No sé si los responsables de las portadas de ABC van a seguir con los otros partidos, pero, desde luego, en las portadas que han dedicado al PP y al PSOE, que ilustran este comentario, no han podido dar más en el clavo: ese laberinto en el que se ha metido solito el PP, después de haber tenido y no haber sabido gestionar la mayor confianza popular desde la Transición, deja chiquito al laberinto de Creta; y ese puño cerrado del PSOE, que aprieta esa, en principio, imposible rosa violeta, no puede sintetizar y simbolizar mejor el naciente frente que se cierne amenazador en el horizonte español, aunque pretenda camuflarse de unidad popular. Por abusar de lo popular que no quede… «No me gusta la idea de un frente para desalojar al PP», ha declarado Rivera; pues ¿quién lo diría, oiga? «Por sus frutos los conoceréis». ¿Es posible que ninguno de tantos parvenus se haya planteado ni siquiera la duda de que la panacea mágica del tan deseado y pregonado cambio puede ser a peor?
Con evidente, aunque no en todo compartida, lucidez, ha escrito el director de ABC: «Los movimientos populistas y antisistema que ahora parecen querer enseñorearse de la vida municipal española son muy deudores, entre otros, del zapaterismo y su ingeniería social». ¿Nadie le va a exigir cuentas, en vez de pagarle un suculento y no ganado sueldo al insensato y falaz ingeniero de tal ingeniería, todo menos social? Otro avizor y experimentado comentarista, José María Carrascal, ha avisado, y el que avisa no es traidor: «Saldremos de esto, pero antes tendremos que pagar por ello… Los españoles, que creíamos saber finalmente dónde estábamos y hacia dónde íbamos, resulta que nos encontramos de nuevo a la intemperie. Todo, por no tomarnos la democracia como lo que es, responsabilidad, y ponernos en manos de pícaros de todos los colores del espectro político. Eso se paga». Efectivamente; muchos lo venimos pagando, injustamente, desde hace mucho tiempo ya, y muy caro, ¿verdad, Montoro?
La ética de la responsabilidad parece haber sido impresionantemente abolida, y la cacareada transparencia de los emergentes no puede ser más opaca: en vez de saber qué hacen con nuestros votos y qué pactan, se permiten cachondearse de nosotros y nos cuentan que comen tortilla a la francesa. ¡Oh, lá, lá! Eso sí, «seguimos siendo súbditos con derecho a voto», como ha escrito Jaime González; igual que en Venezuela, sólo que aquí, además, pudiendo pitar al himno nacional, sin que pase nada, oigan; así que ¿de qué nos quejamos? Con unas tragaderas a lo Carpanta, tragamos en educado silencio y consentimos lo que no deberíamos silenciar; por ejemplo, a la juez Carmena, la que asegura: «Voy a seducir a todos» y «no estoy vinculada a Podemos», o a los nacionalistas catalanistas de Valencia que quieren, naturalmente, no faltaba más, encargarse de Cultura y Educación. Será por no perder la costumbre; ni en Cataluña, ni en Vascongadas, ni ahora en Navarra, sin ir más lejos. Luego, dentro de unos años, muchos se llevarán las manos a la cabeza, las que no se llevaron el primer día que en la mochila de un pequeño escolar, su hijo, su nieto, entró un libro de Geografía en el que se podía leer que el Ebro es un río catalán… y tragaron, en educado y democrático silencio. O cuando ni rechistamos siquiera al leer: «Si sabes Matemáticas, tienes tres segundos de ventaja con respecto a los demás, en todo», y no completamos la frasecita con algo así como: «Si sabes Humanidades, sabes qué hacer y para qué sirven esos tres segundos». Luego, para que no falte nada, hemos podido leer también cosas tan sorprendentes en firmas de teórico prestigio como ésta: «También en la cuestión de la doctrina y la pastoral de la familia tenemos por delante el reto de articular toda la herencia recibida de una gran tradición dentro de un contexto polimorfo y complejo que nos exige, sin lugar a dudas, respeto y prudencia, pero también audacia y creatividad». ¿Es que todo vale y que todo ese polimorfo contexto es familia? Dios nos coja confesados, con tanta audacia y creatividad, en esta España que, como ha escrito Serafín Fanjul, «se nos va, sin que nadie intente impedirlo». La pregunta del millón la ha hecho, en una magistral y tan escondida como silenciada conferencia, sobre La crisis del alma, el cardenal Rouco Varela: «¿Es posible, con una ética relativista, sostener un orden jurídico auténticamente democrático y un Estado libre y democrático de Derecho?».