Nómadas de Dios - Alfa y Omega

Mongolia es conocida por su extensa estepa, su gran y variada fauna y sus habitantes, que practican el seminomadismo desde hace al menos 5.000 años. En esta realidad, un grupo de misioneros y misioneras nos encontramos ya hace 32 años para compartir con este pueblo la bella noticia de que Dios también se quiso hacer peregrino para buscarnos, encontrarnos y compartir su amor, su pasión por todos nosotros, y acompañarnos en nuestras incansables peregrinaciones hacia la plenitud de la vida.

Deseo compartir la experiencia de la joven misionera Francisca Allasia, que desde hace un año está caminando con nosotros en esta bella tierra del cielo azul. Ella dice que la experiencia de la visita del Papa sigue viva en nuestros corazones. Resuenan sus palabras, que ha dicho de este país que es «noble y sabio» y que está en el corazón de Dios y de cada uno de nosotros, los misioneros. Pienso que este mes misionero es una oportunidad no solo para abrir los horizontes del corazón al mundo, a las heridas y a las bellezas de los pueblos, sino también para probar y ver la profundidad de esta llamada. Ser misioneros revoluciona la vida, es una bendita sacudida que nos pone en camino y es una gracia que nos pide aprender a volver a ser pequeños. Se nos pide sembrar abundantemente, con la confianza del sembrador que sabe que, tal vez, no verá los frutos de lo que está sembrando.

Este mes es una oportunidad para recordar la invitación del Señor a no temer, para renovar el sí personal y comunitario, para cultivar un corazón que busca la belleza del pueblo mongol; un corazón que, sin olvidar nunca que somos huéspedes y peregrinos, se convierte en casa, espacio humano de encuentro con Dios, de compasión, ternura, cercanía y humilde escucha. Es una existencia que nos hace nómadas de Dios, implicados con sencillez y transparencia en la vida del pueblo, una vida que ama y respeta su cultura, que se compromete con el estudio de la lengua y vive de las pequeñas cosas.

Francesca dice: «Me gustaría no perder ninguna oportunidad de encuentro, aunque fuera solo una sonrisa en la calle, un saludo o un asiento cedido en el autobús a una persona mayor. Cuanto más avanzo, más me doy cuenta de que estos gestos valen mucho, porque estoy segura de que, en cualquier parte del mundo y en cualquier idioma, el amor reconoce al Amor».