Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre - Alfa y Omega

Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre

Viernes de la 7ª semana de tiempo ordinario / Marcos 10, 1-12

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Marcos 10, 1-12

En aquel tiempo, Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por el camino, y según costumbre les enseñaba.

Acercándose unos fariseos, le preguntaban para ponerlo a prueba:

«¿Le es licito a un hombre repudiar a su mujer?». Él les replicó:

«¿Qué os ha mandado Moisés?». Contestaron:

«Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo:

«Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.

De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo:

«Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».

Comentario

Jesús toma una posición diferente a la del judaísmo imperante sobre el divorcio: «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Estas palabras y esta medida podrían considerarse de una gran dureza. Por eso, resulta aún más curioso que sea Él quien nos acuse de dureza a nosotros: «por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto».

Jesús parece querer dar la vuelta a nuestro punto de vista. No se le pasa por alto la complicación de estas situaciones. Porque lo primero que nos muestran estas palabras es que su intención no es aplicar la norma sin más, sino precisamente ablandar nuestro corazón. Con un corazón duro es imposible cumplir la voluntad de Dios. Y en situaciones de separación de los cónyuges (vivan todavía o no juntos, sus corazones suelen estar divididos), suele imperar la dureza. Por eso, Jesús pretende que la consideración de la unidad ablande nuestros corazones. ¿Y si el primer paso para atajar y discernir en todas estas situaciones fuera precisamente el de rebajar la rigidez de la oposición de los corazones hasta hacerla desaparecer? Porque Cristo no pretende resolver con una norma todas las complicaciones familiares de la historia, pero todas las normas están llamadas a iniciar el camino que permita vivirlas mejor. Sólo la predisposición a entrever una unidad divina, más honda y misteriosa que la que propician los sentimientos pone en el camino de la solución verdadera. No se trata de permanecer unidos sin más, sino de encontrar la unidad en Dios que rescate todas las situaciones, incluso cuando la convivencia sea imposible.