No es tiempo para tratar asuntos banales con Dios - Alfa y Omega

No es tiempo para tratar asuntos banales con Dios

En 1562, una religiosa de la Encarnación fundaba, a las afueras de Ávila, un pequeño convento desde el que volver a las raíces del Carmelo. Era Teresa de Jesús, y el convento, el monasterio de San José, con el que nacía una revolución espiritual en la vida de la Iglesia: la Reforma Teresiana. 450 años después, la Santa Sede ha otorgado un Año Jubilar, para conceder la indulgencia plenaria a quienes peregrinen hasta el monasterio; al tiempo que el obispo de Ávila, monseñor García Burillo, ha escrito una Carta para recordar que «hoy tenemos la oportunidad de afrontar una nueva evangelización, en ambientes hoscos para la fe, no menores a los que vivió santa Teresa». He aquí un extracto:

Jesús García Burillo
Convento de San José, en Ávila, primera fundación de santa Teresa de Jesús.

La fundación de San José nos recuerda la necesidad de ser apóstoles en un mundo en crisis. Las carmelitas descalzas de San José son apóstoles desde el silencio de su celda, de su claustro. (…)

Teresa se mantuvo siempre en absoluta fidelidad y amor a la Iglesia, por la que sufre, y dentro de la cual aporta su camino de santidad y perfección. Tomó conciencia de la necesidad de abrirse a la expansión misionera de la Iglesia. Aquí, en el nuevo convento, empezó ese apostolado original de santa Teresa con sus poquitas monjas para servir a la Iglesia. Hoy, inmersos en un mundo en crisis económica y de valores espirituales y morales, la Santa nos recuerda que el momento histórico del siglo XVI no fue menos convulso que el nuestro, y que ella fue muy decidida en la adversidad. Cuando contemplamos la obra de San José y los demás conventos nacidos de éste, no podemos dejar de preguntarnos con admiración y asombro: ¿cómo fue capaz una mujer en Ávila, de llevar adelante una obra de tal calado y con tantas adversidades? (…)

Santa Teresa de Jesús.

En las circunstancias actuales, en medio de una cultura opuesta a los principios evangélicos, en estos tiempos igualmente recios, cuando, al decir de la Santa, quieren poner a la Iglesia por el suelo, parece necesario el espíritu apostólico, urge escuchar la voz interpelante de la Santa: «¡Oh hermanas mías en Cristo!, ayudadme a suplicar esto al Señor, que para eso os juntó aquí; éste es vuestro llamamiento, éstos han de ser vuestros negocios, éstos han de ser vuestros deseos, aquí vuestras lágrimas, éstas vuestras peticiones. Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, como dicen, pues le levantan mil testimonios, quieren poner su Iglesia por el suelo, ¿y hemos de gastar tiempo en cosas que por ventura, si Dios se las diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia». Ojalá la Santa nos contagiase su ardor: no es tiempo de distraernos con asuntos banales. (…)

La Iglesia nos necesita como apóstoles en nuestra parroquia, en los movimientos apostólicos, y en nuestra familia, en el trabajo, con nuestras amistades. Sentimos frecuentemente la tentación de vivir el cristianismo al margen de la Iglesia, Cristo sí, Iglesia no. El mensaje de la Santa es diáfano: «Bendito sea Dios…, que soy hija de la Iglesia ¡Soy hija de la Iglesia!» Esto nos recuerda que no podemos vivir el Evangelio según nuestros criterios, sino según la fe de la Iglesia: «Creed firmemente lo que cree la Santa Madre Iglesia, y a buen seguro que vais por buen camino». La Santa y su pequeña comunidad, desde hace 450 años, nos invitan a sentir con la Iglesia y a comprometernos con ella, trabajando, gastándonos en tareas apostólicas: «En tan gran necesidad como ahora tiene la Iglesia, le sirviesen. ¡Dichosas las vidas que en esto se acabaren!».