No es verdad 870 - Alfa y Omega

La viñeta que ilustra este comentario fue publicada el año pasado, pero vale igual para éste. Escribo mientras se desarrolla en el Congreso de los Diputados el Debate sobre el Estado de la Nación y llevo ya dos días leyendo a diversos columnistas creadores de opinión que ya me han contado lo que va a decir Rajoy y lo que va a decir Rubalcaba; y lo más curioso es que tienen razón. Al 80 % de la gente, el debate le trae al fresco. Otro humorista agudísimo, Máximo, publicó hace tiempo también otra viñeta, en ABC, en la que se veía a un españolito cavilando lo siguiente: «Yo creo que España lo que necesita, más que estadistas, son psiquiatras». De hecho, las consultas de los psiquiatras no dan abasto.

Viene a cuento todo esto de que aquí las cosas más elementales parecen estar justo al revés de como deberían; por ejemplo, en el asunto –que no sabe uno si es para llorar o para reír– de los verificadores de ETA (el verificador que verificare buen verificador será). A mí, y supongo que a todos ustedes, me gustaría saber qué es lo que han verificado, a no ser la idiotez y falta de reacción de todo el mundo, cosa que cada vez necesita también menos verificación. De verdad que no sabe uno qué candidez fustigar más, si la de los que se sientan a una mesa solemnísima para escuchar, en inglés, al Presidente de la Generalidad que Barcelona es la capital de una vieja nación llamada Cataluña y no se levantan de la mesa y se van, o la de los tertulianos de guardia que, incluso en la COPE, tras la visita de los verificadores, siguen diciendo que ETA está derrotada. ¿Es candidez, o es pérfida complicidad disfrazada de candidez? Porque aquí nos conocemos todos, hace mucho tiempo. Y luego –éramos pocos y parió la abuela– está el tal Urkullu, verificador de verificadores vividores sin escrúpulos, mientras los españolitos normales y corrientes, asisten entre atónitos y cobardes a esta prolongada, suicida y abominable estrategia de hacerles el caldo gordo a una panda de asesinos. A mí lo que de verdad me gustaría saber es quién está detrás de esta estrategia, porque una basura así no surge por generación espontánea: alguien atiza los varios y nauseabundos rescoldos de esta desgracia llamada ETA. Alguien tiene interés en hacerlo, un interés tenaz, constante, permanente, inasequible al desaliento. Y a eso se prestan esos soplagaitas o cantamañanas llamados verificadores que no parecen tan tontos cuando cobran más de 700 euros diarios por verificar. Habrá que crear esa profesión, ahora que hay tanto paro y tanto que verificar. Y todavía hay entre los columnistas, tertulianos y creadores de opinión quien se pregunta de dónde sale ese dinero. Que se lo pregunten a las víctimas del impuesto revolucionario. No sé si se lo habrá preguntado el juez al que han acudido, desde su hotel de cinco estrellas, antes de lamentarse de que van a tener que dejar de verificar, porque si van a tener que ir al juez cada vez que lo hacen… Y con el doble juego de Urkullu no pasa nada. Y más de 300 asesinatos de ETA siguen sin explicación; y el ZP que juró y perjuró que no había negociado con ETA sale ahora diciendo lo durísimo que fue negociar con bestias… Y menos mal que queda algún comentarista, todavía con sentido común y decencia, que avisa al sufrido lector de que «falta mucho para el final del drama». Llevo unos días preguntándome por qué será que aumenta el número de mis compatriotas para los que no existe en el diccionario la palabra vergüenza ni la palabra dignidad. A ver si hay alguien que verifique esto.

Tengo que dejar constancia agradecida de un número que la revista Cristiandad, que edita en Cataluña la Fundación Ramón Orlandis, ha dedicado al tema del nacionalismo catalán, bajo el título Cataluña será cristiana o no será, y en cuyo editorial se lee: «Nos parece un error manifiesto sostener que el principio de autodeterminación de los pueblos no es más que un modo apropiado y coherente de participación en la vida política de acuerdo con las enseñanzas del magisterio de la Iglesia… El nacionalismo no es una opción política sin consecuencias para la fe religiosa de un pueblo».

Menos mal que en Cataluña todavía quedan élites sin arteriosclerosis moral aguda y sin esquizofrenia.