Marisa Magaña Loarte: «Esto se hace largo y abruma» - Alfa y Omega

Marisa Magaña Loarte: «Esto se hace largo y abruma»

La directora del Centro de Escucha San Camilo, Marisa Magaña, recomienda hacer frente a esta Navidad diferente y difícil buscando «otras maneras de hacerla especial, mostrándonos mucho nuestro afecto y compartiendo» de modos alternativos

María Martínez López
Foto: Gema Moreno Fernández

Desde la experiencia que les otorga atender cada mes más de 80 casos de duelos complicados y otras situaciones traumáticas, el Centro de Escucha San Camilo se ha convertido en referencia y eje de una red de 27 proyectos similares. Su directora cree que apenas estamos empezando a ver los efectos psicológicos de las pérdidas sufridas durante la pandemia.

¿Cómo han sido nueve meses de pandemia en los centros de escucha?
Al inicio, las personas que estábamos atendiendo por atención al duelo dejaron de venir porque tenían bastante miedo. Cuando habilitamos la posibilidad de atender de manera virtual, la mayoría decidieron seguir. A quienes estaban en pleno duelo la situación les exacerbaba mucho el malestar que ya tenían. Durante la primera ola, prácticamente no hubo ningún movimiento en cuanto a duelos relacionados con pérdidas durante la pandemia. Empezaron a llamar de manera continuada justo antes del verano y sobre todo durante y después, a raíz de empezar a calmarse las cosas.

Ahí recuperamos nuestros datos anteriores, de atender 80 o 90 llamadas nuevas al mes. Parecería que ahora hay muchos más duelos que antes, pero la realidad es que la cantidad ya era muy alta. Sí vimos bastantes factores de riesgo para que estos duelos se complicaran: nos contaban que sentían mucha tristeza, culpa por no haber podido acompañar a sus seres queridos y un gran sentimiento de injusticia.

¿Queda tiempo para que se tome conciencia de la magnitud de lo ocurrido?
Mi opinión es que la mayoría de duelos por haber perdido a alguien en la pandemia están por gestarse. Al principio la persona no suele pedir ayuda. Es según van pasando los meses y empiezan a ver que no evolucionan cuando lo comentan y alguien suele recomendarles que busquen ayuda.

Por otro lado no todos los duelos por pérdidas trágicas se complican. No depende tanto de las circunstancias de la muerte –aunque en parte sí– como de la estructura de personalidad del doliente. Hay personas con una capacidad muy grande de entender, de hacer paz con los límites, de superación. Estos viven el duelo con mucho dolor, pero sin complicaciones. La complicación viene cuando la persona no tiene capacidad por sí sola de salir adelante y se instala en la culpa, en la rabia, en el victimismo y la vulnerabilidad, que le impiden llevar adelante su día a día.

Pero no atienden solo el duelo.
No. Nos han llamado también muchas personas que, sin haber perdido a nadie, estaban viviendo esta situación con muchísima ansiedad. Otras se sentían tremendamente solas y la pandemia les había hecho vivir esta soledad mucho peor, por no tener con quién compartir su angustia. No solamente personas mayores que no tienen a nadie en la vida. También gente más joven que no está pudiendo ir a visitar a sus padres por miedo a contagiarlos. Lo vive con angustia y le empieza a abrumar que esto se haga tan largo. La incertidumbre sobre la vacuna se va acumulando a todas las demás y empieza a ser mucho. Es curioso, pero los padres lo entienden, tienen otra resignación.

Aun con menos restricciones, ¿se nos está haciendo más pesada entonces la segunda oleada?
Al principio, la novedad y el miedo hacen que lleves todo a rajatabla. Todavía tienes fuerzas, y prevalece la idea de que es lo que hay que hacer y de que vamos a salir de esto. Cuando ves que se prolonga y que no está tan claro que se pueda dominar las fuerzas empiezan a flaquear, y entran las dudas sobre si merece la pena. Ahí empieza a haber crisis de ansiedad. Depende también de la personalidad de cada uno. Hay gente que necesita mucho que les marquen pautas, les da seguridad. Tener libertad la lleva a la confusión, y al final no hacen nada por el bloqueo. Pero también, por otro lado, se ha perdido la confianza y ni siquiera obedecer te hace sentir mejor.

Se ha alertado mucho del aumento del riesgo de suicidios.
Aunque el nivel de ideaciones suicidas entre las personas que nos llaman es alto en general, sí hemos visto que las personas que habían tenido pérdidas múltiples referían más deseos de lo habitual de terminar con su vida. Incluso gente que no había perdido a nadie pero estaban en mucha soledad. Tanto es así que empezamos a buscar pautas para ofrecer a todos los voluntarios y que puedan manejar esto más a fondo.

