Me prestas el oído - Alfa y Omega

Hay una expresión latina que me resulta muy simpática: «¿Me prestas tu baño?». Ante una necesidad buscas a alguien que te preste una respuesta. Algo similar nos ocurre con la necesidad de sentirnos comprendidos, acompañados, escuchados, que es siempre parte esencial de un alma que busca la bienaventuranza en primera persona. El silencio, la atención, el lenguaje no verbal, alguna palabra dicha con verdadero sentimiento y sinceridad pueden transformarse en un vehículo de sanación y de vida. Abrir la puerta para aprender a escuchar, para crear espacios de diálogo verdadero, donde poder expresarse sin verse juzgado. La buena noticia tiene mucho que ver con el aprendizaje para el encuentro, para la personalización. En nuestro pequeño proyecto de escucha activa hemos ido descubriendo el poder de lo que se dice pero, especialmente, también el poder de lo que no se dice. La fuerza de las miradas, de sostener un momento, de comprender unas lágrimas, la calidez de un abrazo. Cada persona que se pone delante es como un pequeño sacramento que encierra la grandeza y la pequeñez de todo ser humano. En ese tú a tú hay mucho de misticismo, de desvelarse el misterio, de arrodillarse ante el dolor y la fragilidad. Nuestras comunidades son un lugar privilegiado para provocar la acogida, la confianza, para desterrar los miedos que también se han utilizado en nombre de algún dios. Sin duda hay un Evangelio no escrito: el de los tiempos que Jesús se dedicó a escuchar, a acompañar con gestos, a leer la presencia de Dios en cada hombre o mujer con la que se encontraba para sacar lo mejor de cada uno. Un Evangelio sin palabras pero escrito a fuego con la tinta del Espíritu. Escapar de las frases hechas, de los juicios y los prejuicios, de estar fabricando la respuesta antes de que se haya acabado de hablar. Volar alto: comprender, compadecer, compartir, creer. Entonces no será extraño que alguien venga a nuestra casa y con confianza llame a nuestra puerta y nos pregunte: «¿Me prestas tu oído?».