María San Gil: «En cuanto los jóvenes conocen lo que hizo ETA, saben lo que está mal»
La expolítica organiza un curso de verano en el CEU para que los universitarios, que no vivieron los atentados, «pongan en valor la memoria, la verdad y la justicia» hacia las víctimas
—Usted es ponente y secretaria del curso Las víctimas del terrorismo: representaciones y consecuencias humanas y políticas de la violencia que la Universidad CEU San Pablo ofrece este verano. ¿Hay una generación más joven que ha normalizado que el aparato político de ETA haya conquistado ciertas cotas de poder? ¿Cómo se les puede concienciar del daño que ocasionó la banda terrorista cuando no recuerdan —o no les han contado— los atentados?
—Esa es una de las pretensiones del curso. Está muy dirigido a los jóvenes, como suele suceder con los cursos de verano. Todo terrorismo es malo y es perverso y hay una lección clarísima de que con la violencia no puedes intentar conseguir nada. Hay que deslegitimar el terrorismo y todo proyecto político que lo sustenta.
La película La infiltrada está ayudando a mucha gente joven a interesarse por el tema del terrorismo. Lo ven como un thriller y descubren que, en España, hace poco tiempo, se ha vivido una realidad escalofriante. La banda terrorista ha matado durante 50 años y la gente ha vivido con mucho miedo, rodeada de escoltas, mirando debajo del coche y sin hacer rutinas. Te lo cuentan ahora y parece imposible, pero hay muchas personas que todavía son memoria viva. Vamos a hablar mucho de las fuerzas y cuerpos de seguridad durante el terror, porque tenemos una deuda muy importante con ellos.
—Es interesante lo que cuenta de La infiltrada porque, después de ganar el Goya a Mejor Película, se pronunció un discurso muy valiente y de mucho sentido común en un entorno que no siempre ha sido igual de tajante para condenarlo todo.
—María Luisa Gutiérrez fue la auténtica infiltrada en la noche de los Goya, porque lo último que se esperaba era ese discurso desde la coherencia, la honestidad y el reconocimiento a las víctimas. Se hizo justicia con un colectivo al que se tiene muy desprestigiado, muy ninguneado y muy marginado. Parece que lo políticamente correcto es que Otegi sea un hombre de paz y Ortega Lara el gran desconocido.
Ver a María Luisa Gutiérrez con el Goya en la mano y dedicárselo a las víctimas del terrorismo ha hecho un gran favor a las víctimas y a la historia, no al relato. Estamos del relato hasta las narices, queremos contar historias reales.
—Toda esta lógica del relato ha sido especialmente perversa al hablar del terrorismo como «el conflicto».
—Aquí no ha habido un conflicto. Esto no ha sido Irlanda del Norte. Aquí ha habido unos que han querido matar y otros que han sido víctimas. Y había un proyecto político que sostenía el terrorismo y no lo ha deslegitimado. No eran solo los comandos, era un entramado que aglutinaba el partido político, su medio de comunicación, juventudes radicalizadas y empresas.
—Y que, después de la disolución de la banda armada, su aparato político ha entrado en las instituciones.
—Matar les ha resultado muy rentable. Gracias a matar durante 50 años ahora están donde están, porque dejar de matar ha tenido premio. De hecho, muchos de los presos que están en la cárcel ahora están teniendo beneficios penitenciarios que no les deberían corresponder. Están teniendo reducciones de penas y terceros grados. Con los terroristas hay una cierta benevolencia.
—¿Cómo trabajamos con los más jóvenes para que tomen conciencia de esto? Quizá tienen una buena voluntad de ser muy abiertos y el mal entra por ahí.
—No se puede planificar el futuro sin conocer bien el pasado. En tal caso, lo haríamos sobre el olvido. La memoria es muy importante. En el CEU tenemos un Observatorio de Víctimas del Terrorismo y una de las actividades que hacemos es ir a los colegios.
Los alumnos tienen unas reacciones fantásticas. Se preguntan cómo puede Pedro Sánchez seguir apoyándose en Arnaldo Otegi y cómo pueden los otros partidos blanquear a quienes tienen las manos manchadas de sangre. Lo preguntan con absoluta naturalidad porque, en cuanto conocen lo que ha ocurrido, saben lo que está bien y mal.
