Nada nos separará - Alfa y Omega

Nada nos separará

Lunes de la 7ª semana de Pascua / Juan 16, 29-33

Carlos Pérez Laporta
Vidriera de Jesús con sus apóstoles. Foto: Pixabay.

Evangelio: Juan 16, 29-33

En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús:

«Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios». Les contestó Jesús:

¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo».

Comentario

«Ahora sí que hablas claro». Se figuraban los apóstoles que la claridad con la que ahora se expresa Jesús, sin esconder su origen divino, significaba que había llegado el momento en que el Mesías iba a actuar con toda contundencia. Si Jesús hablaba así de claro sobre su divinidad iba a hacer enfadar a las autoridades, y solo se comprendía si tenía la posibilidad de vencer con fuerza.

Por ello, Jesús les responde de ese modo: «¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo». Ellos habían puesto la seguridad de su fidelidad en el poder de Cristo. Pero lo que iban a ver era su extrema impotencia. Por eso, iban a abandonarlo; porque en realidad todavía no tenían fe en Él, sino solo en su fuerza: solo si era capaz de vencer al mundo ostensiblemente por la fuerza creerían.

Pero la claridad con la que habla Jesús no remite a ese poder, sino al poder del Amor a su Padre, que iba a manifestarse con todo su esplendor: «No estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí». Su aparente abandono del Padre en la cruz iba a manifestarse como el momento de mayor unidad en la Resurrección: nada podía aislarle el Padre, ni tan siquiera la muerte. Y es eso precisamente lo que nos da verdadera paz, saber que nada nos separará del amor de Cristo. Ese amor es la verdadera victoria sobre el mundo: «En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo».