Nora Castro: «Si no llega a ser por el padre Jorge, no salimos adelante»
Nora Mabel Castro colaboró muy de cerca con Jorge Mario Bergoglio y recibió también la ayuda del entonces sacerdote cuando se quedó viuda con tres hijos a los que alimentar
Lo primero que llama la atención de Nora Castro (Buenos Aires, 1953) es cómo se refiere al Papa Francisco. Para ella no es el Sumo Pontífice o el Santo Padre, sino sencillamente «mi querido padre Jorge», confiesa al otro lado de la línea y del charco. Una conversación con Alfa y Omega que, a pesar de que se produce ya cuatro días después del fallecimiento del «padre Jorge», se desarrolla a duras penas ante la emoción de esta argentina por la muerte de quien le ayudó a salir adelante humana y espiritualmente.
Todo comenzó en los años 70, cuando los jesuitas desembarcaron en el barrio de San José, que anteriormente se llamaba barrio Alvear. «Ya tenían el Colegio Máximo», que era donde se formaban. Pero en el otro extremo del extenso terreno «tenían gallineros, criaban chanchos, cultivaban la tierra. Allí, en un galpón (cobertizo), abrieron una parroquia, para dar servicio al barrio, que era muy, muy, muy humilde. Y aunque ha mejorado, lo sigue siendo», refiere Castro.

Entonces ella comenzó a frecuentar el templo, acompañada de sus padres enfermos. Su dedicación a los demás, su asiduidad y su deseo de ser misionera hicieron que un joven Bergoglio se fijara en la joven, que por aquel entonces tenía 21 años. «Me llamó un día y me preguntó si quería ser catequista. Fue una sorpresa total. Le dije que sí, pero que no tenía ninguna formación. Él me contestó que no me preocupara, que ellos me la irían dando».
Lo primero que hicieron fue salir a buscar a los chicos por la calle. No fue un tarea fácil, porque «el barrio vivía de espaldas a la Iglesia»; pero dio resultado. «La situación cambió por completo. La evangelización consiguió que la gente se acercara a Dios». Como prueba, Castro habla de la Eucaristía que se celebró en el barrio el pasado lunes, pocas horas después de que Francisco regresara a la casa del Padre, en expresión del cardenal camarlengo. «No faltó nadie. Estábamos todos los que empezamos con él».
Boda y accidente
Pero la catequesis no fue el único ámbito en el que colaboraron. También tuvieron una relación intensa en lo laboral, después de que Castro se quedara sin trabajo teniendo que ayudar también a sus padres. «Hablé con él para explicarle la situación y me consiguió colocar en la imprenta del Colegio Máximo y, más tarde, en la de la Universidad del Salvador». Hasta entonces la mujer no conocía otro trabajo que no fuera sin contrato y en negro.
Tras la estabilidad laboral llegó la boda, que como no podía ser de otra forma estuvo oficiada por el padre Jorge. Ahora separada de su marido por la muerte, ella todavía conserva en su casa las fotografías de aquel momento. Como obsequio, el futuro Papa «nos regaló un viaje a Mendoza en un tren que por aquel entonces estaba de moda», rememora con agradecimiento la bonaerense, pues «si no lo hubiera sufragado él, no nos lo podríamos haber permitido».
Tras el enlace matrimonial, Nora Castro dejó de trabajar en la Universidad del Salvador para ocuparse de su familia. «No perdimos el contacto con Bergoglio», pero «es verdad que la situación cambió». La pareja tuvo tres hijos y fue una época de centrarse más en ellos. Vivían dignamente, que «es distinto de holgadamente», matiza Castro, gracias al sueldo de su marido.

Este, sin embargo, murió en un accidente precisamente el día del cumpleaños del padre Jorge. «Fue un golpe duro. Mis hijos todavía eran pequeños», asegura la antigua colaboradora de Bergoglio. Los niños tenían 4 años, 3 y 1 el más pequeño.
En aquel momento, Bergoglio fue «un soporte único para todos nosotros. Si no llega a ser por él, no salimos adelante. Me desahogaba con él y me escuchaba, a veces sin saber qué decir. “¿Por qué me pasó esto a mí?”, le decía yo. “¿Cómo voy a hacer para sobrevivir?”», le insistía, al mismo tiempo que «le rogaba que me permitiera reincorporarme a la universidad». Pero el futuro Pontífice no lo veía oportuno. «Yo no tenía a nadie con quien dejar a los niños y la distancia entre mi casa y el trabajo era grande». Aun así, no la dejó tirada. Siguiendo sus indicaciones, Castro iba con los niños hasta la capital, a casa de Bergoglio, una vez al mes. «Armaban un lío tremendo en la sede del Arzobispado, pero él los trataba con mucho cariño. Les ponía alfajores y gaseosa, y a mí me entregaba un sobre todos los meses con dinero para que pudiera salir adelante». La situación se mantuvo invariable hasta que los hijos de Castro se hicieron mayores y ella pudo volver a entrar en la universidad hasta su jubilación. «Ha sido verdaderamente un padre para nosotros», concluye.