Monseñor César Franco explica su secreto. En la JMJ, todo converge hacia el núcleo de la fe: Cristo - Alfa y Omega

Monseñor César Franco explica su secreto. En la JMJ, todo converge hacia el núcleo de la fe: Cristo

«¿Por qué sorprendía tanto la presencia de una juventud distinta, nueva, prometedora de esperanza? —se pregunta monseñor César Franco, obispo auxiliar de Madrid y coordinador general de la JMJ 2011— ¿Por qué cuesta entender que los jóvenes son capaces de acoger y vivir los elementos esenciales de la fe cristiana?». Hay, sin embargo, un requisito indispensable: presentarles el Evangelio en su integridad, sin tapujos

César Augusto Franco Martínez
Jóvenes de todo el mundo esperan, en Cuatro Vientos, la llegada del Papa para la Vigilia de oración, el 20 de agosto de 2011.

A punto de cumplirse un año de la inolvidable experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), viene a mi memoria la definición que hizo de ella Benedicto XVI ante la Curia romana: «Una medicina contra el cansancio de creer…; una nueva evangelización vivida…; un modo nuevo, rejuvenecido, de ser cristiano». Los jóvenes fueron para toda la Iglesia, pastores y fieles, «una provocación saludable», como también dijo el Papa en la JMJ de Colonia. ¿Quién no se sintió retado, provocado, es decir, llamado a vivir con su misma pasión y entusiasmo juvenil la alegría de la fe y a celebrarla con toda la Iglesia? A medida que los jóvenes llegaban a nuestra ciudad, convertida en sede de la Catolicidad, la gente, hasta la más reacia e indiferente, quedaba sorprendida e involucrada de diversos modos en la marea festiva de la fe que, en los calores de agosto, nos traía el soplo refrescante del Espíritu. Ciertamente, los jóvenes mostraron en Madrid un modo rejuvenecido de ser cristiano.

¿Cuál era su secreto? ¿Dónde estaba la medicina contra el cansancio de creer? ¿Por qué sorprendía tanto la inusitada presencia de una juventud distinta, nueva, prometedora de esperanza? No era un secreto oculto, esotérico ni arcano, sólo para iniciados. Se trataba de un secreto a voces, como ese grito de Munch que sobrecoge por su expresividad y contundencia: los jóvenes proclamaban a Cristo. Lo buscaban, hablaban de Él, lo celebraban y comunicaban. Cristo los había llamado —¡provocado!— y ellos se convertían en la viva provocación de Cristo. La definición de la Iglesia como el Cristo extendido y comunicado en la Historia se hacía realidad de modo tangible, carnal y espiritual al tiempo, sencillamente humano. Cristo te rozaba la piel, se te metía dentro como el aire que ensancha los pulmones. El Cristo vivo que anima la vida de los suyos y los transfigura como en un Tabor donde todos tienen cabida. Ése era el secreto.

Esta gran asamblea de jóvenes no era una masa amorfa. No era un pueblo sin ley, arbitrario. Ni una comunidad meramente emotiva, que termina y se agota en la experiencia de los sentidos. Benedicto XVI habla de medicina contra el cansancio de creer. ¿Cuál es esa medicina? Las JMJ giran en torno a elementos esenciales, que, unidos como en un laboratorio de la fe, constituyen un antídoto contra el cansancio de creer. Se puede hablar por ello de un paradigma nuevo de pastoral juvenil en el que se afrontan seriamente los problemas de la vida del joven y se iluminan con las catequesis dirigidas por los obispos y acompañadas por testimonios de jóvenes que expresan sus luchas, inquietudes, dudas; se celebran los sacramentos —verdaderas medicinas contra la muerte— con la certeza de que en ellos actúa Cristo como Hijo de Dios que ha tomado nuestra carne y, por eso, puede sanarla, restaurarla, divinizarla; se testimonia públicamente la fe en modos tan diversos como diversa es la cultura de los jóvenes que vienen de todos los rincones del mundo; se convive en una fraternidad en la que los jóvenes son expertos en romper barreras y prejuicios cuando se dejan animar por el Espíritu que nos une en un solo cuerpo, el de la Iglesia.

Una evangelización vivida

¿Por qué nos cuesta tanto entender —me pregunto— que los jóvenes sean capaces de acoger y vivir los elementos esenciales de la fe cristiana y hacerlos suyos? ¿Por qué los que nos creemos maduros en la fe construimos pastorales juveniles que carecen de veracidad en el planteamiento de la vida cristiana, porque se edifican sobre el prejuicio de que los jóvenes no aceptarán las exigencias de la fe en Cristo? Ésta es la medicina de la que habla Benedicto XVI, cuando se dirige a los jóvenes con la amabilidad de quien sabe que la Verdad —Cristo mismo— se impone por sí misma, y, por ello, la presenta en su integridad, sin podas ni adaptaciones estériles que nunca llegan al núcleo del Evangelio. Las JMJ son una evangelización vivida porque en ellas el Evangelio se presenta sin tapujos y todo converge hacia el núcleo mismo de la fe cristiana: Cristo que sale al encuentro del hombre y le ofrece la salvación, le ama y le redime. Sólo el amor cura el cansancio o la desesperanza, como ocurrió en Emaús: el amor de un Peregrino que se puso a caminar junto a los discípulos desalentados, que sabían el Credo —de hecho, lo narran—, pero ignoraban que la fe les daba la vida.

¡Cómo no recordar aquí el momento de la Vigilia de Cuatro Vientos, entre el furor y la calma! Aquella adoración fue algo más que un momento de silencio sobrecogedor. Fue una respuesta de los jóvenes a la provocación de Cristo que hizo sentir su presencia como en tantos lugares del Evangelio cuando, al límite de lo que el hombre puede hacer, reconoce el Misterio de una persona, el Hijo de Dios, ante quien sólo el silencio proporciona la postura adecuada. Allí estaba, velado y revelado, el secreto de la medicina contra el cansancio de creer, el nuevo modo, rejuvenecido, de ser cristiano. Como en Emaús.