Algunos servicios de escucha durante el confinamiento terminaron parados por falta de personas que pidieran ayuda, aunque muchas la necesitaran. ¿Cómo superar el reto de llegar precisamente a quien está más aislado?
Hay que entender que a quien estaba aislado no le llegaba la publicidad en la calle, las campañas en internet, quizá ni siquiera un mensaje dejado en su buzón; solo la televisión. Quienes han llegado a nosotros lo han hecho porque una persona, una vecina o alguien del Samur o de su centro de salud, se lo ha dicho directamente. Cuando hay una catástrofe, se habilitan números especiales y los dicen constantemente ellos en televisión. Ahora no. Y se podría haber hecho, en vez de tanto bombardeo con las mismas noticias.

¿Han podido crecer en número de voluntarios o de centros de la red a raíz del aumento de la demanda o del interés?
Al contrario, centros que estaban surgiendo y esperaban la formación se han paralizado. Es algo que necesita un proceso de implantación largo. Sí nos han llegado personas para ofrecerse, pero no podemos trabajar con ellas porque antes les damos una formación muy exhaustiva.

Mencionaba antes la resignación de los mayores. ¿Han salido también a relucir en este tiempo nuestras fortalezas?
Sí hemos notado cómo personas que se han enfrentado a situaciones muy duras han tomado las riendas y han tirado hacia delante con una energía que no sabemos de dónde sacaban. Sobre todo las personas mayores. Casos por ejemplo en los que han estado aislados, en los que ha enfermado uno de ellos o los hijos, y ellos han estado pendientes, buscando recursos… Gente de mucha edad ha vuelto a tirar de su familia para arriba con muchísima fuerza. También nuestros propios voluntarios, que no han dejado de ayudar aunque hubieran enfermado ellos o sus familiares. Había mucha necesidad de aportar cada uno lo que podía.

¿Atienden a sanitarios? ¿Han podido recuperarse de la terrible experiencia de la primavera pasada?
Los responsables de algunos centros y hospitales nos han buscado para hacer grupos porque estaban en situaciones de mucha ansiedad. Hablaban del miedo de no poder ayudar, del miedo a enfermar, o de cómo cada vez que llegaba alguien que se aproximaba a la edad de sus padres les hacía revivir el riesgo para sus seres queridos. Desde entonces han podido recuperarse físicamente. Pero emocionalmente el problema sigue estando ahí porque hay que seguir alerta, no se han podido relajar. Posiblemente hasta que esto no termine casi del todo no va a surgir el estrés postraumático.

¿La llegada del invierno hace surgir nuevos problemas?
Sobre todo el hecho de que vienen las fiestas de Navidad. Mucha gente agradece que no se pueda salir mucho y se supriman tantos festejos porque no tienen ninguna gana. Es la primera Navidad sin muchos fallecidos, y encima no podemos estar todos juntos para soportar mejor la pérdida. En parte hay un deseo de que pase cuanto antes. Sí hay ganas de juntarse, pero al final se va a buscar el modo de verse los más próximos.

En esta Navidad más difícil, ¿cómo podemos cuidarnos en lo emocional?
Lo que más nos ayuda es dar sentido a lo que hacemos. Si no me voy a juntar con mis padres porque por ejemplo tengo hijos adolescentes, puedo vivirlo con rabia, o entendiendo por qué lo estoy haciendo; que es una manera de quererlos y protegerlos, y que tendremos más momentos de celebrar. Les estoy haciendo un regalo de protección y vida. Cuando consigo darle un carácter sublime a mi sufrimiento y malestar, tengo paz. También se puede mitigar el malestar buscando otras formas y otros rituales para estar: una presencia virtual, compartir vídeos con ratitos de la cena para ver que el otro está bien…

¿Y si uno está bien pero es un ser querido, quizá mayor, quien lo ve todo negativo o se pregunta si va a pasar todo lo que le queda de vida así?
Decir que no se piense eso no ayuda. Hay que acoger su malestar, dejar que se desahoguen, que saquen toda su rabia y su miedo. Siempre desde la comprensión y sin culpabilizar, compartiendo que entiendes que tiene que ser muy duro. Una vez que has acogido todo eso sí se le puede ayudar a dar sentido a lo que estamos haciendo, como una inversión para seguir viéndonos el resto del tiempo. Frente al miedo de que sean las últimas navidades se pueden ver otras maneras de hacerlas especiales, mostrándonos mucho nuestro afecto y compartiendo de otra forma. Vamos a poner lo que esté en nuestra mano para que el tiempo de vida se prolongue.

¿Es una ocasión para vivir la Navidad centrándonos más en lo esencial?
Por supuesto. En este tiempo muchas personas se han sentido muy acompañadas por su fe, entregándose mucho a la oración. «Hablaba con Él y le decía “Madre mía como estamos, dame fuerza”», me contaba alguno. Para muchas personas ha sido su salvación abrirse a lo que viene de una parte más espiritual, recurrir a Dios para que les ayude a aguantar y dejarse interrogar por los que les llegaba cuando se ponían en sus manos. Incluso cuando habían perdido a alguien. Una señora que había perdido a su marido nos decía que además de sentirlo muy presente y saber que estaba en manos de Dios y los dos le ayudaban, tenía una gran sensación de misión cumplida, de que eso era lo que le tocaba ahora. Mucha gente nos ha hablado de cómo sentían que esta parte más espiritual afloraba en su vida.