No os falta ningún don de gracia - Alfa y Omega

No os falta ningún don de gracia

Domingo. Santísima Trinidad, solemnidad / Mateo 28, 16-20

Jesús Úbeda Moreno
'La Santísima Trinidad en gloria'. Simone Cantarini. Metropolitan Museum of Art, Nueva York.
La Santísima Trinidad en gloria. Simone Cantarini. Metropolitan Museum of Art, Nueva York.

Evangelio: Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.

Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra.

Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».

Comentario

Los discípulos se ponen en camino a Galilea, siguiendo las indicaciones del Maestro. Se dirigen al lugar donde todo comenzó, al lugar del primer amor. Es el monte donde Jesús había revelado el corazón del Evangelio, la buena noticia del designio salvador que el Padre le había encomendado. El último momento de su experiencia en esta tierra con sus discípulos sucede en el lugar donde comenzó, poniendo de manifiesto la primacía del don. La iniciativa es siempre suya, al principio, durante el camino y al final de la historia. «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis» (Mt 28, 7). Jesús va siempre por delante, nos «primerea» como le gusta decir al Papa Francisco. Galilea es a la vez el lugar de la vida cotidiana, porque el reconocimiento y la relación con Cristo resucitado tiene que ver con la vida de todos los días, con sus luces y sombras y sus tristezas y alegrías.

Como los discípulos, también nosotros experimentamos dudas e incomprensiones en nuestro camino (cf. Mt 28, 17), pero Jesús responde de nuevo tomando la iniciativa; se acerca a ellos y les habla. Aquí radica nuestra esperanza: no en nuestra capacidad de comprender o responder, sino en su fidelidad, porque no deja de buscarnos para hacerse el encontradizo. Y, ¿qué nos dice?: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28, 18). Quizá uno de los pasivos divinos más importantes del Evangelio. Jesús nos vuelve a manifestar su gran pasión: el Padre. En virtud de su entrega humilde y obediente y su Resurrección, ha recibido del Padre plena autoridad sobre el cielo y la tierra. Ya no hay por qué temer, Jesús ha vencido al mal y a la muerte para siempre, llevando a plenitud la vocación al amor divino inscrita en el corazón humano.

La universalidad de su autoridad se manifiesta en la universalidad de su misión. El verbo principal del mandato de Jesús es «hacer discípulos», y para poder conseguirlo hace falta ir, bautizar y enseñar. Es muy importante entender la primacía y centralidad del imperativo «haced discípulos» para comprender el fin de la misión evangelizadora de la Iglesia. Consiste en introducir a todas las naciones en el discipulado de Jesús, convertirnos en discípulos suyos. Este es el factor de verificación y corrección de la acción evangelizadora de la Iglesia. La acción y la forma de anunciar, bautizar y enseñar está siempre subordinada a la generación de discípulos. Escuchando y recibiendo el anuncio de la Resurrección del Señor, sumergiéndonos —esto es lo significa bautizarse en griego— en el amor trinitario, en el mismo ser del Dios trino y acogiendo todo lo que nos ha enseñado, podemos llegar a convertirnos en discípulos suyos. Solo una experiencia viva de encuentro con Jesús que nos introduce en la verdad del amor trinitario consagrándonos por el Bautismo para poder plasmar la vida nueva inaugurada por Cristo nos hace verdaderos discípulos.

Y todo esto a través de la mediación de la Iglesia, que solamente puede cumplir su misión porque el Resucitado permanece en ella para siempre. Todas las naciones entrando en comunión con la Iglesia pueden experimentar la comunión viva con Cristo. Si hubiera llegado una persona a ese monte en Galilea un minuto después de que Jesús se hubiera marchado no le habría faltado nada para poder experimentar la misma comunión con Cristo. La comunidad cristiana nacida por la voluntad del Padre del costado abierto de Cristo y recreada por la acción fecunda del Espíritu es el lugar donde la vida divina se hace accesible y contemporánea a todos los hombres hasta el final de los tiempos. De esta manera tan bella lo expresa san Pablo: «No os falta ningún don de gracia» (1 Co 1, 7) para poder participar de la comunión divina.