—Me recuerda su respuesta a la conversación que tuve con un profesor de Religión. Me decía que se encontraba en jóvenes que no habían sido educados en la fe una «ingenua ignorancia» que, sin prejuicios, les hacía interesarse por el hecho religioso con una curiosidad genuina. ¿Sucede parecido al conocer la realidad de ETA?
—Yo los llamo los brotes verdes, como sucede con Emaús, Effetá o Hakuna. Son jóvenes que culturalmente no se han educado en la fe católica pero han llegado allí porque necesitan algo más. En cuanto buscan, alguien les da a conocer la Verdad con mayúscula y se enganchan porque ven que ese es el camino.
En cuanto al terrorismo, cuando les cuentan que hay gente que ha vivido como Gregorio Ordóñez, cuya historia es real, los jóvenes lloran de verdad porque es emotivo sin ser cursi. Hay líderes en esta vida que anteponen el bien de los demás a su bien particular. Son testimonios que enganchan porque nos gustan ese tipo de referencias. Lo que nos gusta es el esfuerzo, el trabajo y lo que cuesta. Hay una generación que ha luchado para que ellos vivan en democracia.
—Le planteo un paralelismo y me dice qué le parece. Igual que hay sociedades que han sufrido dictaduras y hacen su proceso de memoria histórica varias generaciones después, cuando ya no hay miedo, ¿cree que las nuevas generaciones en el futuro serán más sensibles que las actuales hacia lo que hizo ETA?
—Yo soy católica y lo último que pierdo es la esperanza. Al final el bien vence. A veces los tiempos del Señor y los míos no son los mismos, pero todo esto va a revertirse. Hace 20 años nunca habíamos pensado que estaríamos como ahora.
Hay que revertir esto con mucha siembra, hay que poner en valor la memoria, la verdad y la justicia. Y hay que reabrir casos, hay más de 350 sin resolver. No podemos cansarnos, no hay que desistir. Lo que nos tiene que mantener es saber que estamos haciendo lo correcto, ¿cómo no hablar de las víctimas del terrorismo cuando la herida no se ha cerrado y el duelo no se ha hecho?
Somos empáticos con todas las realidades, pero las víctimas son el único colectivo al que se les pide que perdone. Y yo estoy muy a favor del perdón, pero la gente es demasiado generosa con el dolor de las víctimas.
—Me ha hablado de Gregorio Ordóñez. El documental sobre él que han estrenado este año, Esta es una historia real, ¿ve que está operando algún cambio en los jóvenes?
—Hacer un documental tiene muchas ventajas. La idea surgió de Alfonso Bullón de Mendoza, es otra de esas ideas magistrales que ha tenido el presidente del CEU. Ha estado también financiado por la Comunidad de Madrid, no está en ninguna plataforma sino en YouTube, así que lo puede ver cualquier persona. Es un documental de 40 minutos que te encoge el corazón.
Su director, Iñaki Arteta, tiene una sensibilidad muy especial y ha sabido reflejar la historia de Gregorio Ordóñez, su liderazgo, cómo vivimos los años 90 y cómo lo mataron. Todo esto es muy sobrecogedor. Lo habré visto unas 40 veces y me sé algunos diálogos de memoria.
El pasado miércoles fue la última vez que lo hemos presentado, con la Asociación Católica de Propagandistas y Ana Iríbar en Alcalá de Henares. Lo he presentado en unos 30 sitios de toda España y siempre voy muy bien acompañada. Este otoño volveremos a empezar.
Se genera un coloquio muy interesante, hay gente joven que asiste al documental y padres con hijos que encuentran que ese es un buen momento para explicarles lo que pasó. Todo el mundo vivió el terrorismo.
—¿Qué frutos espera del curso que organiza del 7 al 9 de julio en el CEU?
—Hay que volver a poner la línea para saber dónde está el bien y el mal y dónde están unos y otros. No podemos blanquear 50 años de terrorismo, son 853 víctimas con nombres y apellidos.