«No tentarás al Señor, tu Dios»
I Domingo de Cuaresma
Comenzamos un itinerario de 40 días, iniciando así el ciclo de la Pascua, que culminará, dentro de 90 días, con la fiesta de Pentecostés. 40 días hasta la Pascua y 50 hasta Pentecostés. Siguiendo el esquema que Lucas propone en el Evangelio, la Cuaresma puede ser comprendida a modo de ascensión hacia la cruz y la Pascua del Señor. Durante este periodo, la Palabra de Dios y las oraciones de la Iglesia pretenden no solo introducirnos en un ámbito de preparación o catequesis espiritual, o incentivar la práctica de las tradicionales costumbres encaminadas a la conversión (ayuno, oración, limosna). La Cuaresma constituye ya en sí no solo un medio, sino un verdadero momento de gracia, un auténtico sacramento, tal y como se refleja en varias oraciones de la Misa de este primer domingo. Por lo tanto, este tiempo no solo se reduce a una llamada a la conversión, a la purificación interior o al aumento de la intensidad espiritual para llegar a la Pascua con las mejores disposiciones personales. El tiempo cuaresmal goza ya, de por sí, de una eficacia propia, y el camino recorrido supone ya una efectiva configuración con el misterio pascual de Cristo, que nos disponemos ahora a celebrar y a vivir un día en plenitud.
La fuerza de la Palabra de Dios
Durante la Cuaresma la Iglesia incide especialmente en la relevancia de la Palabra de Dios para la vida del cristiano. Así se evidencia, por ejemplo, en el hecho de que las dos lecturas y el Evangelio guardan una importante relación temática. Además, las distintas oraciones de la Misa buscan de modo particular, a través de citas o alusiones, vincular oración y Palabra. Pero es en el propio Evangelio de este domingo donde el mismo Jesús recalca con fuerza el valor de la Escritura, con un dato definitivo: la respuesta del Señor al diablo es siempre con la Palabra de Dios. No existe más diálogo con el tentador que la Palabra, convirtiéndose esta en el instrumento contundente y definitivo para vencer la tentación.
Tanto la primera como la segunda lectura buscan, asimismo, destacar el valor de esta Palabra en el pasado de la historia de Israel y en el futuro de la vida eclesial: en la Antigüedad, porque se traduce en una confesión histórica de fe, es decir, en memoria viva de lo que Dios ha hecho por su pueblo. Los hebreos saben que «el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido […] y nos dio esta tierra». En la segunda lectura, san Pablo, citando la Escritura, recuerda a la primitiva comunidad cristiana de Roma que la Palabra no solo se profesa con los labios, sino que está en el corazón, es decir, en lo más íntimo del hombre.
Un anticipo de la victoria definitiva del Señor
Al resultar el Señor vencedor de las tentaciones, la ubicación de este pasaje al comienzo de la santa Cuaresma presenta anticipadamente, pero con nitidez, el poder y la gloria definitiva de Cristo sobre el mal y la muerte, que celebraremos en el Triduo Pascual. De hecho, el culto que rendimos a Jesucristo procede de esta victoria, manifestación máxima de la fuerza de Dios, que muy pronto originó entre los primeros cristianos la adoración y el culto a Jesucristo. Este hecho tiene gran interés, debido a que son precisamente estas atribuciones (poder, gloria, adoración y culto) las que Satanás, de un modo sutil, reclama para sí en las segunda y tercera tentaciones. Por el contrario, Jesús, respondiendo con la Palabra de Dios y con su propia vida nos hará ver que es el cumplimiento de la voluntad del Padre lo que lleva al poder y gloria finales. Frente a la experiencia de fracaso de Adán, del pueblo de Israel y de nosotros mismos, Jesús aparece ya como el que ha vencido. De este modo, desde el principio de su ministerio público nos enseña que es posible hacer frente a las diversas tentaciones que nos presenta el Maligno; y que para ello necesitamos conocer y recurrir a la Palabra de Dios y seguir el modelo de quien ha vencido primero de un modo nuevo y definitivo las asechanzas del enemigo.
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante 40 días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer, y al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Acabada toda tentación el demonio se marchó hasta otra ocasión.