No tuvieron culpa de nada - Alfa y Omega

No tuvieron culpa de nada

El cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco, hace, para Alfa y Omega, a las pocas horas de la beatificación de 498 mártires españoles en Roma, una reflexión sobre el sentido de las vidas entregadas a Cristo

Anabel Llamas Palacios
El cardenal Rouco, después de la Misa celebrada en la basílica de San Lorenzo in Damaso, la víspera de las beatificaciones, junto a un grupo de jóvenes participantes.

¿Cómo ha vivido personalmente la preparación y el acontecimiento mismo de la beatificación de 498 mártires en la persecución religiosa de los años 30 en España?
En la vida de un obispo no se puede separar lo personal de lo pastoral, son dos dimensiones inseparables. En cualquier caso, los aspectos personales pesan. A mí me impresiona leer la historia de estas personas. En cuanto te acercas a sus vidas —yo he leído algunas biografías—, te emocionan, porque te colocan en los años de su vocación sacerdotal, del Seminario, de las ilusiones sacerdotales y pastorales y apostólicas que vivimos mi generación. Luego, también te obliga a hacer examen de conciencia, a contrastar lo que vives ahora, lo que has vivido, cómo has respondido al Señor…, en comparación de cómo han respondido ellos. En cuanto a la dimensión pastoral, ha sido una gracia de Dios que hayamos podido venir a Roma, que la celebración haya podido ser en San Pedro, y que la respuesta del episcopado y del pueblo cristiano español haya sido tan masiva y tan emocionante. Que hayan venido tantos fieles de toda España, nos ha ofrecido la oportunidad de que ese testimonio de los mártires aparezca más libre de paja humana, de dubitaciones, de dialécticas humanas, y haya brillado más como un testimonio de verdaderamente mártires de Cristo.

¿Cómo describiría el significado profundo de estas beatificaciones en la España de hoy?
Habría que distinguir las capas más profundas de la conciencia colectiva de los españoles vistos en su conjunto, un conjunto cada vez más complejo y más difícil de comprender bajo una categoría de unidad. Una cosa es lo que sienten los españoles en general, sobre todo las generaciones que hemos hecho la Transición, los que han venido después, quizá incluso los hijos de los que hemos hecho la Transición, y otra lo que aparece como tema del día: la discusión en torno a la ley de Memoria histórica. Yo creo, con respecto a esa España más profunda y más permanente, a pesar de todas las anécdotas del momento, que todos nos sentimos reconciliados. No creo que haya nadie, en la España de esas generaciones, sin un mínimo de buena voluntad para reconocer que, si alguien no tuvo culpa de nada de esa guerra civil, fueron los mártires. En ningún caso se encuentra ni un ápice de mezcla con ninguna actividad, sociocultural o políticamente activa, ni ninguna beligerancia.

Para la España de la superficie, o de la anécdota, más bien parece que lo considera como un elemento dialéctico de discusión que no responde del todo a la verdad histórica; que la verdad histórica es más compleja. Uno les diría, sobre todo, a las generaciones jóvenes: Acercaos sin ningún prejuicio a la historia de las vidas de estos jóvenes mártires, y veréis cómo son modelos formidables.

La mayor parte de los beatificados el domingo pasado en Roma pertenecían a congregaciones religiosas. ¿Qué cree que supone para ellas esta elevación a los altares de sus hermanos mártires?
Un 90 % de los que han sido beatificados eran consagrados y consagradas, y yo creo que, para sus familias religiosas y para toda la vida consagrada y la Iglesia en España y en el mundo, son un estímulo extraordinario para que acierten, cada vez mejor y cada vez más profundamente, en cuáles son los caminos de una verdadera renovación de la vida consagrada. Primero, yendo al centro de su personalidad, de su obra, que históricamente es la Iglesia, del estilo de vida que hace a los santos, santos: la caridad vivida plenamente. Creo yo que debían de aprovechar esta ocasión para promover la renovación de la vida consagrada a fondo en este camino, y con el necesario examen de conciencia, que todos estamos obligados a hacer. Cuanto más auténticamente se haga delante de Cristo, mejor será, para que este ejemplo de los mártires sea fecundo y para que el ejemplo haga escuela en los consagrados y consagradas de este momento, sobre todo para que sepan mirarle a Él.

¿Cuál cree que debe ser el papel de los mártires en las Iglesias locales, y particularmente en la Iglesia en Madrid?
Estos mártires vivieron su vida a fondo y en totalidad el día del martirio. Pero es que la venían viviendo así: no dudaban, no vacilaban, no jugaban, no andaban persiguiendo fines y valores de mediana o pésima calidad, o de efectos destructivos sobre la personalidad psicológica, humana o espiritual, sino que encontraron a Quien les salva, y de una vez y sin vacilación alguna Le ofrecieron la vida. Yo creo que eso es una cosa muy importante para los jóvenes hoy: volver a encontrar la clave de la existencia. Quiero recordar ahora el último punto de la alocución del Santo Padre en Castel Gandolfo, el pasado 9 de agosto, a los peregrinos madrileños de la Misión Joven: «Ahora estáis en un momento decisivo de vuestra vida, tenéis que elegir el camino, si queréis acertar preguntadle a Él qué es lo que quiere de vosotros, y si le oís y le hacéis caso, acertaréis».

¿Alguna declaración más para los fieles de la diócesis de Madrid?
Esta beatificación ha tenido mucho que ver con la historia de la Iglesia en Madrid. La mayor parte de los martirizados eran madrileños, pero también de toda España, y vivir la vocación y la responsabilidad apostólica en Madrid exige tener el alma y el corazón abierto a todos los problemas de la Iglesia en España y en el mundo. Hemos recibido una nueva gracia para ahondar en esa experiencia y esa vivencia, y también para pedir a todos los fieles que promuevan las vocaciones que están en función de esa universalidad y esa catolicidad de toda la Iglesia, al sacerdocio, a la vida consagrada, y también al matrimonio cristiano en este momento.