cristianismo».

Y aunque su singladura personal es única e intransferible, manifiestan un sentido eclesial que derriba el torpe y cansino esquema de progresistas y conservadores. Para ellos, entrar en la Iglesia ha sido como regresar al hogar.